“La novela se me presentó como un reto para salir de un cierto confort que tenía en la poesía”. Como para no sentirse cómodo… La obra de Pablo García Casado (Córdoba, 1972) ha sido aclamada desde su primer poemario, Las afueras, que deslumbró a la crítica y a la comunidad lectora en 1997 y terminó alzándose con el Premio Ojo Crítico de Radio Nacional de España. Desde la desaparición del sello DVD, la editorial Visor se ha hecho cargo de la publicación de sus libros. Los últimos son La cámara te quiere (2019), un conjunto de poemas en prosa, y La madre del futbolista, su nueva novela.
La referencia al poemario publicado hace tres años se explica por las concomitancias entre ambos volúmenes. No es que su obra más reciente sea consecuencia del libro de poemas, pero sí rescata la sustancia temática que toma como punto de partida. La industria del porno gravita sobre la historia de Sonia, exmujer de Pedro y madre de Samuel, un serio aspirante a futbolista profesional. La protagonista trabaja como actriz de cine para adultos y durante el confinamiento obligatorio de 2020 debe ejercer su profesión delante de una webcam sin que su hijo se entere, si es que no lo sabe ya.
García Casado traslada su veta más provocadora de su experiencia poética a una novela incómoda que, bajo una apariencia convencional, revela la devastación humana a la que conduce la precariedad. “Entre lo colectivo y lo íntimo, lo social y lo personal”, como se lee en el prólogo de Antonio Lucas, el autor alumbra las pulsiones derivadas de la codicia y del instinto de supervivencia, retratando a unos personajes que batallan a la intemperie y ante la incertidumbre de una sociedad desengañada desde la crisis de 2008.
[Todo son afueras: Pablo García Casado]
El fútbol adquiere el relieve de una metáfora global en esta novela: la esperanza en los sueños frustrados de Pedro y las ilusiones puestas en su hijo Samuel. García Casado, futbolero irredento, habla con entusiasmo de su gran pasión, e incluso establece una comparativa en clave política y social a propósito del año 2008, cuando la selección española se alzaba con su segunda Eurocopa. Pocas semanas después de la victoriosa tanda de penaltis ante Italia, que cambia el rumbo de nuestra historia —por fin se supera la maldición de los cuartos de final—, los medios “nos volvían a recordar el país circular que éramos y que nadie da duros a pesetas”, dice el autor, convencido de que “la de 2008 fue la crisis moral más grande desde 1898”, fecha en la que se pierden las colonias de Cuba y Filipinas.
Ciertamente, aquellos años que cierran la primera década del siglo XXI son el marco temporal de buena parte de la novela. Sin embargo, no deja de ser una obra que escruta las jerarquías sociales, desancladas de cualquier contexto. En realidad, La madre del futbolista no está tan lejos de aquellas grandes novelas decimonónicas en las que los personajes sobreviven encorsetados en un estatus deprimente. La narración está punteada de pequeñas violencias que aparecen por sorpresa para clavarse como un venenoso aguijón, pero las alusiones nostálgicas al cine y los videoclubs de los 90 y los 2000 —el autor trabaja en la Filmoteca de Córdoba en la actualidad— desengrasan el relato. Aunque arrasador y desesperanzado por momentos, no pierde de vista nunca la única tabla a la que puede agarrarse el más desdichado: la dignidad.
Pregunta. ¿Por qué se produce ahora el salto a la novela?
Respuesta. Necesitaba cambiar la musculatura de mi escritura. Era un velocista, resolvía los asuntos en menos espacio, y me he pasado al medio fondo. Ha sido un proceso largo, de oficio, había que adaptarse a ciertos ritmos y tensiones de escritura, adecuar el discurso a la extensión, mantener a los personajes en un espacio más largo de lo que estaba acostumbrado en un poema. Hasta que no he tenido la capacidad técnica para hacerlo, no me he atrevido. He intentado escribir una novela que aportara cosas nuevas, porque soy consciente de que la mayoría de las novelas que se publican en España son prescindibles.
P. Habría quien pensara que una primera novela era el destino natural de su poesía, por cuanto tiene de narrativa y de historias (casi microrrelatos, a veces) en muchas de sus composiciones. Pero ¿cree que esos lectores esperaban en este libro?
