Todos los años, cuando llega la noche del 31 de octubre, el mundo entero se vuelve cabeza abajo y se abre la puerta al otro lado. Es Halloween, festividad pagana que se ha comido la cristiana noche de todos los santos. Y quien más lo celebra es la chavalada, porque nadie ama el miedo y los monstruos más que los niños. Guste o no, fenómeno comercial, cultural o ambas cosas a la vez, la Noche de Halloween, tradición fundamentalmente anglosajona de raíces célticas y germanas, se ha extendido por todo el planeta, con su cortejo de disfraces, grupos de infantes pedigüeños, fiestas públicas y privadas (a menudo privadas de razón), maratones nocturnas de cine de terror y otras locuras.
Aunque muchos intenten blanquearla, es una noche para brujas con sombrero de pico y escoba, esqueletos danzantes, peludos hombres lobo, vampiros de capa y colmillo, zombis pochos, fantasmas con sábana agujereada y enmascarados psicópatas de película.
La noche perfecta para niños y adolescentes, que se disfrazan como sus monstruos favoritos. Que aprovechan las fiestas en casas de amigos y las grotescas caretas y antifaces para asustarse unos a otros, ver películas de miedo, decorar sus habitaciones con telarañas falsas, candelabros y ataúdes, aterrorizar a los más pequeños y contarse leyendas urbanas que les ponen los pelos de punta. Una irresistible combinación de placer y temor, broma pesada, suspensión de la incredulidad y desafío a lo prohibido, empapada de inocente erotismo. Una ingenua celebración del mal, la muerte y la monstruosidad que, pese al inevitable comercialismo de productos y tiendas que hacen su octubre a lo largo de todo el mes, sigue revelando algunos secretos profundos del ser humano. Como, por ejemplo, que a los niños les gusta, y mucho, pasar miedo.
Cuentos para no dormir
En plena oleada revisionista de los cuentos infantiles de antaño, cuando abundan quienes quieren eliminar sus aspectos más siniestros, no dejan de publicarse obras para niños de todas las edades, de preescolar a la adolescencia o eso que los anglosajones llaman young adult, que basan su atractivo para el lector infantil y juvenil en los mismos mecanismos básicos del terror, el suspense, los monstruos y la parafernalia sobrenatural del cuento de hadas ancestral.
Dejando de lado si fueron o no escritos para niños, es obvio que estos han sido sus principales receptores durante siglos. Los cuentos de Perrault, los hermanos Grimm o Andersen, entre otros con raíces folclóricas, están, como todos sabemos, repletos de historias, situaciones y personajes terroríficos, metáfora de los horrores del mundo adulto a los que habrá de enfrentarse el niño al crecer. Pero que son también elementos ricos en emoción, fascinación y poderío estético. El lobo feroz, las brujas y ogros caníbales, los genios malvados, los bosques mágicos y amenazadores, los animales parlantes, los dragones y mazmorras, ejercen en el lector infantil su poder para asustar y maravillar por igual. Algo que no ha cambiado a lo largo de los siglos.
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Prácticamente todos los autores de los clásicos infantiles de los siglos XIX y XX entendieron que sus obras, por mucho que pretendieran ser aleccionadoras, educativas o simplemente divertidas, si querían llegar de verdad al alma de sus pequeños lectores debían incluir momentos asustantes. Las dos Alicia de Carroll están plagadas de situaciones fantásticas que amenazan la integridad física de su protagonista, quien crece y mengua sin control, cae y cae por agujeros en el bosque, es perseguida para ser decapitada por la Reina de Corazones y sometida a continuas ordalías por personajes grotescos como el Sombrerero Loco, entre otros muchos.
El Pinocho de Collodi es secuestrado, convertido en asno y tragado por una ballena, mientras que en el Peter Pan de Barrie el Capitán Garfio es un auténtico pirata asesino y cruel, o en los libros de Oz de L. Frank Baum la princesa Langwidere cambia de cabeza según la ocasión y el Rey Nomo puede convertirte en objeto decorativo sin que pierdas la conciencia. En El hobbit, Tolkien enfrenta a su pequeño héroe con la gigantesca Ella-Laraña, en una escena de auténtica pesadilla. No es raro que el autor de Drácula, Bram Stoker, escribiera también un puñado de cuentos para niños reunidos como El País del Ocaso, de tinte oscuro y siniestro.
Todos estos y otros clásicos sembrarían el terreno para las fantasías modernas de J. K. Rowling y su Harry Potter, Tamsin de Peter S. Beagle o Coraline de Neil Gaiman, donde la aventura, lo fantástico, emotivo y mágico no funcionarían sin su cupo de personajes y momentos de horror.
Crimen y misterio
Pocas cosas emocionan más a un niño que descubrir a un adulto portándose mal, incluso muy, pero que muy mal. Además, al denunciar al villano, que puede ser un vecino, padre de familia, un profesor del colegio o una amable monjita, el niño se encontrará casi siempre con la incredulidad cómplice del resto de adultos, convencidos de que se trata solo de una fantasía infantil, una rabieta o una pesadilla producto de una indigestión de chuches.
