Jorge Luis Borges dedicó El Aleph a su amor imposible, Estela Canto, con quien compartió un delicioso paseo registrado en el poema “Caminata”. Otro autor argentino, Edgardo Scott (Buenos Aires, 1978), nos sorprende con un ensayo motivado por la temática del paseo. Caminantes (Gatopardo) contiene semblanzas de grandes autores e incluye fragmentos, algunos magníficos, de sus obras.
Scott no concita solamente a quienes han abordado obras vinculadas al camino, aunque son muchos los títulos que aparecen en este ensayo. Descanso de caminantes, de Bioy Casares, por ejemplo, plantea el destino del paseo como el final del paso por la vida, o sea, la muerte.
El escritor y crítico literario hace algo mucho mejor. Nos habla de literatura y, aunque a veces pierde de vista la causa por la que nos ha traído hasta aquí, lo disculpamos. El texto destila tanto oficio y vierte tal pasión por las letras que, de algún modo, justifica esta convocatoria. Con el objeto de “clasificar los motivos que promueven la marcha”, cada uno de los capítulos está precedido por un texto breve con aspiraciones poéticas que define al flâneur, al paseante, al walkman, al vagabundo y al peregrino. La diferenciación de estos perfiles, con la literatura como eje transversal, quizás sea la gran ambición de este libro.
El flâneur, personaje desaparecido, era “un fantasma asociado al dandismo del siglo XIX”, dice Scott, y propone para este perfil a españoles como Rosa Chacel o Vila-Matas. Por su parte, Virginia Woolf encuentra acomodo en la categoría de paseante, cuyo escenario “es ante todo un paisaje interior”, con sus “Caminatas diarias”, que le sirven de “consuelo e inspiración”.
Los walkmen caminan escuchando música –Serrat canta por Machado “Caminante no hay camino”–, los vagabundos son “inaccesibles, errantes”, y el peregrino es, en cambio, “un hombre con una causa”. La reflexión de Scott ahuyenta el tono solemne y llega a la belleza sin modales pretenciosos.