A falta de dos semanas para que se cumplan 150 años del nacimiento de Pío Baroja en el número 6 de la calle Oquendo (San Sebastián), su figura sigue siendo controvertida. Por la misma razón, su obra sigue teniendo vigencia. Con motivo de la efeméride, se celebró ayer la segunda sesión de Los Martes de El Cultural en el Cine Estudio del Círculo de Bellas Artes de Madrid. El director de la revista, Manuel Hidalgo, ejerció de moderador en un coloquio acerca de su obra y su trascendencia. El escritor y editor Pío Caro Baroja, el poeta, ensayista y novelista Jon Juaristi y el filólogo y editor Ignacio Echevarría serían los invitados.
El acto se produjo en un emplazamiento barojiano, tal y como apuntó certeramente el director de El Cultural: en las inmediaciones de los cafés de la Calle Alcalá a los que acudió tantas veces; muy cerca también de la calle Atocha, donde vivió en una de sus primeras estancias en la capital; y cerca también de la panadería Viena de Capellanes, de la que se hizo cargo durante un tiempo, y de la casa en Ruiz de Alarcón, donde murió en 1956, un día antes de que Camilo José Cela portara su féretro hasta el cementerio civil.
Afortunadamente para el público que desafió a la lluvia y prefirió la boina negra de Baroja antes que la albiceleste de Messi, la conversación transcurrió amena y, por momentos, se tornó casi en debate. A propósito de su irreverencia, los enemigos de Baroja ocuparon el centro de las consideraciones de los ponentes durante buena parte del encuentro. El detonante fue la afirmación de Echevarría, cuya columna semanal en "Mínima molestia" es, desde hace muchos años, un sello de identidad de la revista. El autor de El árbol de la ciencia "concita un acuerdo generalizado", dijo.
Pero el escritor "siempre tuvo odiadores", respondió Caro Baroja. El hijo de Pío Caro Baroja, sobrino de nuestro protagonista, conoce a los "furibundos antibarojianos". Y aunque no quería dar nombres "para no darles publicidad", finalmente citó a Francisco Umbral. Echevarría cedió, claro, pero también arguyó que sus textos contenían tantas afrentas —empleaba términos ofensivos, incluso a veces insultos, en sus artículos— que resultaba difícil no despertar la animadversión de alguien.
En esta línea lo apoyó Juaristi. Profundo conocedor de la obra barojiana, recordó que su paisano "Unamuno le ponía mucho a los curas y Baroja no tanto". Se refería, claro, al convencido anticlericalismo que siempre destiló el autor de Las inquietudes de Shanti Andía. "Y eso que tuvo muchos amigos curas", apuntó Hidalgo, que no estuvo de acuerdo con Juaristi cuando definió a Baroja como "un gran poeta". Tanto que "no habría que confundirlo con un novelista", dijo.
El autor de Los pequeños mundos, publicado en 2018 en la colección Baroja y yo (Ipso Ediciones) matizaría después su desmesurada expresión con las alusiones al "estilo lírico" y la "fuerza poética de las imágenes". Caro Baroja prefirió hablar de un lenguaje sencillo y directo, razón que consideraba determinante en la vigencia de su obra, leída por los más jóvenes. Como la tarde estaba para el exceso, al sobrino nieto del escritor le pareció que Baroja era "el superviviente de la Generación del 98", una aseveración que Echevarría no pudo pasar por alto.
"Su vigencia es absoluta", concedió. "Es incluso más popular que Valle-Inclán", continuó, a pesar de que el autor de Luces de bohemia "es un escritor más trascendente, con más voluntad de estilo". Y su obra, la de Baroja, "es exportable a la narrativa anglosajona". Pero cómo olvidar a Antonio Machado, vino a recordarnos Echevarría. Quizás habría estado bien, en ese momento de la conversación, colocar frente a frente a Juan de Mairena, el profesor-alter ego de Machado, y al doctor Iturrioz de El árbol de la ciencia, con quien Andrés Hurtado, el protagonista, mantuvo aquellas conversaciones existenciales tan intensas. O con Fernando Ossorio, el personaje de Camino de perfección.
['Los Martes de El Cultural' en el Círculo de Bellas Artes: Pío Baroja, 150 años]
Caro Baroja insistió en la vigencia del autor de Zalacaín el aventurero, ateniéndose a unos "datos de ventas magníficos" que podrían acreditar desde el sello Cátedra, encargado de la edición de muchas de sus obras recientemente, a pesar de que las listas de más vendidos en revistas culturales no se hagan eco, protestó. Y eso que "a Baroja se le piratea", aseguró. En todo caso, para Caro Baroja se trata de un autor "inclasificable", por más que los académicos no cesen en el empeño.
Ciertamente, su obra tiene tantas aristas que no es fácil encontrar un consenso para su virtud más destacable. Para el propio sobrino nieto, que anunció que el enfoque de sus lecturas era "más afectivo que especialista" por razones obvias, una de las obras más interesantes es La feria de los discretos, escrita en el monasterio del Paular, en la sierra madrileña del Guadarrama, y ambientada en Córdoba. También Familia, infancia y juventud, uno de los volúmenes incluidos en sus memorias, La última vuelta del camino, donde el escritor cuenta cómo abandona el "destino burgúes" para dedicarse a la literatura.
[La ciudad negra de Pío Baroja]
Echevarría, por su parte, considera que a Baroja "se le lee como escritor, no como autor de títulos". De este "incorruptible", según acertó a definirlo, le interesa la épica de Memorias de un hombre de acción y los textos juveniles "sin que pudiera parecer condescendiente", explicó, pues se refería al Baroja de las aventuras. Por último, Juaristi destacó el "prodigio de confluencias de la novela decimonónica" en su obra, pues no hay que olvidar que el autor es heredero del realismo del XIX. Así fue tan lector de Julio Verne, Charles Dickens, Honoré de Balzac o Edgar Allan Poe.
La ronda de preguntas sirvió para que Caro Baroja desmontara los mitos acerca del escritor. Unos minutos antes había recordado que Baroja fue "uno de los representantes contra el franquismo" y sin embargo fue tildado de "reaccionario", al contrario que su amigo Unamuno. Fue una de las pocas ocasiones en que todos coincidieron: "Baroja es más simpático que Unamuno", se dijo en el coloquio, y la consideración se aprobó con unanimidad.
Pero esta vez Caro Baroja se soliviantó contra la idea de la misoginia en su obra. "El tópico de la misoginia es una estupidez", dijo, y seguidamente desafió a quien le trajera un solo pasaje de su obra donde apareciese algo relativo. Destacó, para justificarlo, "el relieve, la profundidad y la ternura" de sus personajes femeninos. La gravedad de su tono cedió paso al sentido del humor al final del acto, remitiéndose al linaje barojiano: "Hemos tenido mala suerte con las mujeres, pero no por ello hemos dejado de desearlas o quererlas", concluyó.