La brutal violación de una chica por un grupo conocido como La Manada en los sanfermines de 2016 tuvo inmediato reflejo literario. En 2019, Jordi Casanovas hizo en Jauría un revulsivo reportaje teatral que compaginaba documento y vanguardismo expresionista. El dramaturgo se centraba con altísima tensión dramática en “Ella” y en el juicio a los cinco violadores.
El mismo episodio toma como referencia Cristina Araújo Gámir (Madrid, 1980) para el desarrollo anecdótico de Mira a esa chica. Tan es así que también aparece el término manada, aunque solo una vez y con sentido genérico. Pero Araújo no ocupa su historia solo con el núcleo judicial sino que la envuelve con una amplia trama narrativa que abarca a los cuatro violadores y a la víctima, Miriam. El conjunto, además, se inserta en la exploración de la personalidad de los protagonistas y en el testimonio colectivo.
Este planteamiento panorámico requiere algo que la autora practica con detalle, la indagación psicologista. No se trata, sin embargo, de un complemento de la anécdota, sino de una materia destacada muy oportuna. Miriam está traumatizada por su físico, por el complejo de gorda. Es víctima de un deseo de agradar que le lleva a actitudes imprudentes, las cuales le producirán remordimientos tras la violencia sufrida. También sirve para abordar los conflictos de la adolescencia vulnerable, sobre todo las pulsiones sentimentales y eróticas.
En suma, Araújo construye un buen personaje, laberíntico, y evita el tipo maniqueo que podría ser útil para sostener una tesis. Sus tormentos íntimos tienen auténtica densidad humana, que alcanzan tonos conmovedores. El retrato se amplía también hasta una imagen genérica de problemas de adolescencia mediante la peña de compañeras de estudios. Y se expande hasta inquietantes apuntes sobre la familia.
Suficiente profundidad psicológica marca también a los violadores. No solo aparecen mostrando un machismo zoológico. Vemos a unos tipos taimados, inmaduros, chulescos y cobardes. Sus rasgos mentales y morales sustentan la verdad literaria de su tropelía.
Araújo construye un buen personaje cuyos tormentos íntimos tienen auténtica densidad humana
Esta dimensión intimista se hermana con un documento colectivo. Por la novela desfilan las actitudes públicas sobre la chica y sobre sus agresores. De ello resulta un testimonio social implacable. Esta dimensión crítica señala sin reservas la desigualdad sangrante en la consideración de la mujer y reúne los rasgos y objetivos de la literatura de denuncia. De nuevo la autora maneja esta vertiente de la novela con eficacia, sin caer en el alegato simplificador. Porque en todo momento Araújo es consciente de la obligatoriedad de darle a su asunto un tratamiento literario.
De acuerdo con esta exigencia, la recreación de una canallada se lleva a cabo mediante una voluntad de forma y de estilo. Araújo muestra mucho cuidado en la arquitectura del relato, que, en esencia, consiste en la alternancia de dos voces narrativas; una, la de la propia protagonista expresada en una segunda persona de autoanálisis y autorreproche; otra, la de un narrador en tercera persona que domina el conjunto de la acción y de los sucesos y permite que el drama avance a buen ritmo. A esta construcción algo tradicional le da un aire moderno recurriendo en algunos pasajes a un moderado vanguardismo.
Consigue Araújo con esta alerta creativa una polifonía de voces que le dan dimensión artística a una salvajada. Y ello con el logrado objetivo de que el lector no salga indemne: la cruel historia le apremia a reflexionar sobre cuál habría sido su actitud ante un caso semejante.