R. No lo sé. Es verdad que mi poesía siempre ha tenido un componente muy narrativo, pero creo que hay que respetar el género. A mí me produce mucho respeto alguien que escribe 400 o 500 páginas de una manera holgada. No es fácil siempre porque muchas novelas se caen a la mitad, están llenas de naderías. La literatura no se puede permitir no ser relevante y, concretamente, una novela tiene que romper. El autor tiene que salir distinto de ella.
P. ¿Qué influencias literarias cree que se concitan en esta novela? ¿Lo ha tenido muy en cuenta, por el hecho de ser la primera?
R. Sí, pero en realidad leo mucho y casi de cualquier cosa. Si pienso en esta novela en concreto, Rafael Chirbes, Ignacio Aldecoa o Juan García Hortelano me interesan mucho por su frialdad, su sequedad. De los contemporáneos españoles, me gustan Sara Mesa o Ignacio Martínez de Pisón. En la literatura norteamericana, Don DeLillo o Richard Ford. Pero no quiero compararme con ellos. Al fin y al cabo, solo he escrito una novela...
"La mayoría de las novelas que se publican en España son prescindibles"
P. ¿De dónde surge? Sabemos que el asunto del porno estaba en La cámara te quiere, pero esta historia incorpora muchos más vectores dramáticos.
R. Eso pretendí. Tanto en La cámara te quiere como en La madre del futbolista me interesaba el otro lado. En la literatura lo que importa es lo que no se cuenta. La pornografía o el cine para adultos nos enseña una vida que “no existe”. Por tanto, empecé a pensar quién era la persona que había detrás. En esta novela la tensión se genera cuando la protagonista trata de resolver, frente a su hijo, cómo dedicarse a su profesión durante el confinamiento. No hay precisamente un mundo idílico detrás de este mundo generalizado en internet y que, sin embargo, permanece oculto. Además, en la narrativa contemporánea rara vez se trata este asunto. Particularmente, no me intersaba abordarlo frontalmente, sino que prefería descubrir qué hay detrás: la verdadera vida de esa actriz, Sonia en este caso.
P. Pero, sin duda, hay una investigación: se incluyen detalles de rodajes, información acerca de la industria pornográfica…
R. Sí, sí, las novelas necesitan ese proceso, claro. Pero para mí no era tan relevante la documentación. No me interesaban tanto los asuntos puramente morbosos de la profesión, sino la profundización en las vidas personales. En definitiva, quería que fuera verosímil: me preocupaba más la vida posible que la fidelidad del dato.
P. En todo caso, el relato está impregnado de una sustancia moral muy interesante. ¿Cómo se traslada esto a la literatura sin revelar una posición? Siguiendo con el porno, no parece que quisiera regodearse en la injusticia que se ejerce sobre la figura femenina ni nada parecido.
R. Claro que no. Ese tipo de literatura que opina y valora me parece repugnante. Al lector no hay que darle con el báculo moral, sino presentarle unas situaciones. Hay que confiar en él y darle la oportunidad de que construya sus personajes. Los escritores muchas veces cometemos el tremendo error de creernos unos pantocrátores. El relato, el poema o la novela la escribe el lector. Por ello, hay que dejar ese espacio para que el lector tome una postura. Para mí, olvidar esto es uno de los grandes males de nuestro tiempo; a los escritores nos convierte en seres antipáticos.
"No me merece ningún respeto el autor que opina de sus personajes; esa literatura me parece repugnante"
P. A propósito, esta novela no deja de ser una historia en los márgenes, en la línea de Las afueras, su primer libro. ¿Es el tipo de literatura que quiere seguir practicando?
R. Sí. En las afueras es donde sucede la realidad. Si queremos creer que lo que ocurre está en nuestro perfil de Twitter o en nuestra vida diaria, estamos muy equivocados. La vida está en aquellas casas pegadas a la carretera, en los barrios residenciales. La tarea del escritor es mirar fuera, porque quizás estén contando lo que no ocurre dentro. Descreo mucho del escritor que quiere mostrar su mundo interior. Nuestro mundo interior es poco relevante literariamente, además de que no nos ayuda a explicarnos. Si pienso en el cine, los grandes cineastas estaban muy atentos en observar lo que pasa: Hitchcock se da cuenta de que el enorme universo está en la casa de enfrente.
