Cuentan que Teresa de Jesús (1515-1582), en su infancia enfebrecida por la lectura de las vidas de santos, trató de huir de la casa paterna en busca del martirio. Cuentan también que, por aquel entonces, inició la redacción de un libro de caballerías junto a su hermano Rodrigo. Andando el tiempo, la Santa dedicó una parte significativa de su vida a la escritura y se afanó en ella porque la consideraba una faceta más de su dimensión religiosa. En sus obras, cultivó un estilo sencillo con la intención de llegar a los lectores de la forma más eficaz. De ahí su llaneza, su franqueza y su espontaneidad, aunque algunos de sus enunciados no son tan naturales como aparentan y muchos de sus errores no se deben a la ignorancia o a la torpeza, sino al deseo de transmitir mejor su mensaje.
Teresa de Ávila compuso el Libro de la vida entre 1562 y 1565, una obra en la que mezcla la experiencia personal y el misticismo. Importante es también un texto complementario del anterior, el Libro de las Fundaciones, donde describe cómo fue la creación de dieciocho conventos, siguiendo su vida desde el año 1567 hasta 1572. Del texto destacan los retratos que hace de los tipos humanos, tanto por su valor histórico como por su hondura psicológica. El Libro de las Relaciones recoge un conjunto de cartas destinadas a diferentes confesores y a San Pedro de Alcántara.
Otras misivas, como las dirigidas a san Juan de la Cruz, se perdieron quizá para siempre. Entre sus obras ascéticas y de experiencia mística destacan Camino de perfección (1565-1570) -sobre cómo ser una fiel seguidora de Cristo- y Las moradas del castillo interior, una guía para el crecimiento espiritual que concluye en la unión con Dios y que pasa por ser la obra cumbre de su doctrina.