Referente en la literatura y el feminismo latinoamericano a sus 92 años, pocas cosas parecen frenar a la mexicana Margo Glantz. Capaz de cruzarse el Atlántico como si tal cosa para presentar en España un libro –Apariciones– que publicó por primera vez en 1996 y que Firmamento acaba de editar por primera vez en nuestro país, es una declarada usuaria de las redes sociales. “Algunos piensan que es perder el tiempo pero a mí me divierten mucho”, reconoce la escritora que actualmente participa en un grupo colectivo de Twitter donde se reúnen a comentar Moby Dick.
Gran lectora y escritora tardía –no empezó a publicar hasta los 47 años–, Glantz confiesa que la pandemia, como a muchos, le paralizó un poco. “Ahora estoy escribiendo un libro de memorias que está un poco detenido, pero espero tener pronto tiempo para terminarlo”, desea. Mientras tanto, recuerda que fue al salir de una película de Pasolini, Saló, de donde sacó los primeros acordes de Apariciones. “Me impresionó tanto –relata– que en cuanto regresé a casa empecé a escribir el libro”. De la mística, al deseo y a la escritura, tres historias –la de dos religiosas, una pareja y la hija de la mujer y una escritora–, se entrelazan en esta obra donde Glantz reformula la novela erótica moderna e investiga sobre los límites del cuerpo femenino.
“De repente recibí un mail de Javier Vela (editor de Firmamento) en el que me dijo que desde hacía muchísimo tiempo le había interesado enormemente mi libro, que si lo podía publicar –recuerda-. A mí me fascinó la idea. Ha habido pequeñas ediciones en Chile y una en Costa Rica. Tuve problemas con el editor que había hecho la edición en Chile y en México, pero llegamos a un acuerdo porque para mí era fundamental que el libro funcionara también en España, sobre todo cuando traté de publicarlo por primera vez aquí y no se pudo”, reivindica.
Pregunta. Comenta los problemas que tuvo a la hora de publicar Apariciones (1996), donde escribe sobre algunos de sus temas recurrentes: el erotismo, la sensualidad y el cuerpo, ¿qué peso tuvo en su trayectoria?
Respuesta. Para mí fue muy importante escribirlo porque planteaba dos opciones fundamentales para el cuerpo: el cuerpo existente de una manera absolutamente violenta como cuerpo en una relación sexual de una pareja que hace el amor con un frenesí enorme, y el amor místico de las monjas que pretenden separarse del cuerpo, pero que para poder ser santas necesitan flagelarlo. La presencia del cuerpo en ambos casos, tanto en el amor místico como en el amor carnal definitivo, inmediato, es absolutamente imposible de descartar. Es decir, el cuerpo como fenómeno fundamental de cualquier erotismo, ya sea místico o carnal.
Los límites del cuerpo
P. En su novela explora los límites del cuerpo, ¿qué importancia tiene ese cuerpo en la mujer?
R. Voy a decir una frase muy banal, el cuerpo de la mujer ha sido un cuerpo colonizado. Desde que yo empecé a leer me di cuenta de que el cuerpo femenino era un cuerpo para novelar, pero siempre como algo objetivizado. Había que revisar aquel concepto y también la forma en que lo femenino y el cuerpo se relacionaban, en una especie de entrega masoquista con el ser amado. Es decir, sometiéndose totalmente a la relación sexual, haciendo lo que el amante exigía de ella y al final sublevándose. Me parece muy importante el personaje de la niña, en esa especie de triángulo entre la pareja y ella, que va creciendo a lo largo del libro y que manifiesta su violencia frente a la relación sexual de sus padres, de los amantes, abriendo las piernas. Era vital manejar los usos del cuerpo en la mujer, lo que se le permitía hacer con su propio cuerpo. Durante muchísimos siglos la mujer no pudo, por ejemplo, montar a caballo a horcajadas ni pudo tocar el chelo porque era obsceno, porque para hacerlo tenía que abrir las piernas. Entonces ese abrir las piernas era considerado como algo provocativo, prostituido o nefasto. Y la niña decide sublevarse simplemente con ese gesto.
