Heroísmo, valentía, la seducción ante los abismos del peligro, el coraje, la camaradería, la impronta de situaciones extremas en la idiosincrasia del ser humano… Son los elementos intrínsecos de la literatura épica de Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), y todos ellos están presentes en su nueva novela, la número treinta y dos, Revolución (Alfaguara), con la que se adentra en las entrañas del México de principios del siglo XX y en la sublevación comandada por Pancho Villa.
Pero su protagonista en esta ocasión es un tanto diferente a Lorenzo Falcó y a Sidi, a los soldados republicanos y franquistas del baño de sangre de Línea de fuego o al Teseo Lombardo de El italiano. Martín Garret Ortiz, un joven ingeniero de minas español que acaba siguiendo, picado por la curiosidad, al ejército revolucionario, no está enfangado en el fragor de los combates, es un observador. "Es un chico joven donde no hay una ideología en su comportamiento, un individuo que mira, que aprende sobre el mundo y los seres humanos, y ser testigo de todo eso lo va a ir cambiando", resume el escritor.
"Esta es una novela de aventuras, de aprendizaje, un viaje iniciático. Martín Garret no cree en la causa, cree en los seres humanos", añade Pérez-Reverte durante la presentación de Revolución este lunes en el Hotel Palace de Madrid. Es exactamente el reflejo de la creencia del escritor y excorresponsal de guerra. ¿Pero no es inseparable la valentía personal, el heroísmo de los individuos, de la causa por la que se lucha?
"Prefiero moverme con héroes donde no es la ideología lo que prima, aunque la tengan", responde el autor. "Cuando lo ves desde fuera, las ideologías son fáciles de identificar: esto es nazi, esto comunista. Cuando te acercas al ser humano, lo que priman son las contradicciones. A mí no me apetece hacer una novela ideológica, quiero contar cómo se comporta el ser humano. Cuando estuve por primera vez en una guerra vi que aquello era geometría, que el azar y el caos tenían reglas. Y me di cuenta que a través de ellas podías acercarte a las fuerzas que mueven el universo. Mi zambullida fue primero como testigo y a veces como novelista en los mecanismos humanos que enlazan con esos códigos cósmicos que mueven el mundo, la vida, la muerte. Para mí es más importante un hombre que viola a una mujer que la ideología, que además puede engañar y manipular. Pero cuando estás frente al ser humano no hay engaño ninguno".
En el protagonista de Revolución hay muchos elementos autobiográficos de Pérez-Reverte y de cómo cubrir de joven conflictos bélicos en lugares tan distantes como los Balcanes o Nicaragua moldeó su imagen del mundo. "La novela la recorre un poso de melancolía al ver que tras tanta sangre derramada, en el México actual sigue la injusticia, el caciquismo, la violencia… Haber sido testigo de esas cosas provoca que uno no se haga muchas ilusiones sobre las aspiraciones revolucionarias", zanja el autor, aunque añade: "Las revoluciones hay que hacerlas con violencia, las pacíficas es raro que consigan algo. Hay momentos en que hay que levantarse y pelear, aunque sea sin esperanza".
El académico también vuelve a incidir en que sus novelas no son históricas, de recreación: "No escribo para reconstruir sino para entender el presente. Que sea un héroe cansado o esté en proceso de aprendizaje, son personas que tienen conflictos plenamente actuales. Sin la historia, el hombre moderno es huérfano, por eso siempre tengo el afán de que la historia sea el tejido de la novela. Una novela actual me parece muy vulgar, el tiempo es vulgar narrativamente hablando. Yo soy del siglo XX y estoy más cómodo así que utilizando teléfonos móviles".
Novelistas vivos y muertos
Revolución es el regreso de Pérez-Reverte a México tras la exitosa La reina del Sur. Y es una novela que ha ido creciendo en su cabeza desde que era pequeño, desde que escuchó en su casa la historia de un amigo de su bisabuelo, también ingeniero de minas, que se había ido a trabajar al país latinoamericano y narró en frecuentes cartas los acontecimientos imprevistos y sorprendentes de la Revolución mexicana. Explica el escritor que durante toda su vida ha ido acumulando materiales y documentación, que ahora ha combinado con un proceso de documentación sobre la lengua hablada en esas primeras décadas del siglo. "Quería que el lector oyese hablar mexicano", promete.
En la ficción también tienen un preso importante los personajes femeninos. Hay tres principales: una "niña bonita" de una familia acaudalada, una intrépida periodista estadounidense con ecos de Nellie Bly y una valerosa guerrillera que acompaña a los líderes revolucionarios como Pancho Villa y Emiliano Zapata, de quienes, por cierto, opina el autor, la gran pantalla ha dado "una imagen romántica, folclórica; el cine es siempre una falsificación, no es una fuente fiable". Todas ellas influirán en la evolución del protagonista. "La presencia de mujeres en la vida de un hombre la hace avanzar, progresar mucho en ese viaje iniciático", opina Pérez-Reverte. "Sin ellas el aprendizaje sería incompleto. Sin los silencios y la mirada de la mujer, el hombre nunca da los pasos completos".
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Preguntado por qué ha aprendido él al armar Revolución, el escritor hay lanzado una sugerente reflexión: "Cuando uno llega a 71 años, piensa que puede haber visto todo y aprendido todo, pero no es verdad. Cada novela con la que trabajo me ayuda a aprender. Un novelista como yo es un cazador, y mantener la gimnasia del aprendizaje te mantiene vivo. Una novela es una forma no envejecer de forma miserable, triste o sórdida. El novelista que deja de aprender está muerto y hay muchos novelistas muertos que no lo saben".
Es volcánico Pérez-Reverte en sus respuestas y exposiciones, pero deja claro que lo que a él realmente le fascina, y sobre ello está construida buena la mayor parte de su narrativa, es el comportamiento del ser humano. "Es lo que me deslumbró en las primeras guerras y revoluciones que cubrí. La causa por la que se mata y donde sea es lo de menos. Yo me enganché a la guerra por los seres humanos y Martín Garret se engancha a la revolución por la gente. En un mundo donde todo son consignas fáciles y se resumen 3.000 años en un tuit, esta novela da una visión diferente de lo que es lo habitual. Estoy orgulloso de ello; soy un escritor honrado, no intento congraciarme con el mundo en el que vivo ahora, sino decir cómo lo he visto".