P. En esta novela se consignan los dos grandes hitos económicos y políticos de España en el siglo XXI: la crisis de 2008 y la pandemia. ¿Hubo una voluntad previa o la idea se le reveló en el momento de la escritura?
R. Quería que la novela recorriera los últimos veinte años de la historia de España, sí. Mi idea era contar cómo una generación entera vivió un sueño, bajo un cierto optimismo patológico, creyendo que había un perpetuo crecimiento, que todos íbamos a ser ricos, que era imposible volver atrás, que nunca seríamos pobres… Los más necesitados eran invisibles y, además, arrastraban un doble estigma: el hecho de ser pobre y, además, ser un tonto para la sociedad por no comprarse un casoplón. De pronto, ese sueño se convirtió en pesadilla, pero afectó mucho más a quienes estaban pendiendo de un hilo. Esa destrucción de un sueño colectivo nos convirtió en personas mucho más desconfiadas. Por eso en los primeros meses de la pandemia anidaba el miedo a que aquello volviera a ocurrir.
"Si queremos creer que lo que ocurre está en nuestro perfil de Twitter, estamos muy equivocados"
P. ¿El confinamiento, también referenciado en la novela, es un trasunto de esa sensación de encierro que asalta a los precarizados? Ya sabe, la asfixia, el tedio, una desazón generalizada…
R. Sí, y también algo más: en la pandemia muchos tuvieron que enfrentarse a problemas que antes no sufrían por el hecho de no vivir encerrados. Sucedió en muchos matrimonios: tuvieron que encarar tres meses de encierro que revelaron una realidad. En la novela, Sonia de pronto tiene que abordar el conflicto que le genera su trabajo respecto a la relación con su hijo.
P. Tratándose de un debut en el género, ¿cómo ha sido el proceso de construcción de los personajes?
R. No quería contar lo buenos o malos que eran, no me merece ningún respeto el autor que opina de sus personajes. Con la ayuda de algunos amigos novelistas como Salvador Gutiérrez Solís, he optado por presentar los perfiles a lo largo del texto, tratando de darles color, con rasgos significativos: que le guste alguna comida, un tipo de música… Por otro lado, los secundarios son decisivos, y he pretendido armarlos a la manera contemporánea: no era tan relevante el color del ribete de los calcetines como un símbolo que los identificara: la cruz de Caravaca, por ejemplo, en el colgante de la esposa del gran jefe, Julián Sotomayor.
P. No obstante, el caso de los personajes ya estaba esbozado en su poesía. Pero ahora que ha tenido que sumergirse a fondo en la narrativa. ¿Cuáles han sido las principales exigencias que ha encontrado?
R. Los movimientos. En una novela la gente tiene que partir de un sitio a otro, le tienen que pasar cosas. Tiene que haber un transcurso, al contrario que en la poesía, donde se narra un instante. Ese pequeño movimiento necesita ser contado con herramientas que hay que utilizar con delicadeza y potencia. Un poeta que se adentra en el género narrativo tiene que saber que en cada frase se la está jugando.
"Un poeta que se adentra en el género narrativo tiene que saber que en cada frase se la está jugando"
P. Y un poeta también habla de fútbol, otro de los pretextos literarios en esta novela. ¿Le interesa ese debate acerca de la reputación del fútbol como un deporte deshumanizado por el capitalismo y las indecentes cantidades de dinero que se mueven?
R. Ese debate lo llevo escuchando desde los años 70. Bueno… y el cine también es una industria que vive de las mandangas empresariales. El fútbol no es solamente el Real Madrid y el Barcelona. Tiene una trascendencia económica mucho mayor, claro, porque es algo masivo, pero también están los equipos de barrio, los amigos que quedan para jugar los lunes... El fútbol se parece a la vida en que puedes jugar muy bien y perder, y viceversa. Es más: tú puedes jugar un partido maravilloso y los demás un partido de mierda, y que todo sea un desastre. También sucede al contrario: puedes ser Karembeu, un jugador mediocre, y ganar una Copa de Europa y un Mundial en el mismo año (1998). Otra cosa casi exclusiva del fútbol es el empate. ¿Pero qué es el empate? Hay unos con sabor a victoria, otros con sabor a derrota… En la vida se empata mucho más que se gana o se pierde. En fin, el fútbol tiene una dignidad y la literatura se tiene que tomar mucho más en serio al fútbol.