¿Qué motivación le empujó a escribir este libro?
El libro tiene un origen biográfico innegable: el cuidado de mi mujer durante una grave enfermedad; esa convivencia, ese vivir con, aboca a una serie de momentos críticos que a su vez despiertan toda clase de reflexiones. Lo escribí relativamente rápido, en apenas tres o cuatro meses, y lo hice casi en estado de trance (no se me ocurre palabra mejor), llevado por la necesidad de dar sentido a lo que vivíamos, pero también echando mano de materiales -frases, imágenes- que llevaban sedimentando en cuadernos desde hacía al menos cuatro años.
¿A qué “distancias” se refiere el título y en qué consiste ese supuesto magisterio?
El referente de la expresión “maestro de distancias” es el tiempo. Es uno de los ejes del libro y los intentos de definirlo metafóricamente son como un estribillo que lo atraviesa. La idea básica es que vivir es una aceptación de la entropía. Lo dijo Viktor Frankl: “vivir es aprender a despedirse”. El tiempo es un laberinto que nos aleja hasta convertirnos en desconocidos, incluso de nosotros mismos. Porque el tiempo encarna en uno, claro, y queda la duda de si es el yo, el narrador mismo, quien se convierte sin querer en ese “maestro de distancias”.
»La idea de distancia siempre me ha obsesionado. En un poema juvenil hablaba de “ese distanciamiento que exige toda página / para reconciliarnos con la vida”. Es algo que he tenido muy presente: encontrar la distancia justa para que eso que nació como confesión o testimonio tuviera validez estética.
¿En qué se diferencia Maestro de distancias de sus cuadernos de campo?
Son intensidades distintas. El poeta inglés Peter Redgrove comparaba las facetas de su trabajo a un globo terrestre: arriba, en la fría corteza, están los artículos, las reseñas, las conferencias, etc. Más abajo, en el manto y el núcleo externo, estarían los cuadernos de notas, los aforismos… Y así hasta llegar al núcleo interno, la médula candente, que es donde se encuentra la poesía.
Si estos poemas no fueran poemas, ¿cómo los llamaría?
Es una buena pregunta. Lo último que pretendía era escribir un libro de poemas; no quería hacer literatura. Esto es paradójico y puede sonar como una simpleza, porque al final el resultado debe leerse como poesía, claro. Me refiero más bien al lugar de enunciación. Tuve muy en cuenta una idea de Olvido García Valdés: “La escritura es un lugar donde no se miente”. También la frase de Cela en Oficio de tinieblas: “Naturalmente esto no es una novela sino la purga de mi corazón”. Acaricié la idea de no publicar el libro, o de hacerlo con seudónimo, para que no hubiera interferencias de ningún tipo, y menos biográficas. Pero pasaron los meses, releí el material y me reconcilié con él.
"La idea de que somos dueños de nuestra vida me parece ilusoria y hasta peligrosa. Nos atraviesan toda clase de fuerzas -deseos, creencias, figuraciones- que escapan a nuestro control"
Inseguridad, confusión, sueños… ¿Por qué su poesía se mueve en la indeterminación?
La idea de que somos dueños de nuestra vida me parece ilusoria y hasta peligrosa. Nos atraviesan toda clase de fuerzas -deseos, creencias, figuraciones- que escapan a nuestro control; por no hablar del peso de la historia o el marco social. Sin caer en el fatalismo ni la resignación, he tratado de soltar lastre y convivir con esas fuerzas. Abrazar la incertidumbre, digamos. Supongo que eso incide en la escritura.
¿Cómo logra que un lenguaje figurativo se convierta en una atmósfera neblinosa?
Siempre me ha atraído la capacidad de cierta pintura figurativa -desde los metafísicos italianos a contemporáneos como Luis Palmero, Melquiades Álvarez o Miguel Galano- para crear atmósferas persuasivas que abren zonas de misterio, de contemplación. Algo así, modestamente, es lo que busco.
¿Cómo hace para extraer la sustancia poética de un hospital?
Es un espacio de extrañamiento, igual que el poema. Es también un ámbito de indefensión total, donde uno deja de ser dueño de su vida y debe ejercer cierto grado de pasividad, de paciencia. Un aprendizaje perfecto para un escritor.
¿Existe la voluntad de abrir una puerta a la esperanza?
Decía Hazlitt que “no hay posesión mejor que la esperanza. Solo quienes carecen de esperanza viven en la desgracia”. El libro termina con la imagen de una polvareda, pero también con una invitación a “jugar” con ella. Después de todo, a Teseo le bastó con un hilo para salir del laberinto.