De pronto, un personaje de Los pies fríos cree llevar moho adherido a las uñas, pero resulta que es solo sangre seca. Esta confluencia tan gráfica entre vida, violencia, muerte y podredumbre, envuelta en humor negro, sintetiza muy bien el tono escogido por Beatriz García Guirado (Barcelona, 1983) para su tercera novela.
Las dos anteriores ya situaban a la autora entre lo mejor de una corriente medio subterránea de literatura extraña que tiene en Barcelona su cuartel general, una literatura de escritores moviéndose entre el género (o mejor, los géneros: noir, fantástico, gótico, terror…) y la irreverencia filosófica, entre quienes Laura Fernández se ha convertido en el ariete que logró conquistar al gran público por primera vez. Ojalá que le ocurra a García Guirado, porque esta reescritura caleidoscópica de ciertos mitos narrativos no tiene desperdicio.
Los pies fríos es un libro que habita el paisaje de los relatos fronterizos norteamericanos, y ese es el mito del que se sirve para alzar desafíos éticos y estilísticos estrictamente personales. Aquí está todo: el crimen, la crudeza, los fanatismos, el horizonte, las carreteras, las cárceles y los bares sórdidos, la basura social expulsada del Paraíso, el aroma a wéstern, los resabios distópicos, la profecía enfermiza.
En la contraportada, el blurb de Fernández alude a John Ford, Angela Carter o David Lynch como referentes, una lista que podría engordarse sin frenos: Donald Ray Pollock, Sam Peckinpah, Flannery O’Connor o, sin tanto name dropping, trescientas mil ficciones buenas, malas y regulares, literarias o cinematográficas, sucias o prestigiosas. Porque García Guirado no recurre a un territorio real ni a un juego de citas de groupie, sino al significante compartido de una cultura tan asentada ya como los dioses del Olimpo: un espacio de la imaginación universal.
Y aunque su trama se demuestre milimétricamente hilada cuando llegamos al final de una estructura no menos milimétricamente errática; aunque varios de sus personajes acumulen la complejidad exigible a la buena ficción; aunque sorprenda la fluidez con que encadena tonos y tropos alterándolos levemente… Pese a ello, prefiero hablar de la atmósfera tejida por la autora, así como del trasfondo existencial derivado del esfuerzo.
Es un libro que habita el paisaje de los relatos fronterizos norteamericanos, y ese es el mito del que se sirve para alzar desafíos éticos y estilísticos estrictamente personales
Porque García Guirado utiliza ese abanico de recurrencias para escapar del actual (y legítimo) fetichismo de “lo real” y desatar una prosa salmódica, arrastrante, con facilidad para cuajar sentencias (“buscar una sombra como quien busca una caricia, eso es la vida”) que no entorpecen ni el ritmo ni su naturaleza de canción-leyenda cantada a pie de carretera. Enseguida, Estados Unidos se revela una fantasía, un repositorio deslocalizado de fuerzas ancestrales.
Hasta aquí, todo podría sonar a ejercicio de estilo o variación de maestros conocidos. Por el contrario, Los pies fríos (título que gana al conocer su sentido) incomoda, se desacomoda y tensa los prejuicios del lector con un objetivo latente: mostrar a los seres humanos como especie tocada por las alucinaciones de la identidad y la culpa. En el epílogo, García Guirado admite que, de los libros, le interesa saber si rugen o no. Normal: ella sabe rugir.