Desde que Tom Sawyer y Huck Finn se enfrentaran con el malvado Injun Joe en Las aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain, los críos con ínfula de investigadores aficionados se han convertido en verdadera némesis para talludos criminales de todo pelaje y catadura, que intentan salirse con la suya abusando, precisamente, de su condición de adultos. Émulos imberbes de Sherlock Holmes (y sus Irregulares de Baker Street), solos o, más habitualmente, en pandilla, jóvenes detectives de todos los países y lugares, como el Emilio del alemán Erich Kästner en el Berlín de los años 30, desbaratan con inteligencia, astucia y valor los planes más turbios de peligrosos delincuentes.
Pero lo que verdaderamente atrapa al pequeño lector en las aventuras de los Hardy Boys o su contrapartida femenina Nancy Drew, personajes creados por Edward Stratemeyer a finales de los años 20 y continuados hoy por nuevos autores, son las situaciones de auténtico peligro y suspense en las que se ven atrapados sus protagonistas. Secuestrados o perseguidos, encerrados en sótanos o torreones, incapaces de demostrar ante las autoridades la culpabilidad del asesino, conspirador o ladrón, se las ven y se las desean para escapar a los trances más angustiosos, desenmascarando finalmente al culpable tras superar riesgos mortales.
Algo que se acentúa cuando la amenaza tiene aspecto engañosamente sobrenatural, como suele ser habitual en las estupendas aventuras de Los Tres Investigadores, creados en 1964 por Robert Arthur explotando ingeniosamente la figura de Alfred Hitchcock, gurú ocasional de los protagonistas, quienes se enfrentan a lo largo de más de cuarenta libros a los misterios del castillo del terror, la momia, el fantasma verde, el ojo de fuego o la calavera parlante, cuyos títulos lo dicen todo.
Gótico para niños
No hay duda de que el niño y el adolescente se sienten a menudo desamparados e indefensos, víctimas de un mundo adulto que no solo les resulta incomprensible, sino que les usa y abusa de ellos con crueldad. La indefensión del menor es caldo de cultivo para el más oscuro melodrama gótico, que engancha al lector infantil al sentirse perfectamente identificado con sus héroes, destinados a sufrir las siniestras maquinaciones de adultos sin escrúpulos, decididos a utilizarlos para sus propios y torvos fines.
Aunque no los creara estrictamente para niños, los libros ilustrados del genial Edward Gorey, parodia y reescritura llena de humor negro, nonsense y sadismo juguetón de los manuales y cuentos morales y moralistas victorianos, acabarían por caer en sus manos, despertando su asombro y diversión. Gorey se convertiría en fuente de inspiración para toda una corriente moderna de escritores e ilustradores, creadores de historias góticas para el público infantil y juvenil, entre ellos, por supuesto, el cineasta Tim Burton, que refleja su impronta no solo en sus películas sino en sus poemas infantiles de La melancólica muerte del chico Ostra y en cuentos como Pesadilla antes de Navidad, influidos también por Roald Dahl, el Dr. Seuss y el humor gráfico de Charles Addams, creador de la famosa Familia que lleva su nombre.
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Precisamente, el polifacético Roald Dahl sería uno de los grandes autores de gótico infantil, con clásicos como Las brujas o Matilda, aunque tampoco falten elementos malignos y asustantes en Charlie y la fábrica de chocolate, por no hablar de su peculiar revisión para los más pequeños de los cuentos clásicos: Cuentos en verso para niños perversos.
La también británica Joan Aiken no le va a la zaga. Además de estupendos relatos de fantasmas para grandes y chicos, su serie iniciada con Los lobos de Willoughby Chase, situada en una Inglaterra alternativa, es ejemplo perfecto de folletín gótico dickensiano para jóvenes. El americano John Bellairs sorprendería en 1973 con un inesperado best-seller: La casa del reloj en la pared, que le llevaría a centrarse en el género con incontables y fantásticas aventuras góticas, a menudo ilustradas por Gorey.
Bellairs supo definir perfectamente el por qué del éxito de sus libros, tanto entre niños de nueve a trece años como entre adolescentes: “Escribo thrillers de miedo para niños porque tengo la imaginación de un niño de diez años. Amo las casas encantadas, los fantasmas, las brujas, las momias, los hechizos, los rituales secretos a la luz evanescente de la luna, los ataúdes, huesos, cementerios y objetos embrujados”. El material mismo del que está hecho Halloween.
De este gótico infantil proceden en línea directa sagas actuales de gran éxito entre pequeños y no tan pequeños como Una serie de catastróficas desdichas de Daniel Handler (como Lemony Sniket) y el ilustrador Brett Helquist, o Las crónicas de Spiderwick de Tony DiTerlizzi y Holly Black.
