La invasión de Ucrania por parte de Rusia es un ejemplo clarísimo de que la historia se escribe a golpe de acciones individuales. Estas, a su vez, proceden de motivaciones personales. Así que para comprender la historia, hay que estudiar las emociones humanas. ¿Por qué Putin hace lo que hace? “¿Es el afán de poder, de grandeza de Rusia, de tener que protegerse del grupo que tiene a su alrededor?”, se pregunta el filósofo y ensayista José Antonio Marina (Toledo, 1939), que propone un marco de análisis donde Historia y Psicología se dan la mano, para comprender la historia y, por tanto, aprender de ella.
“El mundo de las motivaciones es el mundo de las necesidades y los deseos, y ahí van incluidos el afán de poder, el miedo, la codicia, el amor… Sin conocer todo ese mundo emocional que moviliza la acción de la historia, no podemos aprender de la historia”, explica el filósofo y ensayista José Antonio Marina, que publica hoy el libro El deseo interminable. Las claves emocionales de la historia, editado por Ariel.
Este libro se enmarca dentro de lo que otros antes que él, durante el siglo XX, llamaron psicohistoria. Pero aquella nueva disciplina no llegó a consolidarse porque “la psicología no tenía entonces las herramientas suficientes para ayudarnos a comprender la historia”, explica el autor. Así que él opta por llamarlo Ciencia de la Evolución de las Culturas, y aboga por su enseñanza en las aulas. Lo importante no sería aprenderse la fecha de la batalla de las Navas de Tolosa o la lista de los reyes de España, sino comprender cómo funciona el motor que mueve la Historia. Algo muy en la línea de la pedagogía actual, que prima las competencias por encima de los meros contenidos.
La historia con rayos gamma
Marina, que ya ha escrito otros libros sobre la historia de las emociones como El laberinto sentimental y el Diccionario de los sentimientos, explica su enfoque psicohistórico usando una analogía astronómica: “Los astrónomos pueden ver el universo con luz natural y todo se ve muy ordenado, con esos planetas tan redondos con sus satélites y sus anillos; pero también pueden observarlo con telescopios de rayos gamma, y entonces lo que ven son las fuerzas que están en acción, los choques de energía”. Así, lo suyo sería como aplicar rayos gamma al estudio de la historia.
El libro de Marina se divide en dos partes: La edad de la obediencia y La edad de la rebeldía. “La especie humana ha sido muy obediente durante casi toda la historia, entre otras cosas porque las estructuras políticas y religiosas imponían la obediencia”, explica el autor. El poder usaba la estrategia de otorgar un origen divino a las leyes, pero el deseo de liberarse de ese poder fue creciendo poco a poco hasta la Ilustración y la concepción de los derechos humanos.
Ese camino hacia el progreso es “una historia muy larga con muchas meteduras de pata y muchas crueldades, pero hemos aprendido escaldados y hemos seguido saliendo del paso como hemos podido. ¿Y qué nos impulsaba? El deseo de felicidad”, afirma Marina.
La dignidad, el gran invento humano
Entra aquí en juego uno de los conceptos más manoseados en los últimos años, la felicidad, que el filósofo explica así: “Los animales tienen deseos muy finitos y cuando los satisfacen, se duermen. En cambio, nosotros tenemos un deseo y cuando lo satisfacemos no nos quedamos tranquilos porque tenemos otro, y otro y otro. Como no podemos vivir con esa inquietud, nos decimos que tiene que haber una experiencia que satisfaga todos los deseos, y a eso lo llamamos felicidad y es lo que siempre vamos a estar buscando”.
En la búsqueda de esa felicidad, “lo más grandioso que ha inventado la inteligencia humana no han sido el arte ni la ciencia, que son fantásticos, sino habernos definido como una especie protegida por derechos”. “Somos una especie que venimos de ser monos listos y queremos ser personas dignas. ¿Y qué significa la dignidad? Que tenemos un valor intrínseco, hagamos lo que hagamos. Por el hecho de ser humanos, aunque estemos enfermos, seamos blancos o negros, tenemos una dignididad que tenemos que valorar y proteger. Todo eso es una ficción gigantesca que nos hemos sacado de la manga, pero es algo novedoso y salvador”, sostiene Marina.
