A pesar de que Dolores Redondo se autodefine como una escritora de tormentas, no llueve en Bilbao, pero cualquiera que conozca mínimamente esta ciudad sabe que podría ponerse a hacerlo en cualquier momento. El cielo, al menos, es gris plomizo cuando nos subimos junto a la autora a bordo de un barco para recorrer su ría. Pasan unos minutos de las seis de la tarde y poco después ya es noche profunda. El agua es un espejo que duplica miles de luces apostadas a los lados. A su paso, el barco transforma el agua negra en un reguero dorado y luminoso. La imagen es hipnótica.
Hasta este escenario idílico nos ha traído la autora de la Trilogía del Baztán para presentar su último libro, Esperando al diluvio. Una novela que tiene mucho que ver con Bilbao, porque es el lugar a donde la escritora hace que llegue en los años 80 —unos días antes de que la terrible inundación de 1983 arrase la ciudad— su nuevo protagonista, un investigador de policía escocés, Noah Scott Sherrington, que tras una corazonada y en un frágil estado de salud, desembarca en el País Vasco. Lo hace, como Redondo, persiguiendo a un personaje real, John Biblia, el asesino en serie que entre 1968 y 1969 violó y mató a tres jóvenes en Glasgow y cuyo caso sigue hoy sin resolverse.
“Hasta donde sabemos —cuenta la escritora— este personaje puede seguir vivo. Sería algo parecido al caso de Jack el Destripador, que sí podemos asegurar que está muerto porque ha pasado mucho tiempo. Los asesinos que no se capturan se convierten en leyenda, siempre surge la historia alrededor de ellos de que eran demasiado inteligentes, de que eran muy sagaces y muy listos para ser capaces de huir de la policía, pero creo que también pueden intervenir otros factores”.
Cómo desaparecen los asesinos
Considerado hoy uno de los grandes misterios de la historia criminal británica, hasta el punto de que la BBC acaba de emitir un documental sobre él este mismo año, hipótesis sobre su paradero hay muchas. También aquellas que avalan que, en algún momento, pudo huir del país. “Esa suele ser una de las causas por las que aparentemente desaparecen los asesinos”, señala la experta, que tampoco descarta que el criminal evolucionara y perfeccionara sus crímenes hasta borrar por completo su huella.
“Hay otros crímenes en los años 80 en Reino Unido que se le atribuyen, pero la policía de allí en aquel tiempo funcionaba bastante como la de España. Los distintos cuerpos policiales no tenían mucha comunicación entre ellos, incluso se hacían la competencia. Un poco lo que podía pasar entre un cuerpo como la Guardia Civil, la Policía Nacional y la Ertzaintza, que entonces estaba en su primer reemplazo. Pero no es algo tan raro. En el caso de Tony Alexander King la información de que teníamos a ese señor en España llegó a través de la Interpol, nadie de la Policía Nacional llegó a saberlo hasta que este tipo ya había matado a dos chicas, y fue capturado casi por casualidad”, afirma.
En ese sentido, una prueba de ADN también hubiera sido fundamental, pero eran otros tiempos. “En la novela hay un homenaje a ese tipo de investigador, al que en los años 70 recogió muestras de aquellas víctimas. Ahora nos parece algo absolutamente normal, pero en su día era ciencia ficción. Estaba más cercana la carrera espacial (en 1969 se llegó a la luna) que un análisis de ADN y, sin embargo, hubo policías en ese momento que tuvieron la clarividencia de recoger muestras”, apunta Redondo.
Lo curioso de John Biblia (Bible John en inglés), añade, es que se llevó a las tres víctimas de la misma discoteca en el plazo de un año. Había cientos de testigos. En el último de sus crímenes, incluso, la hermana de la víctima estuvo con ellos parte de la noche, se subió con ellos en un taxi, pudo verle muy de cerca. Ella hizo una descripción detallada de un hombre muy joven, muy pulcro, bien vestido, educado, que en algún momento había mencionado los salmos, lo que dio pie a la prensa para apodarlo como Biblia”.