P. ¿Qué tienen en común el misticismo, el erotismo y la escritura?
R. La mujer que vive la razón sexual muy descarnada es al mismo tiempo la escritora que está trabajando con una posible pareja, no sabe muy bien si son una o dos monjas, y va a escribirlas pero como un acto erótico. Me interesaba la escritura como un acto erótico pero al mismo tiempo complicadísimo de hacer. En ese sentido, este libro es una reflexión sobre la escritura y también sobre la dificultad de la escritura de y para lo femenino.
P. Apunta en el libro que la escritura y la sexualidad se ejercen siempre en espacios privados y por ello susceptibles de violación, espacios donde se corre un riesgo mortal, ¿opina igual?
R. Quizás ahora no tanto, pero por lo general sí. Por ejemplo, cuando yo publiqué la novela la criticaron mucho. Tenía un amigo que escribió una reseña sobre un libro que había traducido y dijo que era una traducción piernabierta. Nunca hubiera dicho eso si un hombre hubiera traducido un libro, entonces está justamente dentro de ese contexto. El imaginario femenino sobre la sexualidad y el deseo está de alguna manera mucho más restringido que el imaginario masculino sobre la sexualidad y sobre el cuerpo de la mujer. Que la mujer plantee la relación con su propio cuerpo se ha vuelto ahora mucho más corriente, pero cuando yo lo escribí no era así. Lo intenté publicar en Anagrama y en Tusquets y no lo quisieron. Entonces lo publiqué en México en el 96 y esta reedición es como una resurrección del libro. Me parece interesante que después de tanto tiempo Apariciones haya encontrado a alguien que considere que es un libro importante porque para mí lo era, aunque posiblemente para los editores no, quizás por la relación entre sexualidad y misticismo o por una aversión a esa duda religiosa de las monjas, no sé.
La ola del feminismo
P. ¿Cómo vive el auge del feminismo hoy?
R. El feminismo es una de las revoluciones más importantes que está sucediendo ahora. Al mismo tiempo vemos la aversión que se siente por la capacidad de las mujeres de asumir su realidad como algo absoluto y necesario y cómo eso se vuelve como en una especie de miedo constante. Justamente he estado trabajando de nuevo en la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz de Sor Juana Inés de la Cruz donde esta se queja al obispo de que cualquier cosa que una mujer haga está vetado. El obispo le dice que recuerde que Sara se llamaba Sarai y que Dios le pidió que se quitara la i porque era una manifestación de orgullo. El trabajo de las mujeres, como si pudieran usurpar el campo masculino, como Sor Juana que usurpa el campo de la teología, está prohibido porque es orgullo de las mujeres, las mujeres tienen que estar en la obediencia, callar, y Sor Juana no hacía eso. No. Ella hablaba todo el tiempo.
P. ¿Cree que hoy tenemos que estar calladas?
R. Evidentemente no estamos calladas pero de cualquier manera se ve muy bien en ciertos comentarios de algunas figuras muy importantes aquí en España o en México. Hay una especie de violencia hacia el hecho de que las mujeres puedan ocupar lugares que a ellos les parece que no deberían haber ocupado.
P. ¿Le asusta que demos por sentado derechos que ya se obtuvieron? ¿Cree que, parafraseándola, ya tenemos la libertad de poder abrir las piernas?
R. Yo creo, como Simone de Beauvoir, que cualquier cambio político, religioso o cultural siempre atenta contra los derechos de la mujer. Hay que ver lo que pasa con las religiones fundamentalistas, tanto los hebreos como los musulmanes o los excesivamente católicos. Hay que ver cómo la mujer está totalmente desprovista de todo en los países musulmanes, donde no puede enseñar ni el cuerpo, ni la cara y a veces ni los pies. Recuerdo un libro de Carmen Martin Gaite, que me gustó muchísimo y con el que he trabajado mucho, sobre los usos del cuerpo en el siglo XVII o XVIII. Es muy interesante como ella lo analizaba. Contaba que las mujeres no podían enseñar los pies nunca, tenían que usar lo que se llamaba el tontillo, cuando se sentaban había un resorte que se bajaba y les tapaba los pies, porque eran un símbolo de erotismo excesivamente provocador. El cuerpo femenino tiene que desaparecer y sin embargo es un cuerpo absolutamente de deseo...
