La escritora venezolana María Elena Morán (Maracaibo, 1985) reside en Brasil, país al que se desplazó para estudiar un doctorado en literatura creativa. Aunque su caso no corresponde a un exilio, cuenta en El Cultural que estuvo muy cerca de ese movimiento, "desde que llegó a Porto Alegre el primer avión" lleno de venezolanos que escapaban de la precaria situación de su país. Por tanto, "era difícil escribir sobre otra cosa que no fuera el éxodo", confiesa. Así nace Volver a cuándo, la novela que el pasado 15 de diciembre de 2022 fue reconocida con el Premio Café Gijón y ahora vez la luz en la editorial Siruela.
En el acta se destacó, además del "excelente dominio de tiempos, acción y estructura del relato por medio de las diversas voces narrativas", una "escritura coloquial, de gran musicalidad y con hallazgos expresivos muy sugerentes". Es esto último lo que más celebra Morán, pues reconoce que "tenía realmente miedo" de haber introducido una fórmula que, por más verosímil que fuese, pudiera disuadir al jurado español. Y es que en Volver a cuándo los personajes se comunican en maracucha, la jerga que emplean los habitantes de Maracaibo.
Con todo, no son solo los riesgos formales los que hacen atractiva esta historia. La autora escarba en los traumas psicológicos derivados del exilio para acabar componiendo un crudo retrato de la Venezuela actual, un país que sobrevive a la revolución bolivariana que inició Hugo Chávez y en la actualidad sostiene Nicolás Maduro. Nina, Graciela, Elisa y Camilo son los rostros del relato que puso en pie Morán, guionista además de escritora —Los Continentes del Adentro, su primera novela, fue publicada en España por la editorial Ménades— y letrista de algunas canciones del cantante brasileño Tiago Iorc.
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Pregunta. ¿Cómo se le revela esta historia?
Respuesta. Fue en un momento en que el tema de la crisis migratoria venezolana estaba en su momento más crítico. Viviendo en Brasil pude vivir de cerca la llegada de muchos inmigrantes, mientras que la ONU y el ejército brasilero llevaban a cabo el proceso de interiorización, que consistía en ubicar a personas venezolanas en aquellos campamentos improvisados, situados en la frontera de Venezuela con Brasil, para distribuirlos luego por el país. Parecía algo que le ocurre a otra gente y de repente esa realidad estaba ahí. Mi familia, además, estaba en Venezuela, por lo que era una cuestión muy latente.
P. Las historias de los migrantes ha sido siempre un tema recurrente en la cultura latinoamericana. ¿De qué referencias se ha servido?
R. En este caso, Valeria Luiselli ha sido una de las autoras contemporáneas con las que más me he identificado, aunque el mayor impacto procede de los autores venezolanos que escriben fuera de Venezuela marcados por la experiencia del exilio, que no es exactamente mi caso. En realidad, otras áreas como el cine han tenido más presencia. Por ejemplo, los hermanos Dardenne o Fatih Akin, que proponen dilemas morales en los que ningún personaje tiene totalmente la razón. Eso es lo que me interesa.
P. Tal vez ese interés cristaliza en ese juego de voces tan interesante que plantea.
R. Sí. En ningún momento me planteé contar la historia desde un único punto de vista. Ese caleidoscopio de visiones sobre el mundo fue la mejor forma que encontré de traducir a lo literario una preocupación ética. Me lo planteé como una carrera de relevos: al principio estás con Nina [la protagonista], pero de pronto aparece Graciela [la madre], que tiene información sobre Nina que ella no está dando. Ese lugar hace que el lector se cuestione las empatías que ha ido fijando, repreguntarse por los personajes. Como lectora, es una de las cosas que más disfruto.
P. No sé si es consciente de la publicación de Las voces de Adriana, la nueva novela de Adriana Navarro, que utiliza la misma fórmula por mucho que la intención temática sea muy distinta.
R. Sé que existe, pero no he leído la obra. Sí, es una fórmula bastante usada. El efecto que genera depende mucho del tema que se trate. Fernanda Melchor hace más o menos lo mismo en Temporada de huracanes.
"En Venezuela la gente se ha cansado de los mitos y la guerra de narrativas"
P. Tengo la sensación de que le interesan los personajes un poco desplazados. ¿Es así?
R. Completamente. Todos los personajes están en un lugar en el que no quieren estar, o no deben, o no están cómodos. Están, de alguna forma, exiliados de sí mismos. Graciela está en un lugar pésimo [se queda a cuidar de su nieta, Elisa, en Venezuela], pero es un lugar que le pertenece, mientras que Nina está desplazada, pero se resiste a volver porque es terca y tiene un cierto rechazo a pedir ayuda. Yo creo que eso viene de esa sensación personal de no saber dónde estás en términos identitarios. Yo vivo en Brasil, pero soy venezolana. ¿Qué significa ser mujer, venezolana, ex chavista… y todas esas ficciones?
P. “Todos los vínculos son atravesados por lo social y lo político”, dijo en la rueda de prensa del fallo del Premio Café Gijón. ¿Cree que la literatura debería atender siempre a las coyunturas del presente?
