1
Las niñas tienen que ajuntarse. Eso habían oído siempre. En el interior de la casa, cuando se sentaban en el suelo del salón y se miraban pensando en cómo salir de allí, y en el exterior, en el patio, cuando seguían mirándose, pensando en lo mismo. Se lo decía sobre todo la abuela de Lita. Ajuntarse. Ajuntarse. Aunque ser amigas resultó lo natural desde pequeñas porque vivían muy cerca la una de la otra. Compartiendo el zumo de media mañana, los chapuzones en la piscina, el bocadillo de la tarde, las historias de las mujeres que hacían punto y hablaban de sus certezas ante ellas. Con la convicción de que siempre había algo interesante que hacer. Algo importante que descubrir.
–Vosotras no os separáis nunca, ¿eh? –les preguntaban.
Y ellas se reían.
El sol caía sobre el pelo marrón liso de una, el pelo marrón rizado de la otra, mientras jugaban con las hojas de las higueras. Igual que les caía la lluvia cuando hacían presas con las manos en los regueros que corrían por las calles de barro sin asfaltar.
–Ya veréis cuando os echéis novio.
Y se reían más. Juntas a comprar el pan, juntas a recoger el encargo de la vaquería.
–Nos sigue un perro –dijo la mayor una noche.
Y Lita se giró sujetando con fuerza la lechera de su asa blanca de plástico.
–¿Qué dices? No hay nada.
–Míralo. Cada vez está más cerca.
Así empezó.
–¿De qué hablas?
–Ya verás como nos muerda.
[El cuento de noviembre: 'Estamos bien']
2
Lo único que querían era que las dejaran en paz, y cuando dejaban de vigilarlas se escapaban al lugar secreto con los vestidos idénticos que les regalaba la madre de Lita, imaginando que eran Kelly y Sabrina, sin Jill, el tercer ángel: no tenían el pelo rubio y sólo eran dos, las mejores amigas.
–Sin nosotras ese perro no va a sobrevivir.
Así fue la segunda vez.
–¿Qué perro?
–El que nos sigue.
Sentadas en la roca de siempre, con las piernas colgando sobre la maleza.
–No hay ningún perro.
–¿Y tú qué sabes?
El olor del día. El brillo del sol de junio. Las hierbas secas que les arañaban las piernas.
–¿Te estás riendo de mí?
¿Se estaba riendo de ella?
–Yo no me río de nadie, pero tendremos que hacer algo. No sabemos qué quiere.
–¿Qué va a querer un perro que no existe?
Lo habían decidido los astros y no podían separarse. Estarían siempre juntas, y así Lita cuidaría de su amiga, que no tenía madre
Se llevaban cinco meses, mayo y octubre. Una tauro y la otra libra, regidas por Venus, que potenciaba su atracción mutua. Se lo habían repetido muchas veces, que lo habían decidido los astros y no podían separarse. Estarían siempre juntas, y así Lita cuidaría de su amiga, que no tenía madre. Las mismas aficiones. Los mismos deseos de armonía y equilibrio. Largarse y viajar. Sin mezclarse con las demás niñas por mucho que las demás niñas quisieran acercárseles y formar parte de su mundo de libros, películas y música. Maria Gripe. Ivanhoe. Joan of Arc, Maid of Orleans.
–¿No te aburres a veces?
–Contigo no.
3
Les gustaba contarse lo que comían cada día y lo que iban a cenar, en su afán por hacerse partícipes de cada momento de su vida. Lita eligió un trozo de bizcocho y se lo tendió a su amiga, intuyendo que no le iba a hacer caso.
–¿Quieres echárselo a ese perro tuyo? –preguntó.
–Se quedan ciegos, imbécil. No puedes darle azúcar a un perro.
–¿Por qué me insultas?
La otra se cruzó de piernas:
–Ya he descubierto qué quiere. Quiere llevársete. Por eso nos sigue.
Lita apartó la mirada.
–Tiene razón mi abuela en lo de que hay que ser muy paciente contigo. A veces pareces idiota.
–¿Eso dice tu abuela?
–Sí. Y también que una niña tiene que ser buscada. Que sus padres tienen que desear su nacimiento, porque si no irá por la vida dando tumbos. Te pone a ti como ejemplo. Pero no nos vamos a pelear por esta tontada.
–Lo que no entiendo es que no lo veas tú. Lo tienes justo delante.
Lita se levantó para mirar mejor, haciendo visera con una mano, y al volver a fijarse en su amiga se dio cuenta de que estaba temblando.
–¿Y por qué a mí? ¿Por qué no se te lleva a ti?
–¿Sabes lo que me dice tu abuela cada vez que le pregunto que dónde está mi madre? “A tu madre se la ha llevado un perro en la boca”. Eso es lo que me suelta.
[El cuento de octubre: 'Alcatraz']
Lita no pudo responder. Se giró intentando no perder el equilibrio, con la idea de localizar no ya al perro, sino el camino que habían seguido para llegar hasta allí minutos antes, y dejó entonces de tener los pies apoyados en la roca. Sin llegar a entender bien qué pasaba, notó que los ojos se le nublaban en presencia de la luz brutal del sol directo en la cara, y aún con la certeza de que ellas podían permitirse eso y mucho más, convencida de que no había maldad en su única y mejor amiga ni en su manera de tratarla, sintió que un bloque tenso, quizá con forma de perro, se le echaba encima y la derribaba sobre las piedras, las ramas caídas de los árboles. El hocico negro. Las uñas que punteaban el suelo.
Los arbustos y las zarzas.
No pudo protestar ni exclamar nada. Recordó las palabras de su abuela al declarar aquello de que como perro que vuelve a su vómito es el necio que repite su necedad, y se dejó arrastrar como un acteón ya transformado en ciervo por la fuerza de un animal que no existía, estirando los brazos como si así pudiera detener algo. Creyó ver a su amiga, que no parecía haberse movido, pero que tuvo que hacerlo para empujarla de esa manera, y oyó su voz impuesta sobre los demás sonidos. Las aves más próximas, las más lejanas.
–Ahora va a saber lo que es. Cuando llegue el momento y tu abuela me pregunte por ti, le diré que a su Lita se la ha llevado un perro en la boca. Si esto es lo que quería, esto es lo que va a tener.
Pilar Adón (Madrid, 1971) es narradora, poeta y traductora. Autora de las novelas De bestias y aves (Galaxia Gutenberg, 2022), Las efímeras (Galaxia Gutenberg, 2015) y Las hijas de Sara (Alianza, 2003), en 2010 fue elegida Nuevo Talento Fnac por el libro de relatos El mes más cruel (Impedimenta). Incluida en varias antologías de cuentos, entre sus poemarios destaca Las órdenes (La Bella Varsovia, 2018), por el que recibió el Premio Libro del Año del Gremio de Libreros de Madrid. Ha traducido a John Fowles, Penelope Fitzgerald, Edith Wharton o Henry James.