Elena Poniatowska: "Escribir requiere una especie de fe que nunca te da el periodismo"
La escritora mexicana evoca su vida y regresa a sus raíces en 'El amante polaco', una epopeya a través del tiempo sobre la historia de su antepasado Stanislaw Poniatowski, el último rey de Polonia
28 junio, 2022 10:32Dice que todo lo hace a la antigua. También, por supuesto, escribir. Elena Poniatowska enseña sus libretas ante la cámara cuando se le pregunta por sus hábitos de escritura. Tiene también una grabadora pequeña que alguien le regaló. Aunque ella es más de tomar notas. Y del sol de México, añade, o del pequeño jardín de su casa. “Vivo en una plaza preciosa”, afirma consciente de su enorme suerte. A sus 90 años, la escritora mexicana sigue aún en activo. “Recuerden que soy periodista, trabajo desde hace años en un tabloide de izquierda que se llama La Jornada. Tengo que proporcionar artículos, uno al menos cada domingo, lo que ya es un trabajo”, cuenta por videollamada durante la presentación de su último libro en España, El amante polaco (Seix Barral).
Nacida en París, donde vivió hasta los 10 años, el único contacto de Poniatowska con Polonia, el lugar de origen de sus antepasados paternos, se dio a partir de alguna exposición o conferencia que visitó de niña. Solo una vez a lo largo de su longeva vida viajó a Varsovia, Cracovia y Danzig. Fue en 1966. También, cuenta, quiso aprender polaco en otra ocasión. Tenía 24 o 25 años y acudió a clases durante algún tiempo. Después su profesora se marchó de México. “Lo siento muchísimo –se disculpa–. Me duele, pero lo dejé”. Ahora, la escritora se enfrenta a su tarea más ambiciosa y personal, la de reconstruir la historia de su antepasado, el último rey de Polonia, en una novela que mezcla lo contemporáneo con el pasado y que narra además la huida de una joven Elena y su familia a México, mientras se entrega a una vida volcada en la escritura, marcada por encuentros con políticos y guerrilleros, pero también por amores y pérdidas.
“No tengo claros los objetivos en mi vida –confiesa–. Trabajo como una hormiga todos los días. Y también trabajé en la escuela como una niña buena que no quería quedarse rezagada. Yo no siento que haya tenido más que objetivos muy pequeños, y al escribir El amante polaco recordé a mi familia. Empecé a leer varios libros sobre los Poniatowski y Polonia y aquello fue un aprendizaje. Un momento muy iluminador y de mucha alegría para mí”.
Poniatowski, un rey sensible
Descendiente indirecta del rey polaco, Poniatowska lo describe en sus primeras páginas como un hombre culto, que promovió la ciencia y colocó a Polonia en alta posición en todos los campos del saber. “A pesar de tener en su contra a tres de los más poderosos países de Europa, y de sufrir la enemistad rusa y la indiferencia del resto de las naciones –narra–, Poniatowski hizo todo por aliviar la pobreza de los campesinos polacos que vivían al servicio de una nobleza complaciente consigo misma y celosa de sus privilegios y tradiciones”. Un hombre cercano a las letras y al saber del que ahora, la escritora, resalta que muchos “tendrían que aprender de él”.
Pero no solo de él. “También desde muy niña a Catalina la Grande le enseñaron a bailar y a leer. Los dos se comunicaban en francés. Catalina era alemana y aprendió polaco y ruso, el idioma de sus vecinos. Era una mujer muy poderosa, mucho más que Poniatowski, en todos los sentidos. Y además él se enamoró de ella y cuando uno se enamora se queda como decimos en México ‘cuchiplanchado’. No hay mucha posibilidad de actuar como un soberano entonces. Y menos al lado de una señora alemana tan poderosa y tan inteligente. Creo, por lo que leí, que Poniatowski era mucho más sensible que Catalina de Rusia. Pero de todos modos ahí la sensibilidad no es de lo que hay que saber. Lo que había que saber era a ordenar, no solo la cabeza, sino dar órdenes a los demás”, opina.
Del plano histórico a su propia vida, la escritora reconoce que si algo le resultó particularmente difícil de escribir fue el episodio en el que narra la agresión sexual que sufrió por parte de un “maestro”, de quien quedó embarazada, y que ella nunca nombra, aunque se ha señalado que se trata del también escritor Juan José Arreola. “Obviamente, ese capítulo es el que más me costó porque yo no estaba muy segura. Yo tuve a mi hijo en Roma en un convento de monjas. Durante tres meses nadie me dirigió la palabra, nadie me habló, era como una muchacha apestada. De todos modos, yo creo que ahí había una gran conciencia, una gran capacidad de vivir una novela, porque incluso la tía que quería adoptar a mi hijo lo primero que dijo al llegar a Italia fue: “Muchachita, te vamos a dejar escribir novelas pero no vivirlas”.
“¿Que por qué tuve la necesidad de escribirlo? –contesta a una pregunta con otra–. ¿Cómo iba a dejar yo ese hueco, cómo iba a dejar eso sin explicar? Además, lo consulté con mi hijo, le llevé las hojas, y a él le pareció que estaba bien. Era a él a quien tenía yo que consultar, con quien tenía una obligación moral”.
