Como dice de sus queridas hermanas Brönte, Rosa Montero arde de pura vida, de pura energía, quizá porque, siendo niña, estuvo recluida en casa de los 5 a los 9 años por culpa de la tuberculosis.
También por eso, “a los veintitantos” se recuerda exaltada y feliz, rebosante de tanta fuerza que debía quemarla como fuese: “Sí, a veces iba caminando por la calle, con mi bolso y mi tabaco, y tenía que ponerme a correr porque sí. Y para que la gente no pensara que estaba completamente loca, fingía que intentaba subir a un autobús”...
Varias décadas después, la escritora, nerviosa por naturaleza pero amabilísima, recibe a El Cultural en su casa del centro de la ciudad, frente al parque del Retiro, en el mismo portal en el que vivó alguien tan distinto y distante como Agustín de Foxá.
Aunque quizá todo sea un sueño, porque dice la escritora que los límites entre la realidad y la ficción le resultan desde siempre inciertos y quebradizos, y que a veces no sabe si algo que recuerda lo ha vivido en realidad, lo ha leído, se lo han contado o lo ha soñado.
De eso, de esas fronteras ambiguas, de las tormentas perfectas de la mente y las relaciones entre la locura y la creación trata su último libro, El peligro de estar cuerda (Seix Barral), encaramado en lo más alto de las listas de los más vendidos desde su aparición.
Mientras esperamos el ascensor, Petra, su pequeña teckel, nos da la bienvenida a ladridos, desconfiada y feliz. Luego nos acompañará, indiferente, durante toda la conversación.
“En Twitter ya he aprendido que a los odiadores no hay que contestarles jamás, jamás, porque les favorece”
Pregunta. Da la impresión de que El peligro de estar cuerda es, en más de un sentido, el libro de su vida, y también el más autobiográfico… ¿Era solo cuestión de tiempo que se investigara a sí misma, como si de un caso policial se tratara?
Respuesta. Bueno, son temas a los que llevo dando vueltas desde que era pequeña, incluso los he tocado en otros libros como La loca de la casa y La ridícula idea de no volver a verte. Lo que pasa es que hace como cuatro años recibí uno de esos telegramas increíbles que te manda el inconsciente, cuando estaba terminando La buena suerte, y supe que el siguiente libro sería éste.
Comenzó entonces a analizar el tema de manera sistemática, tomando notas de los trabajos de los expertos (neurólogos, psiquiatras, especialistas en adicciones); de testimonios de otros artistas y de su propia introspección y autoanálisis, “que es una vía de conocimiento muy buena, siempre y cuando seas implacable, y te estudies como el entomólogo estudia un coleóptero”. Acabó con cuatro cuadernos atestados de datos y testimonios, y con montones de cartulinas con los más de setenta temas que quería tocar.
Y sintió, claro, “un ataque de pavor absoluto, porque pensé que no iba a ser capaz de abrirme paso a través de ese bosque de datos... Era tan farragoso, tan enorme, que pensé que lo iba a tener que tirar, como me ha pasado con otros libros. Hasta que tomé una decisión crucial, la de meterme en el libro como me meto en las novelas, desde la intuición y la emoción. Cerré los ojos y me puse a caminar”.
P. Recuerda en el libro alguna manía de escritores famosos, como Kafka (que masticaba cada bocado 32 veces) o Rousseau (un consumado masoquista y exhibicionista). ¿Cuáles son las suyas, confesables o no?
R. Bueno, en el libro menciono mi dermatilomanía: me arranco los pellejos de los dedos y me hago heridas y ampollas. Ahora no tengo, pero puedo hacerme unas heridas tremendas. Soy bastante obsesiva porque si no, no sería novelista; no sé, también me insulto por las calles…
[Rosa Montero, en busca de su suerte]
P. Maniática o no, entre los 17 y los 30 años sufrió ataques de pánico y se sintió “desgarrada de la piel del mundo”.
R. Más que ataques, fueron temporadas de pánico muy inhabilitantes, porque esas crisis vienen acompañadas de agorafobia: te da miedo salir, conducir, te da miedo todo, y eso es lo que hay que aprender a superar, el miedo a perder contacto con la realidad.