Un viaje al Bilbao industrial
Sin embargo, a pesar de los testigos y de la cantidad de efectivos policiales que se destinaron a capturar a este asesino en serie, fue imposible dar con su identidad. “Se creó tal paranoia en la época que la policía llegó a extender carnés que justificaban que la persona que lo portaba no era John Biblia. Tipos que habían sido descartados porque mucha gente estuvo a punto de ser linchada, sospechosa de ser este asesino”. Pero nadie dio con su paradero. “Hoy podría ser un venerable ancianito de los que pasean por Bilbao o por Glasgow”, comenta.
Hasta aquí, la historia real. Porque en Esperando al diluvio, Redondo se plantea que en una de sus huidas John Biblia pudo haber terminado en cualquier parte. También, por qué no, en el norte de España. Pero el Bilbao a donde llega el asesino, primero, y después su inspector, es muy distinto al que tenemos hoy ante nosotros. “Estamos aquí para que conozcáis la ría —nos devuelve al presente la autora a bordo del barco donde se presenta la novela—, para que conozcáis la ciudad desde este punto de vista. Me gustaría poder mostraros, por un momento, la ciudad a la que pudo haber venido John Biblia, la ciudad que Noah descubre desde la proa de un barco”. Porque entonces, explica, los mercantes navegaban estas mismas aguas.
“Esto no era una ría limpia, iluminada, como la veis ahora. Era un puerto marítimo y a los lados en las orillas había atracados buques de gran tonelaje. Donde ahora se alzan las farolas había grandes grúas, camiones y vagones. Había una inmensa playa de vías, donde recalaban los trenes que tenían que cargar las mercancías del puerto —describe—. Unas semanas antes de la gran inundación del 83 había estado detenido ahí durante semanas un tren que tenía plantas de colza en el interior, que habían fermentado y rebosado por fuera de los vagones. Cuentan los muchos testigos de la época que las ratas, grandes como conejos, podían verse desde la otra orilla y que el camino por donde hemos venido andando era un lugar fangoso, sucio, lleno de grasa y que olía fatal”.
Bilbao y Glasgow, espejos en los años 80
Así era la ciudad que Noah se encuentra. Una Bilbao que, en realidad, como escribe en su novela, era como la mayor ciudad portuaria de Escocia. Ambas estaban perfectamente conectadas, de ahí que fuera plausible que John Biblia recalara aquí. “Pero Glasgow era todavía más decadente. Bilbao era Glasgow con dinero y con trabajo, una ciudad donde todavía florecían los negocios y donde se podía vivir y trabajar, aunque también asolada por la sombra de la reestructuración naval que había llegado a otros puertos en España y, desde luego, por la heroína”.
Los efectos de aquella reconversión industrial, de hecho, los vivió la propia escritora, que pasó su infancia pegada a un puerto, en su familia. “Todos los hombres de mi familia son marinos y mi padre, también marino, por primera vez en su vida estuvo en paro en aquel tiempo”, comparte.
Pero la situación de Glasgow, insiste, era muchísimo peor. Entonces “ya se había visto afectada por una gran crisis económica. Además, se había sufrido una gran reestructuración de todos los edificios a nivel arquitectónico porque estaban afectados de aluminosis y de hongo negro y hubo que derruir miles de casas, miles de edificios enteros y trasladar a la gente. Los solares quedaron vacíos durante décadas”, mientras que “Bilbao se sostenía gracias al comercio con Reino Unido, sobre todo, y porque seguían construyendo barcos en los astilleros. El acero y las empresas metalúrgicas de esta zona los sostenían”.
Después, llegó el diluvio y lo arrasó todo. “Aquella ciudad se la llevó la riada”, recuerda Redondo con la imagen de un Bilbao arrasado aún muy presente en su cabeza. La escritora tenía entonces 14 años y regresaba de pasar en Galicia unos días junto a sus tíos. “Cuando el tren comenzó a acercarse a Bilbao era impactante ver cómo estaban las orillas. Recuerdo todo colgado por los árboles. No hablo de plásticos enredados. Hablo de cosas inverosímiles como colchones, que estaban prendidos arriba del todo de las ramas, y guantes y la ropa de los tendederos y bidones. Cosas raras. Tablones, otros árboles. Eso te daba una idea de hasta dónde había llegado el agua y con qué fuerza había pasado”, explica.
