"Que Pérez Azaústre sea uno de los poetas más eminentes de su generación explica la brillantez de su prosa", escribió en cierta ocasión Caballero Bonald sobre este reconocido autor cordobés (1976), con un interesante haber literario compuesto por poemarios y novelas. Que no es un elogio gratuito podemos corroborarlo, una vez más, tras la lectura de este último libro, La larga noche, Premio Jaén de Novela, un relato que narra las últimas horas de Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete, y recompone, desde la preocupación y la desolación que sucedieron a la "última cogida", los momentos y situaciones que fueron conformando la personalidad del torero y la del hombre de lealtades que fue.
Y esa reconstrucción libre, que va y viene en el tiempo recreándose en instantes registrados por documentos gráficos, convierte el resultado en una novela testimonial donde la fuerza de la palabra revierte en un estilo tan intenso y fluido que resulta imposible no leer de un tirón la historia que contiene.
El realismo poético corona de sentido el planteamiento y a la vez el nudo de su propuesta: acercar al lector la figura del torero en su dimensión más humana, desde un ángulo que persigue gestos, reacciones de lo sucedido en la plaza de toros de Linares el 29 de agosto de 1947, en las horas previas y en las más críticas, tras una cornada que resultaría mortal. El desenlace está anunciado desde el principio: la muerte, el impacto en la prensa nacional e internacional, evidencian la trascendencia de esta figura mítica del toreo.
En Atocha 55, su novela anterior, ensayó Azaústre con acierto el estilo de la crónica testimonial, novelada, para reconstruir la matanza de los cinco abogados laboralistas en su despacho de la calle Atocha, y ya entonces optó por asentar el relato en tres recursos con los que logra que respire de nuevo este relato: la manera intensa y poética de procesar la información que transmite, la realidad de lo que cuenta y la proyección emocional del personaje.
El resultado es un libro evocador sobre la poética vital de un hombre, de cuidadísimo estilo aunque de irregular arquitectura narrativa, muy conseguido en el desarrollo del ambiente, la trama esencial y la inclusión de figuras destacadas del panorama artístico de esos años (Luis Miguel Dominguín, Fernán Gómez…), pero más forzado en el empeño por prolongar el relato a los años posteriores en un intento de narrar la fascinación que produjo su muerte.
En este sentido sí logra ejercer de demiurgo que imparte una suerte de justicia poética con Lupe Sino, su novia: la única dueña de una parte de la historia del torero que solo en ella pervivió.