P. ¿Y cuándo comprendió que la escritura podía ser la solución al pánico?
R. La verdad es que eso fue una deducción a posteriori, pero sí, veinte años después del último ataque comprendí lo importante de perderle el miedo al miedo y luego de empezar a publicar de manera constante novela, no periodismo, porque el periodismo no sirve para hacer esa costura con lo real que necesitas. El binomio que funciona es dedicarte a la ficción, que te la publiquen y que te lean, que haya alguien en el otro lado que te diga que es como tú, que comparte tu mundo más íntimo. Eso tiene un efecto tan sanador, tan estructurante, que te permite coserte a esa realidad tan poco fiable y tan fugitiva.
“El binomio que funciona es dedicarte a la fic-ción, que te lean y que haya alguien que te diga que es como tú”
P. ¿Qué relación tienen, pues, creatividad y locura?
R. Hay quien cree que para ser artista hay que estar loco, pero yo creo que somos primos hermanos que compartimos lo que el premio nobel Eric Kandel define como una mala conexión neuronal, un mal cableado. Pero estar loco no te hace artista: cuando Hölderlin enfermó, dejó de escribir.
P. Tras la pandemia se ha normalizado hablar de la enfermedad mental, pero ¿han terminado los prejuicios?
R. Bueno, es como si se hubiera abierto un poco la puerta, pero ahora es cuando la tenemos que abrir del todo. 2021 fue el año de la salida del armario de los trastornos mentales, y fue por la Covid: como la salud había empeorado tanto en todo el mundo, el tabú saltó por los aires, pero sólo estamos empezando a poner palabras a una realidad inmensa. Es una tragedia que la sociedad sea tan enferma como para ocultar estas enfermedades. Dice la OMS, y yo estoy convencida de que se queda muy corta, que el 24 por ciento de la población mundial va a tener antes o después en su vida un trastorno mental. Esto supone tal enfermedad social, tal dolor y una condena tan enorme para muchas personas a un infierno totalmente innecesario, que les estás condenando a una muerte en vida, pero si tú les insertas en la realidad, pueden vivir una existencia plena. Isaac Newton tenía delirios psicóticos y Madame Curie, por ejemplo, sufría depresión.
Víctima del síndrome de la impostora
P. Pero España es uno de los países con menos especialistas en salud mental. ¿No habría que aumentar al menos los presupuestos?
R. Desde luego, España es una catástrofe comparada con los países de nuestro entorno en este tema. Además de ser el país con menos médicos de salud mental por número de habitantes, somos el país más alto de Europa, y uno de los más altos en el mundo, en consumo de ansiolíticos. Los médicos de familia recetan benzodiacepinas como si fueran pastillas de menta… Y mira la paradoja: sigue siendo un tabú, un estigma, y con eso hay que acabar ya, no podemos permitir que esa rendijita que se ha abierto un poco se vuelva a cerrar porque la inercia social es volver a cerrarla cuanto antes.
“España es una catástrofe en el tema de la salud mental, se recetan ansiolíticos como si fueran caramelos”
P. Hablando de enfermedades, ¿alguna vez ha sufrido el síndrome de la impostora, tan común entre las mujeres que triunfan?
R. Todo el rato, y estoy segura de que tú lo tienes también, como también lo padecen muchos hombres. Lo que pasa es que tienes que ir construyéndote mientras, como decía Janet Frame, vas caminando por encima de cristales.
P. ¿Y cómo se supera?
R. Jugándotela muchas veces, no arrugándote, aunque lo pases fatal. Al final te das cuenta de que te has puesto en riesgo diez, veinte veces y no ha salido tan mal. Hay que atreverse, hay que ponerse en riesgo.
