Gabriela Adamesteanu (Târgu Ocna, 1942) es una de las autoras más interesantes de la literatura rumana actual. Lo que nos cuenta en esta novela en cinco partes, ambientada en los años setenta del pasado siglo –aunque con saltos en el tiempo hacia las generaciones pasadas y futuras–, es la arriesgada infidelidad entre dos funcionarios de la administración cultural (Sorin y Letitia) en tiempos de férrea dictadura comunista y de vigilancia indiscriminada.
De hecho la acción arranca con uno de sus encuentros amorosos en la buhardilla que Sorin le alquila por horas a un profesor universitario, Florinel, en las afueras de la ciudad. También el marido engañado (y engañador), Petru, diez años mayor, es profesor universitario.
Iremos sabiendo que casi siempre fue un hombre gris pero, con el transcurrir de los años, también un detestable maltratador alcoholizado. Sorin y Letitia comparten lugar de trabajo (que se designa como el Edificio o la Institución). Allí se vuelven unos reyes del fingimiento y la reserva, pues los ojos, oídos, micrófonos, la jugosa y rentable posibilidad de denunciar y delatar, eran el día a día en la turbia Rumanía de Ceaucescu.
['El cuarto mundo' de Diamela Eltit: una novela no apta para carcas]
Una acusación de adulterio, o de un aborto clandestino, tenían entonces serias consecuencias penales y sociales. No era infrecuente que un supuesto amigo, un compañero de trabajo, o incluso un familiar, dieran la alerta a la Securitate. Los encuentros sentimentales un par de veces por semana son el motor de la vida de ella, que cruza la ciudad entera a la búsqueda de esas horas, siempre tan fugaces, de sexo, alcohol, regalos, conversaciones y bailes.
Letitia recordaba de niña el saqueo de su casa, la detención de su padre cuando ella regresó de la escuela, aquellos violentos hombres con sombrero y trajes negros de piel.
Adamesteanu retrata un mundo de burocracia infinita, propaganda, paranoia y sospecha permanente perfectamente representado
La obra es capaz de sumergirnos en los sótanos de aquel mundo corrupto, engrasado a base de gratificaciones, sobres y favores. Otro de los grandes temores era tener un dosier familiar oscuro, un “dosier malo”, secretos que pudiesen salir a la luz y arruinarte la vida profesional y personal por “fallarle al sistema”. Curioso que en ese ambiente se presumiera de “códigos éticos”, a la luz de los cuales “la sociedad te pregunta: ¿Cómo vives?”. Porque “eres tan solo lo que ve el otro (…) Se sabe quién es tu familia, cuánto ganas y qué enchufes tienes, con quién andas, qué desodorante utilizas, los conflictos con tu mujer y tu suegra, cuántas fundas tienes en la boca y qué dentista de la policlínica te las ha puesto, tus abortos, las enfermedades venéreas que has pescado con las putas, las travesuras de tus hijos”.
El libro retrata las traiciones a gran y pequeña escala, entre jerarcas, pero también entre amantes por lograr un ascenso en un mundo de tecnócratas. Gabriela Adamesteanu sabe dar el color y el tejido de la época a través del devenir político, pero también con la descripción brillante de la ciudad o de las marcas de alcohol, cigarrillos, automóviles, ropa, perfumes, frigoríficos… oficiales y del mercado negro.
Un mundo de burocracia infinita, propaganda, paranoia y sospecha permanente perfectamente representado, donde quizá la mayor dificultad para el lector español resida en no estancarse en el detallado y apabullante fresco histórico-político que, más allá de los amantes, ocupa e invade buena parte de las páginas de esta obra.