Quizá sea bueno decir, de entrada, que Manuel Puig fue un gran cinéfilo, que estudió cine y que escribió guiones, porque el foco o el eje básico de su cultura (llevados a la novela) es el cine. No títulos ni referencias, sino más aún la estructura de fondo de su narrativa y la agilidad de los diálogos, donde la técnica del guion se aúna con el fino oído para el habla popular o de minorías marginadas como las mujeres y los homosexuales, aunque a veces sus mujeres –lo vimos en Tennessee Williams– son imágenes gais con máscara.
Manuel Puig nació en 1932 en un pueblo de la pampa argentina, General Villegas –en sus primeras novelas “Coronel Vallejos”–, de donde se marchó en cuanto pudo. A veces también se nace en lugares equivocados. Por lo demás Puig perteneció a la segunda generación del boom, menos opulenta que la de Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Juan Carlos Onetti o José Lezama Lima, menor si se quiere, pero sutil y distinta.
Cuando recuerdo o releo a Manuel siempre lo uno con el cubano/parisino Severo Sarduy, ambos lejísimos y muy cerca y ambos “mariquitas” (se hubiera dicho antes, y ellos lo asumían algo provocadores) hablando o escribiendo en femenino. Las cartas que Puig escribía a sus íntimos –Guillermo Cabrera Infante y su mujer Miriam o en Madrid Sylvia Martín, argentina y antigua encargada de prensa de Espasa– terminan siempre: “Besos, Sally”. Severo, con mucha frecuencia, se dirigía a ti en femenino. Desde luego es el uso de un idiolecto homo, pero asimismo una manera gozosa de asumir el estigma. Tanto Severo como Manuel Puig tuvieron suficiente éxito en vida, y ambos poco después de la muerte, pasaron –o pasa todavía Severo– un duro purgatorio inmerecido.
[Rafael Cansinos Assens, el memorioso]
De este olvido transitorio saca Seix Barral a Manuel Puig reeditando de una vez y con prólogos varios también en calidad, cinco de sus más representativas novelas, desde las inaugurales La traición de Rita Hayworth o Boquitas pintadas hasta El beso de la mujer araña o Pubis angelical, pasando por una de sus mejores y más desconocidas obras –de 1973– The Buenos Aires Affair. Las portadas ayudan mezclando imágenes modernas con figuras de revista popular o sentimental de los años cuarenta/cincuenta. Obras que van de 1967 a 1979. La estupenda novela El beso de la mujer araña es de 1976, pero llegó a mucha más gente con la posterior versión teatral que hizo el mismo Puig.
He dicho, y es constatable, que muchas de estas novelas tuvieron mucho o suficiente éxito en su momento, aunque resultará meridiano que la lectura actual es por lógica distinta y en muchos casos mejor, porque hoy se puede entender más nítido el drama (no poco autobiográfico) que vive el niño protagonista, Toto, en La traición de Rita Hayworth, homosexual que se salva y condena en el cine, en un pueblo pampeño plano y remoto. Hay mucha tragedia en Manuel Puig, pero se cuenta con engañosas suavidades y aún homenajes al serial y al melodrama. Hoy esa novela de 1967 se entiende mucho mejor que entonces, porque sus temas ya no se ocultan tanto.
Podía haber errores, como el que yo tuve muy joven (1973) al leer Boquitas pintadas, expresión sacada de un tango que cantaba Gardel. Yo era un devoto de los tangos clásicos y el título Boquitas pintadas (son rubias de New York) me sugería glamur, inmenso glamur. Justo lo que no tiene la trama folletinesca de un Don Juan provinciano, en un ámbito gris. Que el glamur sea un ansia y no una realidad en el texto no es defecto ninguno, pero yo sufrí el espejismo del lector apriorístico.
Cada vez, desde ahí, fui entendiendo mejor la narrativa de Puig, y me quedo con The Buenos Aires Affair, obra aparentemente policial que repasa el mundo de una Argentina convulsa y todavía dorada entre 1930 y 1969. Con los días finales del marginal Leo Druscovich. Fue (si no me equivoco) la última de las novelas del autor cuya primera edición, en Sudamericana, es argentina. Y claro, El beso de la mujer araña, con el marica Molina y sus relatos de cine para el torturado izquierdista Valentín, con quien comparte celda. Es verdad –Muñoz Molina lo insinúa en el mejor de estos prólogos– que parece que Puig escribió para ahora. Y es que todo notable escritor tiene varias lecturas y la más definitiva la da su nueva visión en un tiempo diferente.
[Américo Castro y la morada vital de España]
Manuel Puig murió en Cuernavaca –México– en 1990, porque fue a operarse allá de algo que no era grave. Guillermo Cabrera Infante, que lo quería mucho, decía entre amigos, que Puig había cometido el error de buscar una operación barata. Recuerdo una tarde en que alguien le preguntó (reunión de amigos) por qué se había ido definitivamente de Nueva York, y Manuel con su sobrio gesto coqueto, contestó: “¡Ay, los hombres se están poniendo tan caros!”.
Conocí a Manuel Puig en 1980 entre amigos, era agradable y no temía parecer banal porque sabía no serlo. Le gustó Gustavo Domínguez (antiguo editor de Cátedra) pero cuando le dije que no, que estaba casado, Manuel me dijo con un guiño malevo: ¿Y si arrojamos a la mujer por la ventana? Claro que era seducción y juego, como en la mujer araña. Me regaló dedicada en 1982 su novela recién aparecida Sangre de amor correspondido. El querido Severo Sarduy (entre Lezama y Tel Quel) parecía entonces más nuevo, hoy parece Manuel Puig –lo dije, muy cerca y lejos– el más íntimamente alambicado. Besos.
En pantalla grande
William Hurt ganó el Óscar en 1985 por El beso de la mujer araña, de Héctor Babenco, con la que ya había obtenido el premio al mejor actor en Cannes. La película estuvo nominada en otras tres categorías, entre ellas la de mejor filme. Para Puig eso significó la consagración mundial de su juvenil pasión cinematográfica, nunca debidamente consumada pese a sus estudios de dirección en Roma, sus guiones (no filmados) y sus desempeños en rodajes como asistente de dirección y diálogos. Antes, en 1974, el maestro Leopoldo Torre Nilsson adaptó su novela Boquitas pintadas (Premio Especial del Jurado y Concha de Plata en San Sebastián) y el también argentino Raúl de la Torre llevó a la pantalla, en 1982, Pubis angelical, protagonizadas por Alfredo Alcón. Manuel Puig coescribió los tres guiones con los respectivos directores.