P. Y vivir según su lema, sin pena ni miedo...
R. Sí, sí, mira, incluso me lo he tatuado (y muestra el verso de Raúl Zurita, “Ni pena, ni miedo”, impreso en su espalda cerca de la nuca).
[Rosa Montero: “Todos tenemos la necesidad de imaginarnos en otras vidas”]
P. Es de los pocos autores que mantiene una relación fluida con sus seguidores en las redes: en Facebook se cita el primer sábado de cada mes con ellos, les da consejos, lee los relatos y novelas que le envían....
R. Sí, sí, fue durante el confinamiento y fue alucinante. Imagina, al final de todo aquello se publicaron tres libros. Se me ocurrió hacer dos encuentros a la semana, a los que se conectaban como mil personas de todo el mundo, y luego la veían en diferido otros miles más. Montamos una especie de taller literario pero el problema fue que me mandaban cientos de escritos y yo los leía todos, preparaba las sesiones. Por eso tuve que dejarlo en un encuentro el primer sábado de cada mes.
P. Sin embargo, en Twitter tiene verdaderos odiadores anónimos: ¿reflejan quizás la acritud de nuestro panorama político y social?
R. Bueno, en Twitter ya he aprendido que a los odiadores no hay que contestarles jamás, jamás, jamás, porque les favorece, por el algoritmo, les das más visibilidad, así que, te digan lo que te digan, no hay que contestarles nada, nunca, jamás.
“No creo que tengamos la peor generación de políticos en el peor momento, pero, desde luego, buena no es”
P. Hablando de odiadores y crispación, ¿tienen razón quienes piensan que sufrimos la peor generación de políticos en el peor momento?
R. Uno tiende a pensar siempre que está viviendo en el momento más álgido de lo que sea, de todo, pero no, la peor no creo que sea, pero desde luego buena no es. Las redes están haciendo mucho daño, estamos todo el día en el salvaje oeste. Es absurdo, no podemos darles tanto lugar a los odiadores cuando son la típica gente que antes estaba en la barra del bar, insultando y odiando a todo el mundo, y nadie les hacía caso, la gente les hacía un vacío sanador. Ahora les hemos dado atención, y eso simplemente también demuestra la falta de madurez de la sociedad a la hora de calibrar y de valorar las cosas.
P. ¿Sigue pensando que los nuevos políticos populistas son unos payasos?
R. Son unos payasos, pero también a Trump lo considerábamos un payaso y mira la que estuvo a punto de montar, fíate tú de los payasos. Y luego, llevándolo al extremo catastrófico, imagínate a ver si eran payasos Hitler y Mussolini, que parecían artistas haciendo una sátira, uno con el bigotito, el otro con esos gestos y esa mirada desorbitada. Fueron gente los dos primeros peligrosísimos, Trump, considerablemente peligroso, y nuestros payasos más cercanos, está por ver. Nos parece que cumplen con las más elementales reglas de cordura, de civilidad, pero sus payasadas nos pueden conducir a extremos muy peligrosos. En el fondo, a mí siempre me han dado mucho, muchísimo miedo.
P. ¿Cómo valora la actuación de Podemos como socio de gobierno?
R. No sé, algunas cosas me gustan, no siempre ni todo el rato, pero en algunos temas me gustan las cosas que han hecho y que hacen. Por ejemplo, al principio no me gustaba, pero últimamente debo reconocer que Irene Montero está luchando por sí sola como una leona por cosas que realmente me parecen importantes. Luego, en otras cosas me parece que dicen patochadas, pero también creo que algunos socialistas las dicen igualmente.
