El filósofo y pedagogo Gregorio Luri, autor de 'En busca del tiempo en que vivimos'

El filósofo y pedagogo Gregorio Luri, autor de 'En busca del tiempo en que vivimos'

Letras

Gregorio Luri: "La izquierda ha dejado de ser progresista para ser timorata, tiene miedo al futuro"

El filósofo y pedagogo publica 'En busca del tiempo en que vivimos', un conjunto de reflexiones sobre lo que significa ser humano hoy

12 enero, 2023 02:37

Hoy todo cambia a una velocidad pasmosa. Cunde la perplejidad ante el presente y la incertidumbre ante el futuro. Como decía Gramsci, lo viejo se resiste a morir y lo nuevo no termina de nacer, y ese interregno se convierte en terreno abonado para “fenómenos monstruosos”. Esta es la idea que recorre el nuevo libro del filósofo y pedagogo Gregorio Luri, En busca del tiempo en que vivimos (editorial Deusto).

Luri (Azagra, Navarra, 1955) aborda las preguntas y los miedos de nuestro tiempo (y cuestiones como el pesimismo, el movimiento woke, el sentimentalismo, la "progresofobia", la poshistoria o el transhumanismo, la identidad o el alma) y considera que “nuestro monstruo hoy es la sensación, tan extendida, de que vivimos en un posible fin de los tiempos”. Pero ese miedo al futuro, presente en todos los momentos históricos, viene con una novedad: “el hombre tiene miedo de sí mismo”.

El filósofo, autor de libros como El valor del esfuerzo, Por una educación republicana, La imaginación conservadora, La escuela no es un parque de atracciones o La mermelada sentimental, lanza al vuelo este nuevo libro siendo consciente de que “el presente no se nos ofrece como una unidad”. Por eso el subtítulo del libro es Fragmentos del hombre moderno.

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Se trata de un libro, en efecto, fragmentario “que va rompiéndose hasta acabar en aforismos”. Esto es así porque Luri se considera, ante todo, pedagogo, y eso le lleva a “intentar no explicarle todo al lector, sino provocar en él ciertas ideas y pensamientos”. “Si tengo que elegir entre entrar a una habitación por la puerta abierta de par en par o mirar a través del ojo de la cerradura, prefiero lo segundo: sugerir, hacer preguntas”.

Pregunta. Este libro habla de la tensión entre lo viejo que se resiste a desaparecer y lo nuevo que no termina de llegar. ¿Qué cosas son las que mejor representan ahora mismo “lo viejo” y “lo nuevo”?

Respuesta. Esto es una imagen que utiliza Marx en uno de los escritos de El capital, pero mientras él estaba convencido de que lo nuevo iba a llegar de manera inminente, Gramsci introdujo un matiz interesante al resaltar que lo nuevo llegaba con retraso. Si lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no termina de morirse, ¿qué hacemos mientras? Estos momentos son propicios para la aparición de monstruos. Lo primero que se nota en estas situaciones es la crisis del concepto de autoridad porque no quedan referentes. Los criterios antiguos se resquebrajan y los nuevos no llegan. Y ese es el momento que estamos viviendo ahora tanto en las academias, como en la calle, la política y la ciencia. Una situación de perplejidad.

"El movimiento 'woke' está formado por seres con una piel muy fina que consideran que su emotividad es sagrada"

P. En el primer tercio del siglo XX, los monstruos que aparecieron fueron los totalitarismos. ¿Ve un paralelismo con el actual repunte de las ideologías radicales?

R. No necesariamente. Yo creo que hay elementos nuevos, y quizá el principal sea el predominio de la emoción sobre la razón. Hay un renacimiento de alguno de los aspectos del romanticismo. Un personaje que resume bien nuestro tiempo es el monstruo de Frankenstein, que va detrás de su creador pidiéndole algo digno de pensar: le dice “concededme la felicidad y seré virtuoso”. Esto es totalmente nuevo. En toda nuestra tradición, Platón, Aristóteles, Spinoza o Kant te dicen "sé virtuoso, y si lo eres puedes merecer la felicidad", lo cual no quiere decir que te venga mansamente a comer de la mano. Hay que ser virtuoso por ser virtuoso, y la felicidad es otra cosa que te puede llegar o no. Nosotros estamos diciendo: "si no soy feliz, ¿cómo voy a ser virtuoso?". Esa sustitución de las categorías políticas por las categorías emotivas es uno de los monstruos de nuestro tiempo que más lo empapa todo. Tengo un libro escrito sobre este tema con un título que resume un poco todo esto: La mermelada sentimental, y yo creo que vivimos en una mermelada sentimental que está pringándolo todo.

