¿Qué libro está leyendo estos días?
La máquina del amor sagrado y profano, de Iris Murdoch.
¿Qué le hace abandonar la lectura de un libro?
La lectura es una experiencia de vida y si un libro y yo no entramos en comunión (por el estilo, porque siento que lo que estoy leyendo no me aporta nada o porque me aburro), lo abandono.
¿Con qué personaje le gustaría tomarse un café mañana?
Con Merricat, la protagonista de Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson, pero sería un café o un té con peligro.
¿Cuáles son sus hábitos de lectura: es de tableta, de papel, lee por la mañana, por la noche?
No tengo una rutina de lectura, pero no puedo dormir sin antes leer un par de páginas al menos. Leo en cualquier medio, pero prefiero el papel.
Cuéntenos una experiencia cultural que cambió su manera de ver la vida.
La primera vez que visité la cárcel masculina de Coronda, Argentina, cuando era estudiante de Derecho. Tenía 19 años y me sorprendió ver que hay un sector de la población (el más pobre, el más desesperado y necesitado socialmente) que vive solo en el presente, sin ninguna expectativa ni ilusión de futuro. La reclusión, la extrema pobreza, el analfabetismo y la ignorancia construyen mundos paralelos con un imaginario, valores y códigos muy distintos al de una persona libre de clase media, digamos. Salvando las muchas distancias, entendí que todos estamos presos dentro de ciertas cárceles o estructuras mentales que nos distancian de otros modos de pensamiento. La literatura es para mí una lima poderosa contra los barrotes mentales, un modo de libertad.
¿De dónde nacen los relatos de Hubo un jardín?
Casi siempre de imágenes, de cosas entrevistas u oídas, de fragmentos soñados: una adolescente sin muelas con un bebé en brazos en un autobús, un invernadero sofocante y cargado de orquídeas, el suicidio de una perra o un loco balbuceando maldiciones son la génesis de 'Hotel Edén', 'El invernadero de Eiffel', 'Donde mueren las perras' o la historia del matadero La Celestial.
Otro de los rasgos del libro es su violencia extrema. ¿La crueldad le permite retratar mejor nuestro mundo?
Sí, aunque nada de lo que yo imagine puede ser peor que las atrocidades que suceden a diario. La ficción te permite mirar el horror a los ojos. En mis cuentos, lo brutal forma un conjunto indisoluble con lo bello de la vida y ambas categorías recorren juntas todas las páginas del libro: es mi modo de entender el mundo.
¿Qué tiene que ver su obra con las de Mariana Enriquez o Mónica Ojeda, con las que a menudo se la relaciona?
Un gusto por retratar la oscuridad y lo monstruoso, sin excluir la dimensión social en lo narrado, y por las atmósferas opresivas. Creo que compartimos también el empleo de ciertas (dis)torsiones en el lenguaje que hacen que lo siniestro pueda ser también una forma de poesía.
¿Entiende, le emociona el arte contemporáneo?
Me interesan mucho sus búsquedas porque me permiten pensar nuevos modelos de representación.
¿Le importa la crítica? ¿Le sirve para algo?
Sí, me interesa la crítica honesta cuando es un ejercicio valorativo que orienta al lector en relación con las calidades del libro y cuando se esmera en trazar un mapa de afinidades estéticas entre escritores.
¿Le gusta España? Denos sus razones.
Toda mi familia materna, también mi madre, es española. A Argentina emigraron siete hermanas de mi abuela con sus maridos e hijos. Levantaron sus casas, una junto a la otra, en una calle en Rosario que se llama Pasaje Español. Yo crecí en esa nostalgia por la España perdida. Vivir en España es, aunque siempre extraño a mi país, vivir en una Arcadia prestada por mis mayores. Madrid, en particular, me encanta; es una ciudad tan anfetamínica como yo y lo suficientemente grande como para moverme por distintos barrios y paisajes: me gusta que no me conozca nadie, ser anónima.