Mark Vonnegut: "Evito las drogas y el alcohol como la peste"
Activista y representante del movimiento 'hippie', reedita sus memorias sobre su papel en la contracultura y su actitud ante la enfermedad mental
25 agosto, 2022 01:42Noticias relacionadas
Coinciden en las librerías la obra completa de Kurt Vonnegut (Blackie Books) y Expreso al paraíso. Memoria de una locura, las memorias lisérgicas de Mark Vonnegut (Chicago, 1947) publicadas en 1975 y que ahora las reedita Libros del Kultrum. Padre e hijo han dejado un rastro profundo en los márgenes de la contracultura gracias tanto a sus experiencias terrenales como literarias (más, claro, el autor de Matadero cinco, que escribió catorce novelas) durante la década de los sesenta.
“Mi padre en aquella época lidiaba con sus propios monstruos y sus traumas de la Segunda Guerra Mundial, cosa que hizo que se identificara con la postura de buena parte de nuestra generación contra la guerra. Se hizo muy famoso y popular en ese momento. No era fácil ser hijo de un héroe de la contracultura, especialmente un hijo que no siempre estaba de acuerdo con él”, explica a El Cultural Mark, que reconoce haber escrito el libro por la “nociva” incomprensión que recibió tanto la enfermedad mental como algunos aspectos de la contracultura.
Una experiencia intensa
“También trataba de tener una comprensión cabal de lo que había sido para mí una experiencia muy intensa, así como descubrir en qué medida guardaban relación los preceptos de la contracultura con mi enfermedad mental”. Vonnegut nos habla de su patología y de aquellos años en los que la comuna era algo más que un punto de partida. Fue un sueño fugaz que se evaporó con aquella generación.
Pregunta. ¿Qué tuvo de particular para la historia de la cultura la década de los 60?
Respuesta. Los hippies y la contracultura desafiaron y se enfrentaron al conformismo y al respeto por la autoridad. Nuestra música era maravillosa. Nuestro compromiso político, nuestra implicación y aquel derroche de idealismo tuvieron consecuencias políticas reales. Jugamos un papel muy importante en el movimiento para poner al país en contra de la guerra, el racismo, el sexismo y la injusticia social.
"La amistad no es un verbo. Las redes sociales podrán ser lo que uno quiera menos sociales. No conducen a una conexión real, que es lo que nos hace sentirnos bien"
P. ¿Qué puertas abrió su generación?
R. Me atrevería a afirmar que la impronta más duradera de nuestra lucha se resume en la constatación de que las cosas no tienen necesariamente que ser como son y que hay muchas cosas infinitamente más importantes que el dinero. Éramos jóvenes e ingenuos, pero sorprendentemente eficientes en materia de activismo. En ese momento, muchos adultos –entre ellos nuestros propios padres– estaban desconcertados y se obsesionaron con los jóvenes probablemente más de lo necesario. La suerte del mundo no podía depender de un grupo de jóvenes veinteañeros. Y lo cierto es que en ese mundo, conservador y decadente, ideas como la de iniciar una comuna no parecían descabelladas.
El legado
P. ¿Queda algo de la cultura hippie?
R. La franqueza, el escepticismo, la mejor música y también la mejor ropa son la parte más vistosa de nuestro legado.
P. “La mejor música”. ¿Qué lugar ocupaba en su actitud existencial? ¿Y las drogas?
R. La música nos unió. Era muy importante para todos nosotros. Su excelencia era la prueba de que llevábamos razón en muchas cosas. Muchos de nosotros, no estábamos muy metidos en la experimentación con las drogas y empezábamos a ser conscientes de los riesgos que entrañaban ciertos abusos, pero fueron, en gran medida, las drogas, incluido el alcohol, las que socavaron buena parte de lo que intentábamos hacer. Demasiada gente hace suya la superficial, infundada y reduccionista caracterización que hizo fortuna entre los hippies y de la contracultura en general; a saber, que no había otra cosa que drogas y sexo. Estábamos tan confundidos y éramos tan distintos entre nosotros como los jóvenes de hoy; tal vez incluso un poco más…
Creencias
P. ¿Qué músicos activaron la contracultura?
R. Bob Dylan era el líder de la manada, pero Jimi Hendrix, Janis Joplin y muchos otros formaban parte de un movimiento muy variopinto e inspirador.