“La vía estaba parcialmente destruida y, de hecho, el tren se detuvo y tuvo que volver por donde había venido. Hay que ver las fotos porque, si no, no te lo puedes creer. Quedó tan arrasado que toda la industria de Bilbao desapareció. Se perdieron miles y miles de puestos de trabajo. Y se reestructuró todo Bilbao. Fue un ejemplo de cómo un patito feo se puede convertir en un cisne encantador”.
Y es que con Esperando al diluvio, Redondo cumple además con una deuda pendiente. “Escribir sobre Bilbao era una cuestión personal. Es mi homenaje a esta ciudad que me ha dado muchísimo cariño desde la publicación de El guardián invisible. Junto con Barcelona, es la ciudad que más me ha premiado y que más me ha acogido y, cuando recibí la Pluma de Plata de los libreros, les prometí que un día escribiría una novela para esta ciudad”, rememora.
“Esta mañana alguien me decía que había retratado un Bilbao muy feo, pero esas ciudades portuarias, ese espíritu de trabajo, esa fuerza con la que la gente luchaba a diario y el pulso que tenían las ciudades que ya no existen, era algo muy hermoso. Hermoso dentro de su decadencia, de su esfuerzo, de su suciedad. Era hermoso dentro de que era lo mejor que teníamos. Desde luego, yo no hablo con melancolía de ese tiempo, me gusta mirar hacia adelante, ahora es todo mucho más bonito, pero aquel Bilbao también tuvo grandes cosas y espero que podáis ver la belleza de aquel espíritu y aquel esfuerzo”, señala.
De fondo laten en la novela, claro, las guerras de las banderas, las cumbres entre ETA y el Gobierno español, las sospechas de los vínculos entre el IRA y ETA, la formación de la Ertzaintza, la inundación y también la enfermedad de Noah, con toda la documentación que eso ha implicado para describir los avances en cardiología.
Diez años de El guardián invisible
A punto de cumplirse una década desde la publicación de su primera novela, Redondo llega a Esperando el diluvio “muerta de miedo. Siempre me digo 'si no gusta te vas a casa y escribes otra'. Pero estoy nerviosa. Después de pasarme años preparando esta fiesta sorpresa que traigo para los lectores, si luego no les gusta sería terrible”.
Reconoce, eso sí, que hoy se ve más madura a la hora de escribir. “Me siento mucho más segura, pero también siento cosas muy similares a las que sentía entonces. Cada vez que emprendo la escritura de una nueva novela lo que quiero es escribir mejor”, confiesa la escritora, que se muestra más hermética sobre el carácter de su nuevo relato. “Es un experimento literario —avanza—. No es una saga, no es una trilogía, es otra manera de contaros la historia”.
Redondo se presenta también como una escritora de tormentas que escribe desde la rabia. “Y a veces mi rabia no coincide con lo que querrían otros que retratara. No me apetece hablar de corrupción política, pero sí de aquello que me conmueve. Al final termina siendo auténtico si es auténtica tu rabia. Muchos lectores se han unido a ese terror de Amaia Salazar porque todos entendemos que es horrible que ese infierno se dé dentro de tu propia casa”, reivindica.
[Dolores Redondo: "Nunca he dejado de estar con Amaia Salazar"]
En Esperando al diluvio (editorial Destino) esa rabia también está. Y el amor y el miedo, los dos grandes sentimientos alrededor de los que gira su obra. Pero también la vida y la muerte. Ambas, dice, “son una constante en mis novelas porque la he vivido de cerca. He vivido de cerca el duelo. Y este verano he tenido la suerte de vivir el milagro de la vida”, comparte la escritora, que tuvo que atender a su hermana cuando, en cuestión de minutos se puso de parto en su casa de la Ribera Sacra.
“Estábamos a una hora del hospital de Santiago y en dos minutos me vi atendiendo un parto. No he pasado tanto miedo en mi vida. De pronto tenía la vida de mi hermana pequeña y de su bebé en mis manos y fue terrible y tremendo. Ese momento sin duda lo veréis en mi próxima novela. Porque me di cuenta de que no sabemos acompañar a los que vienen ni a los que se van. No sabemos nada de lo que es nacer ni morir. Y cuando cualquiera de las dos irrumpe es un cataclismo”, concluye.