P. Ha mencionado a Sor Juana Inés de la Cruz, ¿qué importancia tiene para usted?
R. Lo que más admiro de Sor Juana es su escritura. Pero pasa como con Frida Kahlo. Ella fue una gran pintora pero a la gente le interesa más por su vida morbosa, su enfermedad y su vestimenta. Muchas veces se compran sus obras por todo lo morboso que está en relación con su vida. Con sor Juana también pasa un poco de eso. Es como una especie de paspartú. Sirve para las feministas porque es una de las grandes protofeministas, para los católicos porque la quieren hacer santa, para los librepensadores porque quieren que no sea santa, para los teólogos porque ella trabajaba con la teología, para los literatos del Siglo de Oro porque fue la última gran figura de esa época... En fin, Sor Juana se expresa para muchas cosas y hay miles de enigmas todavía en su vida.
P. En Apariciones escribió que “el amor que empieza como lava termina sin vegetación”…
R. Yo creo que este tipo de amor tan apasionado, sexualizado y corporizado tiende a apagarse, obviamente. Y al mismo tiempo surgen los problemas en pareja. También es la historia de un amor y de la desaparición de los personajes. Entonces, tiene esa cosa excesiva que acaba en violencia.
P. Pero, ¿cuál es su opinión sobre el amor hoy?
R. Hoy es difícil. A mí me parece que el deseo es un elemento fundamental que propicia el amor. Es decir, creo que el deseo permanece aún si el cuerpo ya no se utiliza para ese deseo, porque va envejeciendo y se va deteriorando, y ya no es tan fácil el erotismo con un cuerpo viejo. Pero el deseo está presente aunque el cuerpo envejezca.
Ucrania, un campo de batalla perpetuo
P. Es inevitable preguntarle por Ucrania, al ser hija de inmigrantes ucranianos...
R. Mis padres nacieron en una Ucrania totalmente rusa. Muchísimos de los grandes escritores rusos nacieron en Ucrania como Gógol o Bulgákov. Mis padres eran judíos rusos y además de hablar yidis, entre ellos se comunicaban en ruso sobre todo. Pero más tarde, descubrí que mi padre sabía ucraniano porque empezó a hablarlo la última semana antes de morir. Era su idioma materno realmente, a pesar del yidis, que era fundamental para él porque nació en un pequeño gueto. Cuando viajé a Ucrania para escribir un libro sobre mis padres que se llamó Las genealogías –que en España publicó Pretextos– era todavía rusa. Lo fue durante muchísimo tiempo a pesar de que cuando Stalin gobernó hizo cosas terribles con los ucranianos. Había una historia muy violenta entre Ucrania y Rusia y, sin embargo, durante muchos años, Ucrania vivió bajo el poder de los rusos y a mis padres les tocó eso. Lo que está pasando ahora me parece horrible, espantoso, y me parece terrible que digan, como con el Holocausto, que no existió la masacre de Bucha. Ese deseo de que Ucrania siga siendo rusa es terrible, como que no se resignan de ninguna manera a perderla. Ucrania es un campo de batalla perpetuo.
P. Usted nació en México pero, ¿le afectó de algún modo ser hija de emigrantes? ¿Le dejó alguna especie de desasosiego heredado imposible de corregir?
R. En parte sí. Una cosa era mi casa y otra el mundo en México. Al salir de mi casa e ir a la escuela sentía el contraste entre la comida, la costumbres, la religión y entre los idiomas. Yo no aprendí ni ruso ni hebreo porque no me enseñaron, era como un lenguaje secreto entre mis padres, pero era un lenguaje que todo el tiempo estaba oyendo. Ese lenguaje contrastaba con el lenguaje del español mexicano con el que convivía el resto del tiempo, había siempre una cosa así como inestable, como descolocada, pero creo que eso es normal en cualquier inmigrante.
P. ¿Y le influyó en lo que escribió?
R. Pues yo creo que sí. Soy profesora de literatura mexicana, estoy muy vinculada con la cultura mexicana, pero sigo siendo un personaje a medias. Estoy entre dos culturas. Estudié en Francia e hice mi doctorado ahí, así que estoy muy vinculada con lo europeo, pero también con lo mexicano y lo judío. Tengo en mi interior estamentos diversos que quizás se armonizan y pelean entre sí.
P. Fragmentada como su escritura…
R. La escritura que yo he practicado era poco accesible para las editoriales. No me querían publicar porque no era un tipo de escritura que funcionara comercialmente. Ahora se volvió completamente normal, hoy muchísima gente escribe como yo.