Aunque el propio Marcel Proust pidió expresamente que se dejara su correspondencia en paz y en una carta de enero de 1921, es decir, un año antes de morir, llegó a escribir que insistía “absolutamente” en que no se conservase “ni a fortiori se publique ninguna correspondencia mía”, pocos meses después de la publicación de Contra Sainte-Beauve un estudioso americano comenzó a publicar una correspondencia cronológica que comprende 21 volúmenes y más de cinco mil cartas.
No son, según Bernard de Fallois, el gran especialista en el novelista francés, piezas literarias como las de Voltaire o Flaubert, quienes sabían que “lo que estaban escribiendo formaría parte de su obra”, pero las reunidas el mes pasado por Acantilado bajo el título de Cartas escogidas componen una suerte de “biografía espiritual del escritor” según su editora, Estela Ocampo. En una, por ejemplo, leemos “Espero que me agradezcas el pudor. La impudicia me parece horrible, peor incluso que la depravación”. Y es que, como subraya la editora, “cada carta tiene no solamente un tema de interés que comparte con el destinatario, sino también un estilo tan acorde que es posible adivinar el destinatario por el estilo”. Eran cartas que Proust escribía en su dormitorio, medio acostado, apoyando el papel sobre sus piernas, o en el aire...
Literato y mundano
Otro título de especial interés es Escribir. Escritos sobre arte y literatura (Páginas de Espuma). En edición de Mauro Armiño a partir de las últimas investigaciones de Pierre Clarac y de Antoine Compagnon, el volumen reúne una selección de sus colaboraciones en Prensa, que nos descubre sus grandes intereses culturales. Así, si en un primer momento escribe un poco de todo, especialmente sobre temas relacionados con el arte, la música y la literatura, haciéndolos compatibles con crónicas más mundanas, sobre “La moda” o una tertulia ingeniosa en un salón parisino, o impresiones sobre un músico o un escritor de éxito, más tarde ahonda en sus reflexiones sobre el genio, el talento o la inspiración.
Los textos sobre arte y literatura dedicados a Baudelaire, Flaubert, Goethe o Tolstói, y a artistas como Rembrandt o Moreau, Saint-Saëns o John Ruskin, muestran sus iluminaciones al leer o contemplar una obra de arte, a partir de la certeza de que “el hallazgo afortunado de un buen libro (o un gran cuadro) puede cambiar el destino de un alma”. Muy recomendable resulta el penúltimo capítulo, dedicado a sus escritos en el periodo en que preparaba y defendía su Contra Sainte-Beuve, nacido su convencimiento en que la biografía no dice ni explica nada sobre la obra de un autor.
[Marcel Proust: la vida como literatura]
Así lo leyeron y enseñaron
También la abundantísima bibliografía sobre Proust se enriquece con la aparición de dos libros que recogen las clases que sobre el genio francés prepararon Bernard de Fallois y Roland Barthes. Conviene recordar que Fallois fue el editor que en 1952, con solo 26 años, publicó la novela inacabada y póstuma de Proust Jean Santeuil y dos años más tarde, Contra Sainte-Beuve, según los manuscritos del autor. En siete conferencias sobre Marcel Proust se propuso contestar a cuestiones como la forma en la que el novelista compuso En busca del tiempo perdido, qué es un personaje proustiano, si fue un autor cómico o qué significaron para él el amor y la muerte.
Más interés aún tiene el Marcel Proust. Miscelánea, de Roland Barthes, que acaba de publicar Paidós y que reúne una apasionante compilación de ensayos, algunos inéditos, en el que el padre del estructuralismo desmenuza y valora las iluminaciones del narrador francés. A fin de cuentas, el volumen es el pago de una deuda del filósofo con uno de los autores a los que más releyó pero de los que menos escribió en vida, si bien le dedicó cursos y conferencias, nacidos de su admiración hacia “un poeta que escribe prosa” y que revolucionó la literatura del siglo XX.
A la busca de 'En busca del tiempo perdido'
Conviene dejarlo claro: durante todo el siglo XX, el lector en español de Proust solo contó con una traducción de En busca del tiempo perdido. La inició en 1922 un jovencísimo Pedro Salinas, que tradujo los dos primeros tomos y parte del tercero; José María Quiroga Pla retomó la descomunal tarea a lo largo de cincuenta años y la remató la legendaria traductora Consuelo Berges, responsable final de la que fue la edición canónica del clásico que Alianza Editorial lanzó en 1966.
Todo cambió en el año 2000, cuando Valdemar publicó A la busca del tiempo perdido, en nueva traducción de Mauro Armiño (que ahora relanza El Paseo Editorial), y Lumen, otra, de Carlos Manzano, que conserva el título tradicional, como también lo hace la de Alba Editorial, de la que son responsables María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego.
El problema, sin embargo, no afecta solo al título general de la obra, sino al de los tomos primero y tercero, Por el camino de Swann y El mundo de Guermantes. Para el veterano Armiño, lo más correcto es titularlos Por la parte de Swann y Por la parte de Guermantes. En cambio, la opción de Teresa Gallego y Amaya García es más audaz: Por donde vive Swann para el primer tomo y Por donde los Guermantes para el tercero.
Ahora, estos cambios parecen menores ante la magnitud de una obra maestra que transformó el concepto mismo de novela, pero hace veinte años la polémica suscitada por las audaces soluciones de Mauro Armiño y María Teresa Gallego reivindicó la labor trascendental del traductor.