La unánime aceptación de la influencia decisiva de la Ilíada y la Odisea en la cultura occidental contrasta con los inagotables debates que siguen suscitando la figura de Homero y los procesos asociados a la génesis y la composición de las obras que se le atribuyen. En el registro de grandes especialistas que han intentado arrojar luz sobre estas cuestiones figura la helenista francesa Jacqueline de Romilly (1913-2010), de quien Siruela recupera, con traducción de Susana Prieto Mori, su estudio Homère, publicado originalmente en 1985 y que en esta edición recibe el título Muros de Troya, playas de Ítaca. Homero y el origen de la épica.
La experta, que fue profesora de Griego Clásico en las universidades de Lille y París y la primera mujer en enseñar en el Collège de France, analiza el contexto de creación de la Ilíada y la Odisea, obras que suponen “tanto una culminación como un comienzo” y que son resultado de un largo proceso de transmisión cultural. Hacia el año 800 a. C., la costa de Anatolia está poblada por griegos. Es un momento de recuperación civilizatoria del que forman parte la colonización organizada, el auge del comercio y el desarrollo de una nueva escritura. En este contexto fueron compuestas las dos grandes epopeyas, que no obstante no quedarán fijadas hasta el siglo VI a. C.
Una tradición de siglos de poesía oral destilada en dos obras que adquieren un estatus fundacional. Las repeticiones de epítetos, fórmulas y estructuras de la Ilíada y la Odisea constituyen un recuerdo de esa poesía memorizada que está sujeta a inevitables limitaciones. “Procedentes de la poesía oral”, señala la especialista, “las dos epopeyas de Homero se separan de ella para abrir las puertas del reino de la literatura”.
Dos escuelas enfrentadas
Los debates sobre la unidad y la diversidad de las dos grandes obras tienen una larga tradición. Es lo que se conoce como la “cuestión homérica”, que ha enfrentado a “analistas” y “unitarios”: para la experta, “un diálogo de sordos”. Como síntesis conciliatoria surgió la escuela de los “neoanalistas”, que acepta la pluralidad de fuentes de Homero tanto como la homogeneidad, la radical originalidad y la altura literaria de sus obras.
Y, no obstante, la Ilíada y la Odisea son muy distintas: la primera trata de una guerra y enfrenta a los protagonistas de los dos bandos, mientras que la segunda es la historia del regreso a casa de uno de los combatientes. Pasamos de la vibración épica a la seducción de la aventura. Y afloran evidentes diferencias de tratamiento y enfoque en distintos ámbitos: social, político, moral, cultural... En la Odisea, los dioses intervienen menos en los negocios humanos. ¿Cabe hablar de distintos autores, de un Homero original y de una escuela de continuadores...? Fascinante e inacabable enigma. La solución más operativa, aconseja la profesora, es “seguir llamando Homero” a quien consideramos autor de estas dos epopeyas.
De Romilly observa que la lengua homérica, que combina formas de épocas diversas, es “una lengua aparte, hecha para la epopeya”, para la evocación de un mundo épico que es irreal y que, embellecido por el poeta, está poblado por seres superiores: dioses y héroes.
La composición de las dos obras es, para la especialista, “un milagro de perfección arquitectónica”. Se impone, sobre todo en la Ilíada, en la que la cólera de Aquiles y las posteriores etapas de su drama interior marcan el ritmo del relato, una poderosa impresión de unidad. La acción se concentra en poco tiempo pero ofrece una perspectiva global de una guerra que empezó nueve años antes. Los combates se suceden, con los dioses interviniendo a su antojo, y la suerte de los aqueos y los troyanos se va modulando en una singular dinámica de oscilaciones que está lejos de ser “un encadenamiento fortuito”.
En la Odisea acontecen distintas acciones en lugares diversos. El poema “remite a gran cantidad de tradiciones folclóricas sobre las aventuras del viajero”. La arquitectura es distinta pero también poderosa, con tres tiempos principales: la inquietud de Telémaco en los primeros cantos, Ulises en su relación con Calipso y los feacios y el regreso a Ítaca. Y una variedad repertorial de tonos y procedimientos, entre los que figura la narración de sus aventuras por parte del propio héroe. El poeta concede al personaje esta responsabilidad.
Frente al carácter coral de la Ilíada, Ulises en la Odisea, apunta la autora, “no está rodeado de héroes ni confrontado a sus semejantes: está solo y sus aventuras lo llevan hasta los límites del mundo humano”. Un hombre en combate con su destino. De esta circunstancia procede su inagotable caudal simbólico, que ha atravesado épocas, culturas y geografías.
No solo el papel de los dioses es distinto en las dos epopeyas; también se manifiesta una evolución en la concepción del heroísmo
La experta presta atención a los procedimientos de la poética homérica. Uno de ellos es el tratamiento sensorial, plástico y realista de la acción: escuchamos el ruido de la batalla, el choque de las armas, los cuerpos que caen, vemos las llamas, respiramos el polvo. También son destacables la individualización descriptiva de los protagonistas y los contrastes y dialécticas que se establecen entre ellos. Y la capacidad de sugerencia asociada al fondo emocional de los personajes (sobre todo de los femeninos, como Andrómaca y Nausícaa).
Los dioses y los héroes homéricos son analizados por De Romilly en los capítulos finales. No solo el papel de los dioses es distinto en las dos epopeyas; también se manifiesta una evolución en la concepción del heroísmo. En el Ulises de la Odisea, la inteligencia, la audacia y el pragmatismo se imponen sobre el valor y el sentido trágico de los héroes de la Ilíada, cuyos excesos (la crueldad de Aquiles con el cuerpo de Héctor…) son condenados en el relato. Los trágicos recuperarán y ensombrecerán a los héroes de Homero.
La pervivencia, la actualidad, la expansión colosal de sus ecos se deben en gran medida a que Homero va “a lo esencial”, al núcleo de la condición humana, lo que permite que sus lectores de épocas distintas y alejadas se sientan concernidos por las mismas palpitaciones y apresados en las mismas inquietudes.
Jacqueline de Romilly perteneció a la Académie des Inscriptions et Belles-Lettres e ingresó también en la Académie Française. Traductora de Tucídides, publicó además importantes estudios sobre Esquilo y Eurípides.