P. ¿Fue una época aislada en nuestra historia reciente o ha influido en la cultura posterior?
R. Fue única pero que ha dejado a las generaciones que siguieron una sensación de libertad y oportunidades que no existían en los años 50.
P. ¿Cómo ha marcado su vida las experiencias de aquellos años?
R. Cuestionando las creencias y el pensamiento de todo el mundo, empezando por el mío. Soy mucho más espiritual de lo que sería de no haber vivido lo que viví. Medito y rezo sin adscribirme a ninguna religión organizada. Practico el yoga y soy más cuidadoso de lo que fui antaño con lo que como. Evito las drogas y el alcohol como la peste.
Leíamos más
P. ¿Qué autores le marcaron?
R. Todos leíamos cosas diferentes y hablábamos mucho sobre libros. Estaba muy interesado en Tolstoi, Dostoievski y otros novelistas rusos, así como en Mark Twain, Jack London y otros clásicos estadounidenses. Leíamos mucho más y hablábamos mucho más sobre lo que leíamos.
P. ¿Qué influjo tuvo Las enseñanzas de Don Juan, de Carlos Castaneda?
R. Yo era muy escéptico sobre Don Juan, la astrología, la percepción extrasensorial y todo lo demás. Creía que era bueno tener una mente abierta, pero no tan abierta como para que se te cayera el cerebro. En mi opinión, ese tipo de espiritualidad tuvo el mismo efecto nocivo que las drogas, y ambas estaban relacionadas.
Ideas freudianas
P. ¿Se tenía entonces la misma percepción de las enfermedades mentales?
R. Lo más importante que aprendí sobre la enfermedad fue que, en buena medida, hundía sus raíces en desequilibrios neuroquímicos. Debo decir que jamás experimenté un sentimiento de vergüenza o de culpa por ello, y pude sobrevivir y sanarme para contarlo. La generación de mis padres estaba más atada a las ideas freudianas imbuidas de aquellos sentimientos de vergüenza y de culpa, y de la convicción de que no había cura posible para ciertos males. Por si fuera poco, la mayoría de los hippies creían a pies juntillas que la locura era una reacción perfectamente lógica a una sociedad enferma. Afortunadamente, mi salud mental no dependía ni depende de la sensatez de la sociedad.
P. Sus páginas finales son de una gran crudeza. ¿Lo recuerda ahora así también pasado el tiempo?
R. Aceptar que los sueños no siempre se cumplen y los romances no tienen por qué siempre llegar a buen puerto es una parte necesaria del crecimiento de cada uno. Con todo, debo admitir que llegué a pensar que estaría en la comuna para siempre; si bien puedo afirmar ahora que me alegro de que no haya sido así.
Trastorno bipolar
P. ¿Ve la esquizofrenia y sus enfermedades asociadas de forma distinta en estos momentos?
R. Será de gran ayuda cuando dispongamos de pruebas que permitan diagnosticar con precisión la clase de dolencia que afecta a cada paciente y qué tratamientos tienen más probabilidades de funcionar. Todavía hay demasiada ambigüedad e incertidumbre en el diagnóstico. Se me dijo que era un esquizofrénico para, posteriormente, anunciárseme que no, que era más bien un maníaco depresivo y, no mucho después, pasé a ser diagnosticado como víctima de un trastorno bipolar y logré llevar una buena vida a pesar de mi enfermedad y del hecho de que todavía necesito medicación. Pensé que ya habríamos avanzado más en ese campo. No hemos dedicado suficientes recursos a la investigación y la atención al paciente.
Presión por brillar
P. ¿Cambiaría en algo su «Carta a Anita»?
R. Omitiría las referencias a los tratamientos vitamínicos. La ciencia y los resultados clínicos no han confirmado las teorías que sustentaban las presuntas bondades de esos tratamientos.
P. ¿Le sorprende que en la época de las redes digitales la depresión esté tan extendida? ¿A qué cree que es debido?
R. La amistad no es un verbo. Las redes sociales podrán ser lo que uno quiera menos sociales. No conducen a una conexión real, que es lo que nos hace sentirnos bien. La ansiedad y la depresión de los jóvenes es una tragedia que se deriva, en parte, de la presión para brillar académica, atlética y socialmente, junto con el temor a que no haya un lugar para ellos en el mundo. Y el calentamiento global no ayuda.