'Lo demás es aire', de Juan Gómez Bárcena: volver a casa para contar el mundo
El autor resuelve la titánica empresa de escribir una historia abreviada de la humanidad desde un pasado remotísimo hasta el más inmediato presente
29 mayo, 2022 02:10Noticias relacionadas
La suma de un doble impulso proporciona a Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) la sustancia anecdótica y temática de Lo demás es aire: por una parte, la memoria emocional de la patria chica; por otra, la vivencia de ese fenómeno de actualidad conocido como la España vacía. Ambos factores cuajan en la construcción imaginativo-documental de un lugar llamado Toñanes, un pueblo cántabro, a 38 kilómetros de la capital.
En esa aldea no hay ni bar, según observan con sorpresa las dos chicas que lo visitan en la última página de la novela y que tardan en atravesarlo de cabo a rabo en coche un minuto y 5 segundos, menos de lo que dura la canción que escuchan.
Aunque Toñanes tenga una base verista, Gómez Bárcena le insufla una dimensión simbólica que lo emparenta con los Yoknapatawpha, Macondo, Región o Celama. Para lograr la buena fusión de las dos perspectivas dedica el autor un esfuerzo constructivo grande y de arriesgada originalidad. Parece, en las primeras líneas del relato, una estampa neocostumbrista, con minucia descriptiva e informativa: “Treinta y dos casas, cuatro hoteles rurales, una iglesia”, dos kilómetros cuadrados de extensión, 35 metros de altitud, un puñado de vacas, un tractor que va y viene, ninguna persona, etcétera.
Pero ahí mismo sorprenden unas fechas en el margen del libro que dan vertiginosos saltos en el tiempo, desde el presente inmediato (el 2021 de esa descripción) y hasta un remotísimo -13704, con abundantes jalones a lo largo de la historia. De inmediato encontramos una situación de corte realista: una pareja visita a un familiar, les agrada su destartalada casa y se la compran para cumplir el sueño de disfrutar de una segunda residencia rural. La acción se emplaza en 1984 pero también da saltos en el tiempo, aunque no tan pronunciados como en el pasaje precedente.
A partir de aquí, y siguiendo el mismo curioso sistema, se sucede un carrusel del historias principales a lo largo nada menos que de medio millar de páginas. Las historias van dejando como hilos de araña que reaparecen y enlazan notables sucesos principales. Otros más complementarios se añaden e incluso alguno tiene entidad de narración interpolada.
Esta noria de peripecias siempre vale como una ilustración de la vida. Así, se recopila la amplia variedad de lo humano marcada por la dictadura del tiempo y por la memoria. Lo ilustra un amplio repertorio de asuntos: el amor, la religión, el fanatismo de las creencias, la justicia, la desigualdad social, el racismo, la emigración obligada, la guerra, el enraizamiento, la despoblación, la pérdida de las tradiciones… Y la muerte.
Una serie de bloques ofrece una desoladora letanía de fallecidos con expeditiva fórmula expresiva (“murió, fue enterrado”) y nihilista conclusión (“De sus vidas no queda más memoria que el trozo de papel en que se afirma que murieron”.
He aquí un narrador bien capacitado que se la juega escribiendo su historia bajo el requisito de la exigencia
No todo se atiene, sin embargo, en Lo demás es aire a las leyes de la fábula y otros bloques llevan a cabo una indagación documental. El propio autor explora en viejos archivos e interroga a vecinos de Toñanes, quienes se refieren a un libro en marcha, el que ya tenemos en la mano. Es la manera de Gómez Bárcena de redondear la titánica empresa de escribir una historia abreviada de la humanidad que se remonta, si no me he despistado, al prehistórico año 92.403.221 y llega hasta hoy.
Este empeño tiene algo de desmesura y de ahí resultan ciertas reservas: la longitud produce alguna fatiga y la técnica ingeniosa deviene recurso un tanto mecánico. Pero nada de ello empaña el gran mérito de hallarnos ante un narrador bien capacitado que se la juega escribiendo su historia bajo el requisito absoluto de la exigencia literaria.