Pesadillas modernas
Pocos son los autores de terror moderno, desde Stephen King en adelante, que se han resistido al lector infantil. Quizá porque, como ya habrá sospechado alguien, en todo auténtico aficionado a la literatura de horror sigue vivo el niño que temblaba de miedo y placer al escuchar las atrocidades de “Hansel y Gretel”, “Caperucita Roja”, “Barba Azul” o “La niña que pisoteó el pan”. ¿Qué otra cosa es It sino una sobredimensionada novela juvenil? Un libro que ha marcado a varias generaciones de adolescentes, con su cruce entre las aventuras de Los Cinco, Lovecraft y el cuento de hadas americano.
Dean R. Koontz, Clive Barker, John Connolly, Neil Gaiman, entre otros, además del pionero Ray Bradbury con sus maravillosas La feria de las tinieblas y El árbol de las brujas, han escrito numerosas novelas y cuentos para niños y jóvenes, no especialmente distintas a veces de sus otros libros. Como explica Connolly: “La única diferencia con el resto de mi obra (cuando escribo para jóvenes) es que modero algo el lenguaje, son más cortas y tienen mucho humor, pero eso es todo.” Algo que no suena nada mal tampoco para un adulto.
Pero lo cierto es que los niños tienen su propio “Rey del Terror”: R. L. Stine, cuyas Pesadillas (Goosebumps) le convirtieron desde los 90 en el Stephen King infantil, con sus historias de miedo para los más pequeños, llevadas con enorme éxito a la televisión, e inspiradas tanto en clásicos como Pinocho o Alicia como, sobre todo, en la fórmula de Tales from the Crypt, los famosos e infames cómics de la EC, que tanto influyeran también en King o en cineastas como John Carpenter, Wes Craven y demás maestros del horror moderno.
Uniendo los eternos miedos infantiles con los motivos, temas y personajes del terror contemporáneo (alienígenas, posesiones, muñecos infernales, psicópatas, maldiciones, poderes psíquicos y todo el interminable catálogo), Stine llevaría las pesadillas de la modernidad al universo infantil y viceversa, acaparando ventas, premios y merecidos elogios, criando a toda una generación de futuros amantes del género.
A lo largo de las últimas décadas del siglo pasado y primeras del nuevo, no han dejado de aparecer autores y autoras capaces de dar forma a las angustias y temores infantiles universales, en populares cuentos llevados a menudo a la pantalla, como muchos de los que hemos visto hasta aquí. Obras que cautivan a sus pequeños y no tan pequeños lectores, ofreciendo pavor y fascinación por igual. Ofreciendo, sobre todo, catarsis, diversión y un muy necesario aviso a futuros navegantes.
Todos los citados, y otros como Lois Duncan, Anthony Horowitz, Deborah y James Howe, el francés Serge Brussolo, Bruce Coville, Angela McAllister, la alemana Angela Sommer-Bodenburg, creadora del Pequeño Vampiro, Cassandra Clare con sus Cazadores de Sombras, los españoles César Mallorquí y Sofía Rhei, Alvin Schwartz, el también alemán Otfried Preusler, la sueca Maria Gripe, el canadiense Graham McNamee y muchos más, abarcando un amplio rango de edades, estilos y temas, siempre han sabido que el terror es para los niños, tanto como que los niños aman el terror.
Gracias a ellos, también los adultos que seguimos amándolo conservamos nuestro “niño interior”, con toda su perversa inocencia, dispuestos a celebrar Halloween contra vientos y mareas moralistas y buenistas. Porque no hay más verdad que esta: truco o trato. Todo lo demás, no importa.
Top 5 de terrores para niños de todas las edades (A partir de 12 años)
La pareja abominable y otras historias macabras (Valdemar), de Edward Gorey
Las más retorcidas historias gráficas del padre del gótico infantil, sin el que Tim Burton, Neil Gaiman o Lemony Sniket no existirían. Indispensable e inagotable.
Muerto de miedo (Fondo de Cultura Económica), de Anthony Horowitz
El creador de Alex Rider sigue la mejor tradición de Roald Dahl con una colección de relatos de terror moderno implacables y sorprendentes, ilustrados por Alex Herrerías.
El libro de las cosas perdidas (Tusquets), de John Connolly
Más conocido por sus novelas de misterio protagonizadas por Charlie Parker, Connolly crea todo un clásico moderno de la fantasía oscura juvenil. Ilustraciones de Riki Blanco.
Sé lo que hicisteis el último verano (Dimensiones ocultas), de Lois Duncan
Escalofriante whodunit adolescente, que daría lugar a la película del mismo título (con poco que ver con el libro). Un thriller con moraleja que ha atrapado ya a varias generaciones.
El exorcismo de mi mejor amiga (Minotauro), de Grady Hendrix
Un cóctel de nostalgia ochentera, angst adolescente, amistad femenina, humor, terror y guiños al género, de manos de uno de los autores más innovadores de los últimos años.