Nacido en una familia católica conservadora y nacionalista (su abuelo fue miembro del IRA y participó en el Alzamiento de Pascua de 1916), Colm Tóibín (Enniscorthy, Irlanda, 1955) semeja una mezcla de boxeador retirado y de secundario de El hombre tranquilo, de John Ford. Nadie más alejado que él de la imagen del escritor exquisito y presumido, aislado en su viejo castillo de palabras y afectos. Amable y generoso de su tiempo, conversa con El Cultural sobre su décima novela, El mago (Lumen), desde Los Ángeles, donde vive gran parte del tiempo, que reparte también entre Dublín y los Pirineos.
Y no es su único vínculo con España: siendo adolescente, en el internado, Tóibín descubrió la literatura y que era homosexual en una época en la que serlo equivalía a ser un apestado social en la vieja Irlanda. Quizá por eso, tras graduarse en la University College Dublin se instaló en Barcelona, donde vivió entre 1975 y 1978, mientras la ciudad, como el resto de España, se transformaba disfrutando de nuevas libertades. Precisamente este miércoles 29 de junio vuelve a la ciudad condal para participar en un encuentro junto al escritor Jordi Puntí que se celebra en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), donde reflexionará sobre el poder de la ficción para explicar las vidas de los grandes creadores. Al día siguiente, el Palau de la Música Catalana acoge la conversación Un ejercicio de memoria a través de la música, en la que también participa.
A su regreso a Dublín, en 1978, se convirtió en reportero político y articulista, y durante tres años fue editor de la revista política Magill. Publicó su primer libro, el relato de un viaje por la frontera irlandesa, en 1987, y su primera novela, El Sur, en 1990.
[Colm Tóibín, en el nombre de la madre]
Pregunta. Creo que comenzó a investigar sobre Thomas Mann en 2005: ¿cómo surgió la idea de hacer una novela biográfica sobre un escritor tan controvertido y fundamental?
Respuesta. Cuando aparecieron los Diarios de Thomas Mann, los biógrafos se pusieron manos a la obra para reexaminar su vida. En 1996 aparecieron tres espléndidas biografías suyas en inglés. Después se publicaron otros libros sobre miembros de su familia y también las breves memorias de su viuda. Todos estos libros descubrían a un hombre diferente, mucho más ambiguo e interesante que la imagen convencional del escritor como un erudito serio y estable.
P. ¿Cuáles fueron los principales desafíos que le planteó la novela?
R. Los problemas más importantes fueron cómo jugar con el tiempo y cómo lidiar con seis niños, los seis hijos del escritor. Es muy difícil tener seis niños en una novela y mantener al lector al día de cada uno de ellos. Yo quería que la historia se desarrollara sin que ni Mann ni el lector supieran lo que venía a continuación. Quería que sucediera en tiempo real. Esto significaba que tendía que dejar claro lo que estaba sucediendo en 1914 o en 1933 o en 1939. Y debía de tener cuidado de no incluir demasiados antecedentes políticos, aunque algunos eran inevitables, tenían que estar ahí.
“He querido crear la ilusión de que estás viendo el mundo desde la perspectiva de Thomas Mann”
P. ¿Qué relación tienen The master (Henry James), El mago (Thomas Mann) y usted?
R. Hay algunas, pocas, similitudes accidentales: como ellos, yo también soy el segundo hijo de una familia de cinco hermanos, también soy homosexual y también soy escritor. Y, como Mann y James, he vivido fuera de mi país. Pero estas dos novelas no son formas de autoexploración. Traté de imaginar dos personajes completamente diferentes a mí.
En realidad, la clave está en cómo vivieron James y Mann su homosexualidad, “una forma mucho más ambivalente” que la del irlandés. “Como homosexuales, tuvieron vidas extraordinarias, ambiguas, ocultas y enmascaradas”, confirma, para subrayar su interés por la manera en que esto les condicionó como autores, como individuos, y en cómo les dañó.
P. ¿Cuánto de ficción y cuánto de realidad hay en El mago?
R. Si yo escribo que Thomas Mann estaba en Múnich, realmente estuvo allí. Cuando narro dónde conoció a Schoenberg, así fue... Y cuando cuento que vio a un joven muy bello en la playa de Venecia, lo sé bien porque su mujer nos lo cuenta en sus memorias. El andamiaje es un hecho; la estructura es ficción. Verás, mi tarea no es seguir los hechos sino crear una ilusión, la ilusión de que Mann está en la habitación, o mejor, la de que el lector está en su mente y conoce sus intenciones. He querido crear la ilusión de que estás viendo el mundo desde la perspectiva de Mann, de que todo se percibe desde su punto de vista. El esfuerzo es ser inmersivo, para que el lector pueda vivir esta vida emocionalmente, de manera vicaria”.
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P. ¿Por eso decidió su estructura y estilo?
R. Tuve que elegir entre tomar una pequeña parte de su vida —su infancia, por ejemplo— o intentar dramatizar su vida entera. Elegí la última opción porque pensé que la historia resultaba mucho más interesante si además se contaba en tiempo real. No intenté en ningún caso imitar su estilo o encontrar un estilo que combinara con el suyo. El libro está escrito en un estilo mucho más simple.
P. Su Thomas Mann se enfrenta al problema de la responsabilidad del escritor en tiempos críticos. ¿Cómo fue su evolución política?
R. En, digamos, 1910, habría sido posible describir a Thomas Mann como un burgués apolítico o en todo caso conservador. A finales de 1914 lo encontramos convertido en un alemán militarista exaltado y en un nacionalista. En 1921 dejó de ser monárquico para convertirse en demócrata convencido. Pero continuó evolucionando, nunca tuvo una postura inmutable.
