Ginés Sánchez (Murcia, 1967) exhibe un singular talento en el manejo de la lengua. De tigres y gacelas ofrece un recital de expresiones innovadoras, donde las frases no aparecen ordenadas de acuerdo a un patrón sintáctico clásico, sino que el lector debe encajarlas, como cuando buscamos el color correspondiente en el giro de un cubo de Rubik. Resulta, en fin, un discurso original, en el que las oraciones vienen ordenadas como ocurre con los cortes de imágenes en el cine o en los vídeos de YouTube, con mucha sucesión de tomas que despiertan el interés de quien las visiona, y, en nuestro caso, de quien va leyendo la novela.
Parece que el narrador pusiera en marcha un aspersor verbal que dispensa estos trozos de narrativa. Hay un cierto automatismo en la ejecución, pero las palabras cuentan bien el argumento.
Diversas citas de la canción Gulliver, de Joaquín Sabina, indican el marco mental, el sistema de valores en que se apoya el autor, un alegato contra los “hombres de corazón diminuto armados con palos y con hoces…”, es decir, expresa con Sabina esa percepción de que los seres distintos al común suelen ser vistos con recelo e incluso resentimiento por las mentes estrechas. Un dualismo que suele incitar a ver el mundo divido en grupos enfrentados, y que fácilmente cae en el estereotipo.
En este sentido, la narración se acerca a la novela en que al final siempre los criminales acaban siendo descubiertos, y la sociedad, el lector burgués, puede sentirse a salvo porque los malos acaban pagando. Aquí las almas cándidas, que no inocentes, terminan relativamente bien, al menos conformes con su destino. No hay más, porque la felicidad y la vida son un hacer y un veremos lleno de obstáculos y en última instancia inalcanzables.
Lo mejor, a mi entender, en la prosa narrativa de Ginés Sánchez, es la riqueza expresiva desplegada en la creación de los personajes. Cito cómo presenta a una de las tres compañeras de la protagonista, Rocío Martínez, como ella limpiadora nocturna de oficinas: “Carmen es una gitana un poco más joven que Aurora. Muy morena de piel y de ojos muy oscuros y cabello más negro todavía. Y tampoco es que las tenga todas consigo. Porque uno la mira y se dice que debió de ser muy guapa hasta no hace tanto. Un bellezón. Pero lo que os decía de la vida. Que zas. Tenía un hijo. Dicen. Y el hijo se le murió, dicen, en una carrera ilegal en un parking” (pág. 18).
La narración se acerca a la novela en que al final siempre los criminales acaban siendo descubiertos, y la sociedad, el lector burgués, puede sentirse a salvo
Esta narración, llena de reminiscencias de la expresión oral, corta la realidad con una riqueza de lo implícito que resulta muy efectiva. Por otro lado, la inventiva que sustenta este tipo de discurso oral suele depender del efectismo.
Las tres partes de que consta la novela vienen muy bien relacionadas, y buena parte de las mismas implican a su protagonista, Rocío, una verdadera belleza, a la que un accidente ocurrido durante una fallida escaramuza para robar a unos criminales, le arrebató sus mejores atributos, pues la desfiguró. En un segundo momento, la acción nos lleva al Oriente, donde Jorge, un joven, se hace millonario lavando dinero para la mafia, y lo invierte en obras de arte.
Esta parte la cuenta Tania, la amante del potentado, a Victoria, la esposa del mismo, lo que mantiene el ritmo de narración oral de la parte inicial. La tercera parte se ocupa de la búsqueda del mafioso empresario, que un buen día desaparece. Los hilos poco a poco se van uniendo…
Novela, pues, entretenida, de fácil lectura, que revela a un narrador de casta que con trasfondo mental, filosófico, que no se cierre en dualismos (admirables en el cantautor Sabina), puede contribuir a representar la vida de nuestro presente con la fuerza de sus talentos verbales.