Más de 1.000 cartas escribió Emily Dickinson en su confinada, intensa y singular vida, un extenso epistolario que supone un patrimonio documental decisivo para afinar, en la medida de lo posible, la visión sobre la poeta recluida y enigmática de Amherst. De ellas, 101 integran la selección realizada por Nicole d'Amonville Alegría para la edición que presenta Lumen, la más ambiciosa realizada hasta ahora en español de la correspondencia de la escritora.
Como afirma la experta, "en pocos poetas vida y obra son tan indisociables como en el caso de Emily Dickinson", en cuyas cartas se pueden identificar rasgos muy característicos de su poesía, la condición elíptica y misteriosa de una escritura muy personal en la que cobran un protagonismo fundamental el uso de los guiones y la desarticulación sintáctica: una manera propia de enfocar y ejecutar la relación entre pensamiento y lenguaje.
La poeta, cuyo aislamiento fue paulatino, mantuvo contacto postal con un gran número de personas: familiares, amigos, clérigos, editores, escritores (como Helen Hunt, que se ofreció a ser su albacea)...
[Emily Dickinson, el amor en la puerta de al lado]
En sus cartas tienen cabida, junto a recuerdos, anécdotas y reflexiones de todo tipo, a menudo de carácter críptico, sus grandes preocupaciones existenciales y religiosas, además de numerosas citas literarias y bíblicas. Dickinson manifiesta su sentido de la privación, su religiosidad particular y heterodoxa, sus pensamientos sobre la muerte, la inmortalidad y la posteridad (más importante para ella que la fama en vida) y su rechazo a numerosos aspectos del orden social establecido.
La selección que propone D'Amonville se divide en cuatro bloques, el primero de los cuales (1842-1857) arranca con una carta a su hermano Austin de una Emily de 12 años que reniega de la puntuación. Son tiempos de viajes y amistades, entre las que destaca Susan, que se convertirá en su cuñada. Su estilo y sus temas están ya presentes en estos escritos llenos de referencias a personas conocidas y en los que se ponen de relieve la alta intensidad de su expresión y sus afectos, su compleja vida interior, la importancia que le da al hogar, el autoritarismo de su padre o su denuncia de la inferior condición social de la mujer.
El segundo apartado (1858-1865) presenta a una Dickinson que empieza a tomarse en serio la escritura de poesía y a reunir sus poemas en fascículos. Conoce al editor Samuel Bowles y aparece como destinatario un misterioso "Maestro", el "causante más probable", según D'Amonville, de su "desengaño amoroso" y cuya identidad sigue siendo motivo de controversia entre los especialistas. Se muestra orgullosa de no publicar, en ocasiones asoma su humor y con frecuencia formula sus inquietudes religiosas en un contexto de conversiones masivas al cristianismo, proceso que ella siempre descartó.
Son años de guerra civil en los que escribió sin descanso, de acontecimientos familiares como el nacimiento de su sobrino Ned, de turbulencias emocionales y problemas oculares. Y, de manera relevante, inicia la correspondencia con T. W. Higginson, predicador, coronel, escritor y abolicionista radical a quien elige como preceptor y que resultó fundamental en la proyección de su obra a partir de 1890.
La muerte de su perro Carlo nos introduce en la tercera sección (1866-1879), años de reclusión casi absoluta en los que escribe menos cartas y más cortas. Higginson la visita en Amherst, fallece su padre, su madre queda inválida y su hermana Vinnie cae enferma: el cuidado de sus familiares y de la casa centran los esfuerzos de la poeta, que afirma: "De nuestros actos más grandes somos ignorantes". Resulta reveladora la impresión, "la de un exceso de tensión y una vida anormal", que causó en su preceptor, que la consideró "un ser demasiado enigmático".
Las cartas finales (1880-1886) se impregnan de un tono elegíaco: se suceden las muertes cercanas, su hermano Austin es sorprendido en adulterio y, al parecer, Dickinson vive un romance en el verano de 1882 con el juez Lord (probablemente, su único amor correspondido), que llegó a pedir su mano y fallece dos años después. Su estado de salud empeora y a partir de noviembre de 1885 tiene que permanecer en la cama largos periodos. A comienzos de mayo del año siguiente escribe, a Louise y Frances Norcross, sus últimas palabras: "Primitas, me reclaman". El 13 de mayo entra en coma y muere dos días después.
En 1890, la publicación de una selección de sus poemas por parte de Higginson y Mabel Loomis Todd conoce un éxito inmediato. De manera inesperada y conmovedora, y con absoluta justicia poética, Emily Dickinson empezaba a disfrutar del único éxito que le había interesado: el de la posteridad.