Erri de Luca (Nápoles, 1950) no se marchó de casa dando un portazo, pero sí lo hizo sin avisar. Cuando le contaron que su padre se había desgarrado la camisa, le pareció que aquel comportamiento conectaba con la religión judía, en la que se interpreta como un gesto de duelo. “Aunque mi padre no fue judío”, matiza el escritor, que entonces “no sabía qué era la libertad”, por mucho que en aquel momento lo creyese. Su nuevo libro, A tamaño natural (Seix Barral), está motivado por las relaciones paternofiliales que han configurado la tradición cultural de Occidente y, como no podía ser de otra manera, está atravesado por las religiones.
“El ruido, aunque no lo escuché, quedó grabado en mi memoria”, ha confesado el autor de Los peces no cierran los ojos en la rueda de prensa de presentación de su libro con los medios españoles. La camisa rasgada de su padre es, nada menos, que “el móvil de estas páginas”, reconocía el propio autor en la obra. No solo por ello es su “libro más personal”, según el apunte de Elena Ramírez, editora de Seix Barral, el sello que desde hace años se hace cargo de las obras del “poeta de la espiritualidad laica”, tal y como lo denominó el colaborador de El Cultural Álvaro Guibert.
A tamaño natural es, en esta ocasión, una obra en prosa que también regresa a sus años de activismo político. El que fuera operario de la Fiat y levantara su casa con sus propias manos, desde la que este jueves atiende las preguntas de los periodistas, fue en su juventud militante de Lotta Continua, un grupo de extrema izquierda que pretendía derrocar a la Democracia Cristiana de Giulio Andreotti durante los años de plomo italianos (años 70 y 80 del siglo XX).
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Si en la Guerra de los Balcanes condujo camiones para abastecer de víveres al pueblo serbio, esta vez realiza viajes a Ucrania junto a un amigo “llevando el género que nos piden” con una camioneta. El compromiso de De Luca está fuera de toda duda en lo que se refiere a su obra. En la realidad, además, estuvo al borde de pasar cinco años en prisión por manifestarse en contra de la construcción de una línea de tren de alta velocidad en un valle de los Alpes Italianos. “Si mi opinión es un delito, no voy a dejar de cometerlo”, diría en 2015.
De todos los vínculos entre padres e hijos que establece De Luca en este libro a través de la filosofía, el arte, la religión, la historia o la mitología, la hija del criminal de guerra que renuncia a reproducirse para detener la transmisión maligna entronca con su actividad política, decisiva en su vida. Solo es una de esas historias extremas de la relación paternofilial, que surgen a partir del encargo de un museo para escribir sobre una de sus obras.
“El sacrificio de Isaac es el momento más dramático en la historia de las relaciones padre-hijo”
El padre, obra pictórica del expresionista ruso Marc Chagall, es el detonante de este compendio de narraciones, a veces cuentos o relatos, a veces puras reflexiones en torno al humanismo, la cultura y la propia vida. El autor aprovecha el texto dedicado al cuadro de Chagall para profundizar en una icónica escena del Antiguo Testamento. El sacrificio de Isaac no consumado por su padre, Abraham, es “el momento más dramático en la historia de las relaciones padre-hijo”, tercia De Luca. Y aclara que la representación de la leyenda por parte de los pintores no es fiel a la Biblia: “Abraham no era un gran hombre, sino anciano, e Isaac era fuerte, pero acepta ser atado por respeto a su padre”.
Sobre la relación con su progenitor y su infancia, tratadas con su maestría narrativa habitual en su nuevo libro, el autor se expresó con cierta nostalgia y agradecimiento por un legado humano que hoy articula buena parte de su personalidad. “En casa nunca se habló de problemas de dinero. La economía no era boyante, pero nunca nos faltó de nada. Así, tengo indiferencia por las mercancías. No tengo ningún deseo de comprar nada”, asegura. Por otro lado, “de mi padre heredé la relación íntima con las montañas”, pues perteneció a la infantería alpinista en la II Guerra Mundial.
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A pesar de que “fui un hijo dócil durante toda mi infancia, de un carácter cerrado”, explica, “rechacé lo que mi padre quería, que estudiara una carrera”, y por eso abandonó el hogar familiar. Sin embargo, no olvida que en su familia “eran grandes lectores”. Así, “crecí en una habitación llena de libros de mi padre”. Se trataba de “la más cálida y la más silenciosa, llena de ese material aislante que son los libros”, evoca De Luca, quien considera que El Quijote es el libro más importante de la literatura moderna y tiene un ejemplar de Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Lorca, en su casa.
Preguntado por las referencias que pudiera tener este libro más allá de la Biblia, que él mismo tradujo al italiano, niega el método. “Las facetas de lectura y escritura son dos vasos no comunicantes” para el autor, que se considera “el típico lector de pura cepa que ignora al escritor”. Al mismo tiempo, siente “una responsabilidad ante el tiempo de los lectores”, o sea, “no quiero aburrirles”.
Era inevitable preguntarle por el último éxito electoral de Giorgia Meloni en su país. En su pasado izquierdista nunca se habría imaginado siquiera que llegara a la edad que tiene ahora, pero a propósito de la que se postula como nueva presidenta “es mucho mejor contar con este defecto de imaginación”, bromea. Siguiendo con la política internacional, duda que el arma nuclear de la que se jacta Putin se materialice en una acción militar. Considera que “es más una acción publicitaria que tiene como objetivo asustar a Europa y una amenaza que pesa en la opinión pública occidental”.
El último texto de A tamaño natural alude, precisamente, a uno de los grandes magnicidios del siglo XX. Es la historia del pediatra Henryk Goldszmit en el verano de 1942, que como nombre de escritor había elegido Janusz Korczak. Este personaje, uno de los más conmovedores del libro, nunca se casó, no fue padre, pero ejerció de ello junto a doscientos niños en un vagón de tren que los llevarían a Treblinka, que era lo mismo que decir el infierno. La muerte en una cámara de gas los esperaba. “Nadie lo llamó nunca papá”, pero “en los abismos de la inhumanidad, la simple humanidad deslumbra como la ráfaga de un rayo”, concluye. Tan De Luca como siempre; más personal que nunca.