Diletante y exquisito, aunque Marcel Proust (París, 1871-1922) no escribió diarios ni memorias, reflejó sentimientos y sensaciones íntimas en una correspondencia abundantísima que superó las 6.000 cartas. Acantilado lanza el 19 de octubre, en vísperas del centenario de su muerte, un volumen de Cartas escogidas, 1888-1922 en edición de Estela Ocampo, que retrata al hijo, al amigo, al letraherido y al amante.

[Marcel Proust, el genio antes de la gran novela]

A su madre

Sábado por la noche [6 de diciembre de 1902]

Jeanne, madre de Proust

Mi querida mamá: Como no puedo hablar contigo te escribo para decirte que no te entiendo. Tú sabes o intuyes que me paso todas las noches desde que he vuelto llorando, no sin motivo, pero todo el santo día me dices cosas como: “Esta noche no he podido pegar ojo porque los criados no se han acostado hasta las once”. ¡Ya quisiera yo que fuera eso lo que me impidiera dormir!

Hoy he cometido el error, presa de un ahogo por el asma, de llamar por el timbre a Marie (para que me trajera los inhaladores), que acababa de decirme que había terminado de almorzar, y tú me has castigado al momento dejando que, en cuanto me he tomado mi Trional, se pusieran a dar martillazos y voceasen todo el santo día. Por tu culpa, cuando ha venido el pobre Fénelon con Lauris, me encontraba en tal estado de nerviosismo que ha bastado que me dijera una simple palabra, muy desagradable, debo decir, para que me abalanzara a puñetazos sobre él (sobre Fénelon, no sobre Lauris) y sin saber ya lo que hacía le cogiese el sombrero nuevo que acababa de comprarse, lo pisoteara y a continuación le arrancara el forro.

Como podrías creer que exagero añado a esta carta un trozo del forro para que veas que es cierto. Pero no lo tires, porque te pediré que me lo devuelvas por si todavía pudiera resultarle útil. Por supuesto, si ves a Fénelon ni palabra sobre el particular. Por lo demás, menos mal que esto me ha pasado con un amigo, porque si en ese momento papá o tú me hubierais dicho algo desagradable, seguramente no habría hecho nada, pero no sé lo que habría dicho. Tras lo sucedido me he acalorado tanto que ni siquiera he podido vestirme y he mandado a preguntarte si yo debía comer aquí o no.

A este respecto, crees complacer a los criados y a la vez castigarme poniéndome en entredicho y diciéndoles que no vienen cuando los llamo, que no me sirven a la mesa, etcétera. Estás muy equivocada. No sabes lo molesto que está tu ayuda de cámara esta noche por no poder servirme. Lo ha dejado todo cerca de mí y se ha disculpado diciéndome: “Son órdenes de la señora. Yo no puedo hacer nada”. […]

A Anna de Noailles

Miércoles [27 de septiembre de 1905]

Anna de Noailles

Gracias, señora: Mi pobre madre no admiraba a nadie como a usted, sentía un infinito agradecimiento por su bondad hacia mí. Muere con cincuenta y seis años, pero aparenta treinta desde que la enfermedad la hizo adelgazar y sobre todo desde que la muerte le ha devuelto la juventud de antes de las penas, pues no tenía un cabello blanco. Se lleva mi vida con ella, como papá se llevó la suya. Ella quiso sobrevivirle por nosotros y no ha podido…

Como no había cambiado su religión judía al casarse con papá, porque veía en ello un refinamiento de respeto para con sus padres, no habrá ceremonia en la iglesia, sólo en casa mañana jueves a las doce del mediodía en punto, y el cementerio, pero no se canse usted, no venga, en todo caso si viene hágalo sólo a casa. Si es así, que sea a mediodía, pues no habrá rezos en la casa, partiremos enseguida.

Hoy la tengo aún, muerta pero recibiendo aún mis ternezas. Y luego no la tendré nunca más. La saluda respetuosamente su amigo

MARCEL PROUST

He querido hacer llamar de vuelta a la persona que me envió usted, pero ya se había ido cuando yo dije que no quería que me molestase nadie.

A la señora Straus

Jueves, tras haberla dejado [primeros meses de 1893?]

Geneviève Straus

Señora:

Amo a las mujeres misteriosas, y usted lo es, como he dicho varias veces en Le Banquet, donde a menudo me habría gustado que usted se reconociese. Pero no puedo amarla completamente, y voy a decirle el porqué, aunque no sirva en absoluto de nada, pero ya sabe que nos pasamos la vida haciendo cosas inútiles, o incluso muy perjudiciales, sobre todo cuando amamos, incluso menos que eso.