P. ¿Y la situación actual del nacionalismo? Por ejemplo, ¿tiene solución el problema del independentismo catalán?
R. No tiene una solución fácil en absoluto. Verás, yo soy completamente contraria a los nacionalismos, creo, como decía Einstein, que el nacionalismo es una enfermedad infantil del ser humano, es el sarampión de la humanidad, pero es que también la realidad es muy cabezota: se ha ido dejando que fuera creciendo, por ejemplo, en Cataluña, y en todas partes, en realidad. Es un fenómeno muy interesante: siempre, cuando la realidad se abalanza de una manera muy drástica hacia una meta, surge inmediatamente una reacción contraria. Y como uno de los movimientos más evidentes del siglo XX fue hacia la supranacionalidad y hacia instituciones como la Unión Europea, la disolución de las fronteras, justamente contra eso surgió la atomización patriótica, patriochiquera que ahora campa en Cataluña...
“En todo el mundo hay un nacionalismo cada vez más reductor, de volver a la horda, que además protege mucho”
P. Pero usted defiende la supranacionalidad...
R. Sin duda alguna, creo que es, que debe ser el futuro, aunque por otro lado están surgiendo como setas en todo el mundo esas otras tendencias hipernacionales de un nacionalismo cada vez más reductor, y más encerrado, y más ensimismado, y más de volver a la horda, porque la horda además protege mucho.
P. ¿Qué podemos o debemos hacer entonces con los intolerantes, nacionalistas o no, que se niegan al debate y que pretenden imponer sus ideas por la fuerza?
R. Convivir con ellos en tanto en cuanto esa intolerancia no pase los límites legales, es decir, mientras no intenten imponerme su intolerancia, ya sean antiabortistas, nacionalistas o cosas así. En tanto en cuanto su intolerancia no altere los derechos de los demás, habrá que aguantarlos.
Los desplazados y el calentamiento global
P. ¿Qué nos ha pasado para que se haya acentuado nuestra falta de empatía por el otro, por el que viene de una guerra o de una hambruna atroz, y ahora lo sintamos como un problema y un peligro? ¿Estamos haciendo del resto del mundo una prisión?
R. No es solo eso, es que el número de refugiados es muchísimo mayor que nunca, es inabarcable e inasumible. Europa ha fracasado con las crisis humanitarias últimas. Con Siria el desastre ha sido tan gigantesco. Y no es más que el principio… Es uno de los grandísimos retos del futuro, porque además con el calentamiento global va a haber cada vez más y más y más millones y millones de desplazados, y si no sabemos cómo enfrentarnos a eso, que es un reto colosal, el mundo que viene va a ser inhabitable.
P. Algo de eso aparecía ya en las distopías de su Bruna Husky. Parece que están empezando a cumplirse, ¿no?
R. Sí, pero es porque he intentado hacerlas muy realistas y siguiendo los últimos datos científicos, tecnológicos y sociológicos. Y sí, por desgracia tengo el temor de que pueden acercarse mucho a la realidad.
Mientras eso llega (esperemos que no), Rosa Montero nos confirma que le dan mucho miedo los próximos meses y que le espera un otoño “de pegarme un tiro, de no parar, desde el 29 de agosto, que me voy a Querétaro y luego a Ciudad de México, hasta mediados de diciembre. Se me mezclan cosas, actividades, propuestas, y también voy a ir a Francia porque se acaba de publicar allí La buena suerte y la quiero apoyar. Y tengo algo, bueno, es una de las alegrías de mi vida..., ay, que no sé si se puede contar... Bueno, te la cuento. Pero no lo publiques, por favor”.
Y sí, me lo cuenta. Cuando acaba de explicarme cómo, cuándo y por qué la hace tan feliz, palmotea de alegría. “Es que me chifla… ¡qué ilusión!”. ¿O lo habremos soñado las dos?
Estudió periodismo y psicología y formó parte de grupos de teatro independiente mientras empezaba a colaborar en prensa. Rosa Montero (Madrid, 1951) debutó como novelista en 1979 con Crónica del desamor. Después vendrían, entre otras, La hija del caníbal (1997), La loca de la casa (2003), La ridícula idea de no volver a verte (2013), La buena suerte (2020) y El peligro de estar cuerda (2022). Traducida a una veintena de idiomas, en 2017 obtuvo el Premio Nacional de las Letras.