R. No lo creo. Incluso le tengo miedo a cualquier deber que se plantee sobre la literatura. En mi caso, hay un compromiso con la contemporaneidad de Venezuela, pero no creo que deba ser una exigencia, es un peso demasiado grande para la literatura y para cualquier arte.
P. En un momento de la novela se dice que unos personajes “nunca fueron chavistas, pero tampoco eran oposición porque a ellos la política no les tocaba”. ¿Cómo se relaciona la gente con la política en Venezuela?
R. Siempre hubo una parcela de la población que estuvo por encima de las cuestiones políticas, pero es imposible; no hay nada ajeno a la política. Hace unos años, cuando Chávez vivía, había una polarización muy marcada. De un tiempo para acá, observo que la gente se cansó de aquellas pasiones y tener que elegir un lado. Había muchos mitos: el héroe Chávez, el santo [Juan] Guaidó, [Henrique] Capriles… Esa serie de figuras a las que la gente se agarraba como a una tabla de salvación. Pero esa gente se ha cansado de esa guerra de narrativas.
"Ha habido experiencias de la izquierda en Latinoamérica mucho más interesantes de lo que ha ocurrido en Venezuela, Nicaragua o Cuba"
P. ¿Tiene la sensación de que las revoluciones que en América Latina han estado teñidas de un halo romántico han terminado siempre fracasando?
R. Cuando usamos el término “revolución” la cosa se complica, pero creo que ha habido experiencias de la izquierda mucho más interesantes de lo que ha ocurrido en Venezuela, Nicaragua o Cuba. Por ejemplo, Lula da Silva llevó a Brasil a un camino interesante dentro del juego democrático. También en Argentina o Chile. Es verdad que cuando se romantizan o idealizan esas revoluciones, parece que la crítica desaparece.
>>Esos “santos” que fueron Fidel Castro o el Che Guevara se vuelven incontestables dentro de la izquierda. Esto es altamente problemático porque exige una unanimidad que es cualquier cosa menos saludable. Incluso es más perjudicial para los propios procesos, que podían haber sido otra cosa, al menos en Nicaragua y Venezuela. A Chávez no lo eligieron por hablar de revoluciones sociales.
P. Al hilo de lo que comentaba respecto al desdén de los venezolanos hacia las cuestiones políticas, se advierten atisbos de esperanza en esta novela, más allá de ser una historia cruda. ¿Hay también una confianza en el ser humano, no?
R. Sí, esto era algo que me interesaba mucho trabajar, entendiendo que dentro de cualquier tragedia cabe la solidaridad, e incluso el humor. En cualquier circunstancia. Oyendo las historias de otras personas que fui recolectando durante la investigación, yo misma comprobé que hay tantas historias terribles como maravillosas de gente que ayuda.
"Cuando percibí que mi biblioteca estaba constituida por hombres, decidí dar un vuelco y leer a mujeres contemporáneas"
P. Por otro lado, hay un claro posicionamiento a la hora de desmarcarse del castellano neutro, o sea, no renuncia en ningún momento al lenguaje cotidiano con el que se habla en Venezuela.
R. Siempre lo consideré un riesgo, aunque nunca me lo plantee de otra forma. A mí me gusta ser fiel a la verosimilitud y traducir lo que está ocurriendo en la mente de los personajes. No concebía que los personajes de Maracaibo hablaran de otra forma, por lo que también es una especie de reivindicación. Además, nunca había leído el maracucha en otros libros, me parecía lindo. Resulta que dentro de Maracaibo hay una cuestión de clase relacionada con el uso del “vos”. Es muy común que uno hable con el “vos”, que es algo menos sofisticado, y, de pronto, en determinados círculos emplea el “tú”.
P. ¿Cómo ve la relación literaria a uno y otro lado del charco?
R. Parece que hay un auge latinoamericano: de publicaciones, no de escritura. Quiero pensar que no es un boom, sino un momento que tal vez se expanda, porque hay muchas voces interesantes que no creo que se vayan a perder. Y además hay un fenómeno de circulación de lecturas propiciado por editoriales independientes. En general, hay una cierta ilusión de autosustento en el mercado de América Latina, pero me ha llamado la atención el hecho de que a Brasil no llegan muchos libros de España.
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P. Por cierto, ¿qué autores actuales le interesan?
R. Cuando percibí que mi biblioteca estaba constituida principalmente por hombres y clásicos, decidí dar un vuelco y leer a mujeres principalmente contemporáneas. Desde el boom había una laguna que tuvimos que ir rellenando. Por ejemplo, el último libro que leí fue Distancia de rescate, de Samantha Scweblin, y también me gustan mucho María Fernanda Ampuero, Pilar Quintana, Fernanda Melchor, Valeria Luiselli… De Ariana Harwicz me interesó su escritura, pero también su coraje. Lo mismo me ocurrió con Lectura fácil, de Cristina Morales.
P. ¿En qué proyecto se encuentra trabajando ahora?
R. Tengo lista la primera versión de una nueva novela que trata también sobre el tema migratorio, pero ahora desde el punto de vista de quien recibe, o sea, desde Brasil. Y es la primera que escribo en portugués, así que hay un cambio de focos.