Caprichoso e irritante, aunque también solidario y amante de la cultura, Martín Máximo Pablo de Álzaga presenta en Macoco, el primer playboy una cara y su reverso. Por un lado, el despreciable comportamiento que tuvo en un restaurante de París alumbró la expresión “tirar la manteca al techo”, referida al espléndido carácter de quienes no escatiman en el derroche. Aburrido en la espera de que le trajeran su plato, Martín de Álzaga se entretenía lanzando manteca hacia los frescos del salón de cenas, con la intención de que cayera segundos después sobre los senos de alguna de las damas con las que se reunía en aquellas noches de la Belle Époque.
Por otro lado, el libro que publica Renacimiento también recoge la generosidad del sujeto, que se empleó en el mecenazgo y regalaba barcos a sus amigos. Descendiente de la opulenta familia Álzaga-Unzué, que detentaba el 10% de las propiedades en la provincia de Buenos Aires, fue “un gran seductor que se hace famoso por dilapidar su fortuna”. Son palabras de Roberto Alifano, autor de la biografía novelada que se larva a partir del recuerdo de las conversaciones que el escritor mantuvo con Macoco, el sobrenombre de un mujeriego irredento cuya leyenda acumula nombres de amantes tan rutilantes como Rita Hayworth.
En los primeros compases del siglo XX las familias acaudaladas solían enviar a sus hijos a estudiar a Europa. Macoco fue educado en un colegio británico y pasó por la Universidad de la Sorbona. Durante los años de Entreguerras, la Belle Époque significaba ser ajeno a los conflictos y divertirse constituía un acto subversivo. Martín de Álzaga asumió aquellos conceptos, fue labrando su fama de playboy —término que se habría acuñado con motivo de su figura, según defiende su biógrafo— y ganó una de las grandes pruebas de automovilismo europeas: el Gran Prix de Marsella.
[Roberto Alifano, frente al mar mientras corren los ríos]
Cuando se instala en Estados Unidos empieza su verdadera leyenda. Las excentricidades de un sujeto que “no le daba valor al dinero”, dice Alifano, se quedaron en poca cosa cuando decidió asociarse con Al Capone, el mafioso norteamericano de estirpe italiana que sembró el terror en Chicago. Juntos fundaron el cabaret Morocco, centro neurálgico de la flor y nata neoyorquina en los años de la Ley Seca. La actriz Marilyn Monroe, el escritor Truman Capote y el actor Humphrey Bogart fueron algunos de los personajes que desfilaron por el local con asiduidad.
Fue en aquel night club de Nueva York, el más famoso de América en la época, donde se conocieron Macoco y Francis Scott Fitzgerald, que entonces era pobre y ejercía como periodista en unos años en los que la Meca era ir a Hollywood y elaborar guiones para grandes películas. Fascinado por el histriónico personaje, lo acompañó hasta su mansión en Beverly Hills. Macoco acondiciona la casa anexa, que había sido de los jardineros, para que vivieran Scott Fitzgerald y su mujer. Es allí donde nace El Gran Gatsby, inspirado en nuestro personaje, que en la película protagonizada por Leonardo di Caprio y dirigida por Baz Luhrmann aparece en el mencionado inmueble, según cuenta Alifano.
Macoco acababa de fundar una productora junto a Howard Hughes “para seducir a actrices jovencitas”, aseguraba Alifano en la presentación del libro en Casa de América. La que se casó con el argentino se acabó divorciando para echarse en brazos de Clark Gable. Sin embargo, Macoco logra que Juan Domingo Perón, presidente de Argentina, conozca a una de sus amantes, Ginger Rogers. Con Brigitte Bardot fracasa y el “frívolo” gobernante, al que “le encantaban las actrices” según Alifano, se queda sin su capricho.
Los intereses culturales de Macoco no solo pasaban por las celebridades de Hollywood. Desde que viera a Rubén Darío en la tertulia a la que acudía su madre en Buenos Aires, el argentino conoció a actores como Errol Flynn y enseñó a Charles Chaplin a bailar el tango, pero también mantuvo relaciones importantes con autores como Jorge Luis Borges. Además, Adolfo Bioy Casares y Victoria Ocampo eran parientes cercanos.
El caso de Borges fue mérito del autor de su biografía. Alifano fue, además de su amanuense, íntimo amigo del autor de El Aleph durante más de una década. Juntos tradujeron obras de Robert Louis Stevenson y Lewis Carroll. De aquellos intensos encuentros se desprenden libros como El humor de Borges, también publicado en Renacimiento. Presumiblemente, las conversaciones con Macoco debieron tener un interés, como poco, similar.
El escritor trató a Macoco durante el lustro final de su vida, después de que con 60 años regresara a Buenos Aires, retirado ya del hedonismo y el despilfarro. Murió en un departamento aséptico y humilde, como un asceta y rodeado de gatos, cuenta Alifano. No obstante, fue “un auténtico artista de la existencia”, concluye el biógrafo. Tanto que Netflix ha comprado los derechos para una adaptación en la gran pantalla.