P. ¿En esa mermelada sentimental incluye al movimiento woke?

R. Sin duda, porque está formado por seres con una piel muy fina que consideran que su emotividad es sagrada. Para ellos su opinión es el elemento que cierra un diálogo, porque piensan que merece todo el respeto. Ese emotivismo está funcionando en detrimento de la razón, y no hay más que ver los debates parlamentarios, hasta qué punto la emoción está sustituyendo al argumento, o los titulares de prensa en los que el titular es más importante que el contenido, porque los medios saben que lo que más va a leer la gente es el titular, y se potencian aquellos con un componente emotivo. Una imagen o una metáfora tienen mucha más fuerza de convicción que un silogismo.

P. Una profesora ha sido expulsada de la universidad en Estados Unidos por mostrar en clase una imagen de Mahoma, ya que es algo que ofende a los musulmanes. ¿Qué opina de eso?

R. Es un fenómeno que me produce perplejidad, me duele más que lo comprendo. La universidad se caracteriza por la búsqueda de la verdad, y esta no tiene por qué ser consoladora. Si quieres consuelo, vete al terapeuta. Que la universidad hoy esté eludiendo cualquier verdad no consoladora me deja muy perplejo. A mi edad, 67 años, hay cosas nuevas que no es que me generen sorpresa, es que me van expulsando de la realidad. Me parece incomprensible que a la universidad se vaya buscando un confort emocional y no a buscar una razón fuerte que nos ayude a vivir en la intemperie. La universidad no tiene que ser un refugio contra la intemperie. Al contrario, es el lugar al que vas a dotarte de herramientas para comprender la complejidad de lo real. Y el emotivismo es un intento por desmontar la complejidad de lo real para ofrecer una visión del mundo de llorones que piden por todos los medios que no los ofendas porque su identidad queda perjudicada.

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P. ¿Qué otras cosas le hacen sentirse “expulsado de la realidad”?

R. No es que me expulsen de la realidad, pero sí me van empujando hacia el vagón de cola mientras se adelanta hacia el futuro. Por ejemplo, esta sacralización de la infancia (y se ve en muchas pedagogías modernas) que consideran que la edad adulta es una edad caída frente a una infancia que sería la edad plena del hombre, o las cuestiones de género, sexo, pensar que la realidad es tal como yo la siento. Pero lo que más me llama la atención es una cierta recuperación de lo que podríamos llamar la democracia orgánica. No digo que sea una recuperación del franquismo, porque la democracia orgánica tiene sus padres más dentro de la izquierda del XIX que de la derecha. Lo que quiero decir con esto es que ahora cada identidad se considera con derecho a una representación pública no por su extensión de lo que representa sino por ser una identidad, y eso tampoco me parece que sea muy coherente con lo que ha sido la realidad política. ¿O acaso estamos asistiendo a una modificación profunda del propio concepto de lo político? Para esto no tengo una respuesta.

P. ¿Quiere decir que los distintos colectivos quieren tener una representación por lo que son y no por las ideas que ofrecen?

R. Efectivamente. Y además pasa otra cosa: para que esa identidad merezca hoy un reconocimiento público ha de ser una identidad herida. Volvemos a lo de Frankenstein: si no soy feliz, ¿cómo quieres que sea justo? Os pido cariño y reconocimiento. Y el espacio público se está convirtiendo cada vez más en un lugar de plañideras, no de sujetos racionales debatiendo.

P. En esa lucha entre lo viejo y lo nuevo, dice usted que surgen “fenómenos monstruosos”, y el de nuestros días es la sensación de estar en vísperas del apocalipsis. ¿Cuántas veces a lo largo de la historia ha habido esa sensación y luego no era para tanto?

