El profesor, ensayista, traductor, antólogo, editor (Fénix) y poeta argentino Pablo Anadón (Villa Dolores, Córdoba, 1963) ya publicó sus dos libros anteriores en Pre-Textos: Estudios de la luz y Hostal Hispania.
En “A modo de prefacio, o de disculpa”, todo menos un prólogo al uso, Anadón explica la génesis de su nuevo libro. Tras reconocer que el “mestiere di vivere nunca me resultó fácil”, confiesa que el par de años en que lo escribió fueron “los más difíciles que he vivido”. Hasta el punto de pensar en el suicidio. El desamor, la soledad y el aislamiento (“una suerte de exilio”), la “desdichada historia de la Argentina”, un “violento asalto en mi casa” y una “terca depresión”, explican esos meses de “una minuciosa penuria”.
En “tal postración”, dedicaba la noche a fumar, beber bebidas blancas, escuchar viejas canciones rusas y traducir a Pasternak y Esenin. Verter poesía le salvó la vida. Cuando logró salir de casa, pasaba horas en un café de la Cañada. Escribiendo, sobre todo. Porque “nunca ha podido escribir nada que no naciera de su experiencia”, Anadón lleva a sus poemas sus “circunstancias concretas” y las transmite con “discursividad de soliloquio”. Aunque pide “una disculpa por la tonalidad sombría”, sus versos no carecen de luz. Tampoco de esperanza. Predomina el dolor, pero sin patetismo. Como Ungaretti, cree que “no se puede reservar nada de la experiencia humana para uno, sin presunción”.
Las mujeres (“Ellas”), la lluvia, los recuerdos, la casa familiar y las “de la sierra”, los instrumentos, la muerte, “el país que hemos perdido”, una plaza o las lecturas son los materiales que usa “el que cuenta las sílabas”. A la luz de una lámpara, “busca en el tiempo su secreta música”. “Vuelve con las palabras lo vivido”, dice, sin olvidar nunca a Esenin: “Que no es nuevo morir en esta vida, / Ni vivir , desde luego, es cosa nueva”.