Comprometida y combativa
Tradicionalmente comprometida y activista, y declarada feminista, Poniatowska siente que las cosas no están del todo bien hoy y se lamenta por los feminicidios que asolan México, el maltrato a las mujeres y las diferencias entre clases sociales. “En México hay una enorme pobreza y las mujeres vienen del campo a hacer el trabajo que no hacen las amas de casa por un sueldo que depende de la generosidad o la amabilidad de esas dueñas”, denuncia.
“Todo ese mundo, con ese abismo entre una clase social y otra es algo que también he reflejado en mi obra, porque no solo sucede en México, sino en varios países de América Latina”, asegura. Como, por ejemplo, en Perú. Allí, hizo un prólogo para un libro que se tituló Se necesita muchacha, un cartel que podía verse en algunas ventanas de Lima. “Todas esas historias se me grabaron y quise denunciarlas. En general, como todo lo que se refiere a la pobreza, tiene que ver con la denuncia, siempre hay que denunciar el maltrato”, afirma combativa.
En ese sentido, se muestra igual de vital que como escritora o periodista. “Vengo de un país donde pocos tienen las oportunidades que yo tuve. Hay muchísimos niños, sobre todo niñas, que no van a la escuela. Hay muchísimas colonias insalubres y tremendamente pobres en torno a Ciudad de México. Y de verás te duele salir y ver las pocas oportunidades que hay para mujeres que para mí son sorprendentemente muy inteligentes”. Como su asistenta Martina García. “Ella es una ‘chaparrita’ inteligente como ella sola. No sabe leer, ni escribir, no tuvo oportunidad, pero lleva esta casa como un general de división –bromea–. Ella decide quién entra y quién no y toma decisiones que yo no si quiera podría soñar. Demuestra tener un carácter y una fuerza que me deja apabullada. Dependo de ella totalmente y ella sola con su propia inteligencia ha logrado sacar adelante a su hijo Omar. Es admirable, un ser humano absolutamente excepcional. Todos los días aprendo de ella”.
Del periodismo a la literatura
“Escuchar, siempre escuchar”. Poniatowska se resiste a abandonar su vocación porque como ella misma dice, y escribe y cuenta, le gusta prestar atención a los demás. “Toda la vida he hecho entrevistas, me gusta muchísimo ir al otro y preguntar. Cuando intenté hacer editoriales, es decir, sacar de mi propio pecho alguna opinión política, sentí que yo misma me aburría, que estaba pontificando y no era mi manera de ser. En cambio, a nadie le gusta hacer entrevistas porque el mérito es pequeño, porque tú eres el idiota que vas y haces preguntas y estás en un plano menor. A mí sí. Aunque eres el que puede ser regañado por haber tomado mal las palabras o no haber comprendido bien. Recuerda que cuando yo me inicié, hace 60 o 70 años, no había grabadoras. Yo todo lo escribía. Aprendí taquigrafía, pero siempre fui muy desconfiada. Lo que sí puedo decir a favor mío es que he sido muy trabajadora, desde muy joven”, comenta orgullosa.
Periodista desde 1953, llegó a publicar una entrevista por día durante todo un año. Sin embargo, el salto a la escritura no fue fácil. “He vivido con la sensación de no saber si voy a poder hacerlo. A mí me ha costado trabajo saltar del periodismo, la entrevista o la crónica a la novela o a la poesía”. En parte, señala, porque su idioma materno era el francés y durante sus primeros años estudió en inglés. “Mi formación no fue una formación en español. Leí Platero y yo tardísimo. Y lloré con él. Pero ya todo el mundo lo había leído salvo yo. Después aprendí a través de machacarlo todos los días y de leer a los grandes escritores mexicanos, a Octavio Paz y a Carlos Fuentes. Con ellos tuve mucha suerte –reconoce–, porque iba a entrevistarlos y todos se hacían mis amigos. Me invitaban a comer y me volvían a buscar. Eso creó una especie de familia y, a lo largo de los años, hasta que ellos murieron, siempre estuvieron a mi lado. Rosario Castellano también. Y Elena Garro. Todo ese círculo de propuestas literarias y también propuestas de vida me acompañaron desde que me inicié en el periódico”, recuerda.
Así, influida por este círculo literario, finalmente, dio el salto. En los años 60, Poniatowska publicó su primer libro de relatos, Lilus Kikus, seguido por Todo empezó el domingo, y más tarde por Hasta no verte Jesús mío y La noche de Tlatelolco con las que obtuvo el reconocimiento internacional. Las diferencias entre literatura y periodismo, se volvieron obvias. “Yo creo que para escribir uno necesita manos muy libres e ir sin prisa, un tiempo que no se requiere en el periodismo. Durante una época, escribí en la redacción del periódico, sonaban todas las máquinas al mismo tiempo y la campanita cuando se pasaba al otro renglón, a mí eso me distraía mucho. Jamás hubiera podido escribir un cuento, y mucho menos una novela, en la redacción de un periódico. Escribir necesita un estado de espíritu, una especie de fe, que no te da nunca el periodismo. En el periodismo lo único que sabes es que tienes que ser exacto”.
Incansable, además de sus artículos semanales, Poniatowska se encuentra ahora trabajando en una novela sobre la figura de su madre, que condujo una ambulancia durante la guerra. “Mi madre fue una mujer que me marcó tremendamente y todavía quisiera escribir sobre ella –comparte–. Tendría que dejar el periodismo, yo creo que ya me toca”, afirma sonriendo y con la boca pequeña. ¿Será capaz de dejarlo? Hagan sus apuestas.