Era uno de los tres escritores contemporáneos más importantes de Israel, junto a Amos Oz (fallecido en 2018) y David Grossman. Abraham B. Yehoshua ha muerto este martes en Tel Aviv a causa de un cáncer, según ha informado El País. Tenía 85 años.
Nacido en Jerusalén en 1936, fue autor de novelas, cuentos, ensayos y obras de teatro. Considerado por The New York Times como "el Faulkner israelí", entre sus obras con mayor difusión en España figuran La novia liberada, Una mujer en Jerusalén (editadas por Anagrama), El túnel, El señor Mani, El cantar del fuego, La figurante y La amante (Duomo) y Viaje al fin del milenio (Siruela).
Yehoshua pertenecía a la quinta generación de judíos sefarditas instalados en Palestina. Pacifista y de izquierdas, a lo largo de su vida exploró la identidad nacional israelí y al mismo tiempo abogó por el entendimiento con los palestinos, apoyando la Iniciativa de Ginebra para alcanzar la paz.
Personalmente defendió la convivencia de dos Estados, y al final de su vida se mostró partidario de un único Estado confederado. Fue uno de los fundadores de la ONG pacifista israelí B’Tselem y criticó duramente la política de asentamientos judíos en Cisjordania.
El presidente de Israel, Isaac Herzog, ha declarado que la obra de Yehoshua “nos proporcionó una imagen precisa, nítida, amorosa, y a veces también dolorosa, de nosotros mismos”.
Yehoshua hizo el servicio militar como paracaidista y tras licenciarse en Literatura en la Universidad Hebrea de Jerusalén, se dedicó a la docencia. De 1963 a 1967, vivió en París. Enseñaba en la Universidad de Haifa desde 1972, y también fue profesor visitante en varias universidades estadounidenses. El escritor recibió el Premio Israel de las Letras y el Médicis de Francia, entre otras distinciones.
Yehoshua se definía como un lector “serio” y “conservador”. En una entrevista que concedió en 2016 con motivo de la publicación de su novela La figurante, reconoció que el libro que tenía encima de la mesilla era El arco iris de D. H. Lawrence, “y ninguna de las docenas de nuevos libros hebreos que me llegan por correo casi a diario”. Entre sus últimas lecturas y relecturas mencionó también La montaña mágica de Thomas Mann, Almas muertas de Gogol y En busca del tiempo perdido, de Proust. “A pesar de mi avanzada edad todavía escribo, todavía siento la necesidad de ser alimentado y revitalizado por los clásicos”, aseguraba.
En cambio, consideraba una pérdida de tiempo leer novelas detectivescas o de ciencia ficción. "La vida familiar y la sociedad son tan ricas y están tan llenas de sorpresas que no veo la necesidad de leer sobre asesinatos resueltos por perspicaces detectives para entender los dramas que hay a mi alrededor. Además, encuentro poco convincentes las trampas literarias y moralizantes de la ciencia ficción. Es muy posible que me esté perdiendo importantes géneros literarios. Pero es demasiado tarde para cambiar mi conservadurismo", reconocía.
Yehoshua celebraba la gran difusión de la literatura israelí contemporánea en el resto del mundo. "Para un pequeño país de habla hebrea es un logro importante que nuestras novelas y libros de cuentos sean traducidos a muchas lenguas y que los autores israelíes ganen premios en el extranjero. La historia judía moderna, el Holocausto, el establecimiento de Israel y el conflicto en curso con los palestinos atraen a muchos lectores extranjeros, judíos y no judíos, a los relatos sobre la vida israelí".
Al mismo tiempo, observaba un gran desconocimiento de la literatura hebrea anterior a la creación del Estado de Israel: "La mayoría de la literatura israelí traducida fue escrita en los últimos 40 o 50 años, mientras que los libros hebreos anteriores a la fundación de Israel en 1948, más allá del siglo XIX, es desconocida para los lectores extranjeros. Es como leer traducciones de literatura contemporánea inglesa sin tener la menor idea de Dickens, Thomas Hardy, D. H. Lawrence, James Joyce o Virginia Woolf". Para llenar esa laguna, recomendaba la lectura de tres autores canónicos hebreos: Y. H. Brenner; S. Yizhar; y S. Y. Agnon, que ganó el Premio Nobel en 1966. "Para nosotros, los autores israelíes, son una fuente de inspiración, y nuestros lectores internacionales deberían conocerlos también".