Se ha dicho a menudo que Pierre Lemaître (París, 1951) es un artesano del oficio de contar historias. Con El ancho mundo Lemaître ha pasado a la categoría de admirable arquitecto, en un alarde de construcción literaria: los cimientos están bien asentados en la realidad histórica, pero el diseño del edificio está lleno de imaginación y desbordantes intrigas. Esta crónica polifónica del mundo patético, codicioso, cruel e hipócrita de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial se desarrolla entre Beirut, Saigón y París.
Lemaître no niega su admiración por Alejandro Dumas y por otros autores populares del pasado. Para construir su “comedia humana” ha levantado un folletín arrollador, fusionando el relato periodístico, la trama de aventuras exóticas, el género bélico, la intriga política y la novela de personajes. Los protagonistas de El ancho mundo son los Pelletier, una estirpe acompañada de sombras, chanchullos y falsas apariencias.
Lemaître, ganador del Goncourt 2013 con Nos vemos allá arriba, empezó tardíamente, cumplidos los cincuenta, con la novela policiaca Irène (2006), y, más tarde evolucionó a la novela histórica, vendiendo millones de ejemplares en todo el mundo.
En realidad, el francés busca los rincones oscuros de la Historia, “los ángulos muertos” dice él, para situar a personajes vulgares en el flujo de los acontecimientos. Coincide con Hitchcock en la idea de retratar a gente corriente a la que le pasan cosas extraordinarias. En este caso, a los miembros de la familia Pelletier, la Historia les pasa por encima.
Louis y Angèle Pelletier son los prósperos propietarios de fábricas de jabón en Beirut desde 1920. El destino de sus tres hijos y una hija se centra en el año en el que se detiene el autor: 1948. Jean, el hijo mayor, el más mediocre, casado con la ambiciosa Geneviève, escapará a París y desde el principio sabremos que el gordo con pinta de inocente idiota es un acomplejado asesino de mujeres. François se instala en París, mintiendo a sus padres, para llegar a ser periodista. Helene, ávida de emociones, viaja a País para meterse en todo tipo de problemas.
Pero es Étienne, guapo y homosexual , el eje central de la novela. Étienne ha ido a Saigón, en la Indochina francesa, en pleno conflicto armado de Francia contra el Viet Minh comunista, para descubrir el paradero de su amante, un legionario belga que ha dejado de escribirle. Pese a que parece una historia inventada, Lemaître hace que su personaje, Étienne, meta las narices en el tráfico de piastras entre Saigón y París, un escándalo financiero y político real que sacudió a Francia en los años 40.
Lemaître levanta un folletín arrollador, fusionando la trama de aventuras exóticas, el género bélico, la intriga política...
Las consecuencias para Étienne, que averigua que su amante ha sido torturado y asesinado por la guerrilla, serán catastróficas. El más interesante de los Pelletier descubrirá las noches hirvientes de Saigón, los manejos de las sectas, la corrupción económica de ida y vuelta entre Francia e Indochina, y el peligroso sueño
del opio.
La novela habla de todo ello, pero retuerce los ingredientes desde el melodrama a la caricatura de los personajes mas viles. El asesinato de una actriz en un cine de París, dará pie a otra investigación llevada a cabo por François Pelletier. Y por si todo esto fuera poco, lo que se va a desvelar del señor Pelletier padre dejará al público anonadado.
Ninguno de los Pelletier es trigo limpio. Uno de ellos, un psicópata asesino en serie; la madre, una brillante vengadora final; y, sin embargo, no se nos invita como lectores a ejercer una condena moral. Tampoco quedan absueltos por el autor, están ahí, en el ancho mundo, en esa posguerra menos gloriosa de lo que se dijo, representando un hormiguero implacable donde sobrevivir implicaba una fiereza brutal.