R. Efectivamente, si recorres la historia de la humanidad, hay muchos momentos en los que se percibía que el fin estaba cerca, pero entonces la amenaza era un enemigo en las fronteras. Lo que me parece nuevo es que ahora el hombre tiene miedo de sí mismo, el hombre desconfía del hombre como gestor de sí mismo. Uno de los “monstruos” más sorprendentes de ahora es que la izquierda ha dejado de ser progresista para ser timorata, tiene miedo al futuro, cuando lo que requerimos ante un futuro complejo es serenidad. Hoy se ve al hombre como ser culpable de absolutamente todo, pero lo paradójico es que se le exige que ofrezca alternativas y respuestas, con lo cual —y este es el elemento del libro que quisiera resaltar como optimista— es imposible eliminar la centralidad del humanismo, porque volvemos a pedirle al ser humano que solucione los problemas.

"Estamos formando a las nuevas generaciones en una visión bastante pavorosa del futuro que puede ser paralizante"

P. Hay conceptos nuevos que se nos escapan a la mayoría, como el transhumanismo y el poshumanismo. ¿Qué son? ¿Son positivos o negativos a su juicio?

R. El transhumanismo es la sustitución de la carne por la tecnología, y el poshumanismo es una degradación del orgullo humano para integrarnos en una especia de colectividad entre iguales con la naturaleza y el animal. Más allá de una cosa y otra, me parece notable que aquella imagen optimista del hombre que aparece en el Renacimiento se ha sustituido hoy por una imagen pesimista. Estamos formando a las nuevas generaciones en una visión bastante pavorosa del futuro. La ONU habla de ecoansiedad, y mucha gente piensa que para qué traer niños al mundo y que el futuro será catastrófico. Esto puede ser paralizante para algunos.

P. Dice en el libro que el género se ha convertido en “un espacio para experimentos y transformaciones”. Algo que antes era un concepto inseparable del sexo biológico, ahora es un constructo que depende de la propia voluntad. Se pregunta usted si estamos “a las puertas del fin de la naturaleza”.

R. La naturaleza siempre vuelve, por mucho que intentes ocultarla. No podemos jugar con ella de manera frívola. Lo que me llama la atención es otra cosa: el hombre no puede dejar de imaginar lo posible. Lo real se nos queda estrecho, pero cuando consideramos el género como el intento de imaginar lo posible, es la propia realidad la que se resiente.

P. Como pedagogo, ¿cuál es su diagnóstico actual del sistema educativo español?

R. No creo que podamos hablar de un sistema educativo español. Nuestro régimen autonómico ha ido produciendo prácticas y tradiciones educativas distintas en las distintas autonomías, es algo que se ve en las distintas aplicaciones de la LOMLOE. No tengo demasiada confianza en la capacidad de las leyes educativas para cambiar la realidad. Las comunidades que iban bien con la primera ley, siguen bien, y las que iban mal, siguen yendo mal. Uno de los males del sistema educativo es que tiene una carga ideológica demasiado grande.

"Mientras Finlandia se convertía en un referente educativo y los políticos viajaban allí para ver cómo lo hacían, Soria tenía unos resultados en el informa PISA superiores"

P. ¿Cuáles son esas comunidades que siempre han ido bien?

R. Castilla y León, Navarra y La Rioja son las mejores. También la cornisa cantábrica. Durante los años en los que Finlandia se convertía en un referente educativo y los políticos viajaban allí para ver cómo lo hacían, Soria tenía unos resultados en el informe PISA superiores a los de Finlandia. Pero ni un político nuestro viajaba a Soria para ver qué se hacía bien allá. Te diré más: ahora que Finlandia se está hundiendo, Soria permanece estable en su calidad.

[El SOS de la educación: hablan los profesores]

P. Las comunidades de las que habla se corresponden en buena medida con la España vaciada. ¿Hay alguna relación?

R. Se pueden manejar varias hipótesis, pero para mí la consecuencia más simple es la siguiente: paradójicamente a Soria no le sirve de nada producir capital humano, porque ese capital humano se desplaza después a Madrid. Con lo cual, Madrid hoy es una comunidad que puede permitirse tener resultados buenos, pero no excelentes, porque importa excelencia de fuera y sus necesidades están cubiertas. Nuestra actual estructura penaliza a las comunidades que mejor lo hacen.