Hay ocasiones en que el pensamiento se encuentra con la acción y eso es lo que le pasó a la obra de Murray Bookchin (1921-2006), pionero pensador ecologista de origen neoyorquino, cuando cambió el modo de ver el mundo de Abdullah Öcalan. Histórico líder de los separatistas kurdos que fue encarcelado a perpetuidad por Turquía en 1999 y ha estado confinado desde entonces en una isla del Mar de Mármara, Öcalan abjuró del marxismo-leninismo tras conocer la obra de Bookchin, pasando a defender una suerte de municipalismo libertario y confederal que ha influido sobre sus seguidores sin por ello conmover a las autoridades turcas.
Tal como ha explicado Janet Biehl, la más destacada discípula de Bookchin, este último había seguido por su cuenta la misma trayectoria ideológica que Öcalan: tras haber sido marxista en su juventud, acabó convencido de que el socialismo estaba lastrado en origen por su dogmatismo autoritario y su tendencia a la explotación del medio ambiente. De ahí su apuesta por una forma particular de anarquismo, el municipalismo libertario o comunalismo, capaz de hacer frente a la máquina homogeneizadora del Estado-nación. Su objetivo último es ambicioso: recuperar un estado anterior de la organización humana caracterizado por la armonía social y ecológica.
Una entretenida y a la vez sofisticada teorización de esta idea es lo que encontrará el lector que se asome a Ecología de la libertad, seguramente la obra más influyente de Bookchin, en la nueva edición que ha preparado Capitán Swing. Hablamos de un trabajo que vio la luz en 1982, cuando el movimiento ecologista que había asomado la cabeza en los años 60 se esforzaba por amasar potencia persuasiva.
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Tras llamar la atención con un mensaje catastrofista que la crisis del petróleo parecía venir a confirmar, el pensamiento de izquierdas monopolizó inicialmente la oferta teórica ecologista; la sociedad sostenible del futuro asumía de manera predominante la forma de eso que Boris Frankel llamó “utopías post-industriales”. Incluso los pensadores ecosocialistas se veían con ello obligados a reformular el pensamiento de Marx sobre bases menos prometeicas.
En ese rígido contexto intelectual, Bookchin representaba algo distinto: su defensa de la libertad individual se traducía en una exploración histórico-antropológica de las bases de la dominación entre seres humanos, entendida como raíz de la dominación humana de la naturaleza. Su propuesta se basaba en el uso de una tecnología verde a pequeña escala gestionada por comunidades locales descentralizadas, que se gobiernan a sí mismas en régimen de democracia directa.
Bookchin quiere reconciliar la naturaleza con la sociedad mediante la rearmonización de lo humano con lo humano
Es más, Bookchin cree que el individuo debe liberarse mentalmente de su sujeción a la jerarquía; solo entonces podrá abrazar los placeres de la vida —la sensualidad frente a la abstracción— en un marco social caracterizado por el ejercicio de la libertad. La influencia de la Escuela de Frankfurt, Max Weber mediante, es clara: el problema no está en la razón, sino en la racionalización; en un logos, dice Bookchin, reducido a lógica.
De acuerdo con su propia distinción, Bookchin defiende la utopía frente al futurismo: quiere reconciliar la naturaleza con la sociedad mediante la rearmonización de lo humano con lo humano. Ahora que las preocupaciones medioambientales han pasado de los márgenes al centro de la vida social contemporánea, la recuperación de las obras pioneras del ecologismo fundacional reviste un indudable interés.
Aunque muchas de sus propuestas sigan siendo más extravagantes que viables, conservando como conservan en muchos casos todo su air du temps, sus autores alimentan la reflexión interdisciplinar acerca de un asunto complejísimo —el pasado y futuro de las relaciones socionaturales— sobre el que no se ha dicho la última palabra.