No obstante, la existencia de la dignidad y los derechos humanos está sometida a “una crítica muy feroz, porque una parte importante del mundo considera que es una creación eurocéntrica que a ellos ni les va ni les viene”. Así lo manifestaron, recuerda Marina, “el bloque musulmán, el bloque oriental y parte de las culturas africanas” en la convención de los derechos humanos celebrada en 1993, ya que los derechos humanos son derechos individuales, mientras que ellos se centran en los derechos de entidades colectivas como la familia o la nación. “Pero debemos aprender de la historia que los derechos humanos son la mejor solución que tenemos y cuando buscamos otra, los resultados son malos. Si es la nación la que tiene más derechos que el individuo, acaba con el individuo. Si es la familia la que tiene más derechos que sus miembros, acabamos en un sistema patriarcal. Todo esto lo hemos ido aprendiendo de la experiencia y deberíamos contárselo a todo el mundo y enseñarlo en la escuela”.
Para Marina, todas las culturas se enfrentan a los mismos problemas, pero algunas encuentran mejores soluciones que otras. Por tanto, afirma sin rubor que “unas culturas son mejores que otras”, lo cual “choca frontalmente” con el relativismo cultural. “La filosofía se ha desacreditado por el éxito que está teniendo en las universidades americanas la filosofía posmoderna, que, de entrada, no cree en la verdad. Es muy difícil hacer filosofía si no crees en la verdad. El autor con más éxito en casi todos los movimientos identitarios es Foucault, que decía que la verdad es una creación del poder y que lo importante es el poder. Si admites eso estás en un callejón sin salida, porque en lugar de buscar la verdad, el objetivo es eliminar al adversario porque no hay ningún punto de contacto”, sostiene el autor de El deseo interminable.
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“También es muy curioso el éxito que está teniendo en política el pensador nazi Carl Schmitt, que decía que la esencia de la política es la oposición amigo-enemigo y que la búsqueda del consenso es un cuento. Tuvo éxito durante el nazismo, lo tuvo en España durante el franquismo, y que ahora se haya convertido en un pensador de referencia en China y en un movimiento de izquierda como Podemos hace pensar una vez más que los extremos se tocan”, argumenta Marina.
Tres presas contra el mal
En su libro anterior, Biografía de la inhumanidad, donde contaba la historia de la crueldad, la sinrazón y la insensibilidad, José Antonio Marina estudió “por qué en el siglo XX había habido colapsos tremendos, por qué si somos tan listos cometemos estupideces tan grandes”. Un problema que también debe abordarse, en su opinión, desde la psicohistoria. “Estudié los genocidios del siglo XX, desde Armenia a Yugoslavia; las dos guerras mundiales, las hambrunas dirigidas políticamente, la violación de mujeres como arma de guerra. En todo ello hay unas constantes que tienen que ver con procesos emocionales: deshumanizar al enemigo, habituarte a la crueldad, crear figuras de odio…”.
Estos horrores demuestran que el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor. “Para protegernos de nuestra agresividad, que es un torrente, hemos creado tres tipos de presa”, afirma Marina. La primera de ellas es afectiva, con la que hemos aumentado los “sentimientos prosociales”: el respeto, la compasión, la ayuda mutua, la colaboración. “Si tengo compasión por una persona, me resultará difícil hacerle daño; pero el corazón es intermitente, así que existe una segunda presa: los sistemas morales. Pero a veces fallan, sobre todo si ya ha fallado la barrera emocional”. Así que hay una tercera presa, construida con “las instituciones que nos protegen: las leyes, la policía, los sistemas educativos institucionales”.
A veces, explica el filósofo, se derrumban las tres presas, como ocurrió durante el régimen nazi. “Ir descubriendo esos mecanismos es una buena manera de aprender de la historia. En España las instituciones estatales funcionan bien, los sistemas morales todavía se mantienen, pero cuidado: la barrera emocional sufre a veces un resquebrajamiento, con esa polarización tan violenta que, si consigue derrumbar la primera presa, será un ariete sobre la segunda”, advierte Marina.