Piensa usted que ser demasiado abierto hace desvanecerse el propio encanto y creo que está en lo cierto. Pero voy a explicarle lo que pasa con usted. Se la ve generalmente con veinte personas, o mejor dicho, a través de veinte personas, porque es el joven quien se queda a mayor distancia de usted. Pero supongamos que se consigue, al cabo de muchos días, verla por una vez sola. No tiene más que cinco minutos, y aun durante esos cinco minutos piensa usted en otra cosa.

Pero esto no es todo. Que le hablen de libros le parece pedante, que le hablen de gente, indiscreto (si le cuentan detalles) o entrometido (si le preguntan), que le hablen de usted, ridículo. Por eso la gente está cien veces a punto de considerarla mucho menos deliciosa, cuando he aquí que, de golpe, concede algún pequeño favor que parece indicar cierta preferencia, y de nuevo se quedan prendados.

Pero no está usted lo bastante convencida de esta verdad (¡creo que no está convencida de ninguna verdad!): que hay que conceder mucho al amor platónico. Una persona no del todo sentimental extrañamente se vuelve tal si se ve obligada al amor platónico. Tratando de atenerme a sus preceptos contra la vulgaridad, no entraré en detalles. Pero reflexione sobre el particular, se lo ruego. Tenga a bien hacer alguna concesión al amor platónico más vivo que se le profesa a usted, dígnese a creerlo y consentirlo. Su siempre respetuoso y devoto

MARCEL PROUST

A Reynaldo Hahn

[Entre mediados de julio y 8 de agosto de 1896]

Reynaldo Hahn por Lucie Lambert (1907)

Esta noche he tenido un ataque de mal humor, Reynaldo: no se asombre ni me culpe de ello. Me dijo usted: “Ya no le contaré nada”. Si fuese cierto, sería un perjuro, pero al no serlo el golpe me resulta todavía más doloroso. Que me lo cuente usted todo es desde el 20 de junio mi esperanza, mi consuelo, mi sostén, mi vida. Para no apenarle no se lo saco a relucir casi nunca, pero para no apenarme yo demasiado pienso en ello todos los días. Me dijo lo único para mí hiriente. Preferiría mil insultos. A menudo los merezco, más a menudo de lo que cree. Cuando no los merezco es en los momentos de doloroso esfuerzo en los que, observando un rostro, asociando nombres, reconstruyendo una escena, trato de colmar las lagunas de una vida que me es más querida que cualquier otra cosa, pero que será para mí motivo de gran tristeza y de turbación en la medida en que no conozca sus aspectos más inocentes.

Carta manuscrita de Marcel Proust a su íntimo amigo Reynaldo Hahn (1894). Fuente: Sotheby's

Es una tarea imposible, ¡ay!, y se somete usted con su gentileza a un esfuerzo de danaide tratando de satisfacer mi curiosidad ofreciéndome un poco de su pasado. Pero si mi fantasía es absurda, es la de un enfermo, y en cuanto tal no debe ser contrariada. Sería una crueldad amenazar a un enfermo con abandonarlo porque sus manías nos exasperan. Espero me perdone estos reproches puesto que no se los hago a menudo y los merezco siempre, cosa consoladora para su orgullo. Sea indulgente con un pony. Con las cualidades que exige de un pony encontrará muchos maestros…

m. p.

A André Gide

[10 u 1 1 de junio de 1914]

André Gide por Leopold Gottlieb

Querido amigo:

Le agradezco mil veces que haya tenido la gentileza de escribirme. Temo que poco de lo que he querido decir haya pasado a mis frases y que lo único que para mí valía la pena escribir se haya quedado en la pluma. Es mucha bondad por su parte preocuparse por mis problemas y por mis penas; lamentablemente, la gota que ha colmado el vaso ha sido la muerte de un jovencito [Agostinelli] al que probablemente quería más que a cualquier amigo, en vista de cuán desgraciado me siento tras lo sucedido. Era de “extracción” muy humilde y nada culto, y sin embargo tengo cartas de él que son de gran escritor. Tenía una inteligencia deliciosa, aunque no era ésta la razón por la que yo lo amaba. Me llevó bastante tiempo, aunque menos que a él en cualquier caso, darme cuenta de ello.

Descubrí en él esa valía maravillosa incompatible con todo lo que él era, lo descubrí con asombro, pero sin que añadiera nada a mi afecto. Y tras descubrirlo sólo experimenté cierto placer revelándoselo. Pero murió antes de haberse dado perfecta cuenta de lo que era, antes incluso de serlo enteramente. Y todo ello se une a circunstancias tan horribles que, destrozado como estaba, no sé cómo consigo soportar este dolor. […]

Querido amigo, me gusta tanto charlar con usted que me fatigo demasiado.

Me despido y le reitero mi agradecimiento, con todo mi afecto y mi admiración.

MARCEL PROUST