El exilio
P. Uno de los pasajes más emocionantes del libro es el regreso del escritor a su Lübeck natal tras su exilio: ¿cómo vivió el autor de La montaña mágica su ausencia, cómo le afectó?
R. En 1941, Mann llevó a California el idioma alemán, su propio sentido de herencia y tradición y su portentosa imaginación. Fue allí, en el exilio, donde escribió su gran novela alemana Doctor Faustus. Exiliado en Suiza, Francia y Estados Unidos, continuó con su obra sin prestar demasiada atención a estos países. De hecho, abandonó América después de catorce años de exilio sin haber hecho un solo amigo verdadero. Escribió desde la pérdida. Estuvo en una especie de exilio desde muy joven. De joven, perdió Lübeck y escribió Los Buddenbrook para recuperarla.
P. ¿Qué le ha prestado al escritor alemán de su propia vivencia del exilio?
R. Como él, y como escritor, vivo en el lenguaje y en mi imaginación. Incluso cuando estoy en Los Ángeles, como ahora, me siento en Irlanda en muchos sentidos. El exilio nunca es simple. Llevas contigo mucho de lo que has dejado atrás.
P. ¿Por qué ha titulado la novela El mago?
R. El título del libro es casi irónico. Los hijos de Mann le llamaban El Mago. Él escribió La montaña mágica y el relato Mario y el mago. Y hay magia en algunas de sus novelas. Pero en otros sentidos, Mann fue un ciudadano cabal, no un mago.
“Admiro a Javier Marías por su estilo, su habilidad con la trama, su ironía. Y a Joan Brossa, pero ¿quién no?”
P. Hace un instante hablaba del exilio. ¿Cómo está viviendo la invasión de Ucrania?
R. Ha sido un shock absoluto para mí. Parece que ahora estamos lidiando con un enemigo real, no solo con Putin, sino con el mundo que podría llevarlo al poder absoluto y mantenerlo allí. Una vez más, al igual que con la crisis económica, también tenemos que estudiar detenidamente lo que está haciendo Alemania. Como de costumbre, vela por sus propios intereses. Todavía está comprando gas a Putin. ¿Sobre qué base, sobre una base moral? ¿Podría ser por puro interés?
P. Usted vivió varios años en Barcelona, ¿qué fue lo mejor y lo peor de esa época?
R. Lo único malo de esos años fue que la noche nunca era lo suficientemente larga. Fue un tiempo maravilloso. Pude presenciar una transición a la democracia y fui testigo de la expansión del uso del catalán. Fue una época en la que surgieron todo tipo de libertades, en la que mucha gente dio lo máximo de sí misma, y eso es inusual. Y creo que muchos de los cambios que se hicieron en la ciudad de Barcelona fueron buenos, aunque generaran a la larga nuevos problemas. Después de 1992, el mundo descubrió la ciudad, por lo que el problema ahora no es el tráfico, sino los peatones. Hay demasiados. Ahora tienes que esquivar gran parte de la hermosísima zona antigua de la ciudad.
“Thomas Mann abandonó América tras su exilio sin haber hecho un solo amigo. Escribió desde la pérdida”
P. Por cierto, ¿a qué autores españoles lee? ¿quiénes son sus preferidos y por qué?
R. Admiro a Javier Marías por su estilo, su habilidad con la trama, su ironía. Y admiro a Antonio Muñoz Molina, a Javier Cercas y a Rosa Montero por la forma en que lo personal se encuentra con lo político. Y luego está Enrique Vila-Matas, con su ingenio y sentido de la aventura. Recientemente he vuelto a revisar cuidadosamente los poemas de varios espléndidos poetas españoles y catalanes, como Joan Margarit, José Ángel Valente y Luis García Montero. Y yo soy admirador de Joan Brossa, pero ¿quién no lo es?
P. Hablando de poesía, creo que está a punto de publicar su primer poemario: ¿cómo es eso de debutar a los 67 años? ¿Siempre se ha sentido poeta?
R. Escribí poemas entre los doce y los veinte años. Y luego lo dejé durante treinta años. Durante los últimos quince, escribí uno o dos poemas al año. Y luego, en el primer año de la pandemia, pasé la mayor parte de cada día escribiendo y revisando poemas. ¡Y así tuve un libro! Y sí, tienes razón: estoy un poco viejo para publicar un primer libro de poemas. Me siento como un impostor, lo que probablemente sea un buen sentimiento para un escritor.
Hemingway como personaje
P. Algunas de sus novelas han llegado al cine y al teatro: ¿cuál es su adaptación preferida?
R. Sin duda alguna, la de Brooklyn, tenía un reparto maravilloso y fue una gran película. Me gustó mucho el guion de Nick Hornby.
P. ¿Para cuándo una novela biográfica sobre Hemingway, su maestro?
R. ¡No más novelas sobre escritores! Me interesan Henry James y Thomas Mann por sus ambigüedades, sus silencios, sus evasivas. En realidad, me cuesta tomar en serio a Hemingway como personaje, en parte por todo eso de posar frente a los barcos y las corridas de toros. Creo que hay algo de absurdo en que los extranjeros en España pretendan saber de toros. Admiro a Hemingway como artista. He aprendido mucho de él. Pero la personalidad pública es difícil de tomar en serio. Por otro lado, su novela El Jardín del Edén está repleta de pistas sobre cuáles eran sus deseos más secretos.