“Todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y a solas en una habitación”. Cuando Blaise Pascal escribió esta famosa frase de tono existencialista en un siglo XVII demasiado racionalista para un jansenista como él, nunca intuyó hasta qué punto la humanidad iría en sentido contrario a su elogio de la vida contemplativa. Al menos, esta funesta deriva es la que nos señala Byung-Chul Han (Seúl, 1959) en su último ensayo. Una obra que se define no como una guía filosófica sobre cómo entregarse al “dolce far niente” sin remordimientos, sino como un alegato a favor de una ociosidad creativa resistente al mundo de la conexión y la autovaloración incesantes. ¿Quién no es capaz de sentir esta asfixiante saturación?
No se trata de preocupaciones que los cada vez más masivos lectores de Han no conozcan. Fiel a su estilo, el autor no se interesa por dar razones –pruebas, datos económicos, estadísticas– sino por brindar agudas digresiones filosóficas, evocar hallazgos literarios. Como es habitual en él, Han se sube a hombros de gigantes y actualiza sus reflexiones a un lenguaje engañosamente accesible.
En este caso el viaje es amplio: los antiguos griegos y romanos, Platón y Sócrates, Cicerón y Catón; dialoga con la crítica social de Karl Marx y el espíritu libre de Nietzsche; recuerda al flâneur Walter Benjamin y al fronterizo Theodor Adorno; de la literatura de Kleist y Kafka recoge las ventajas eróticas y creativas del sueño; visita a los primeros románticos Hölderlin y Novalis mientras pergeñan su proyecto: la ociosidad como núcleo de una sociedad venidera con capacidad de invocar un ethos de bondad y paz; y, sobre todo, fija la discusión en los planteamientos ontológicos de Martin Heidegger y Hannah Arendt, con quien debate intensamente en estas páginas.
Han no descubre problemas ni argumentos nuevos, participa de la hegemonía antiprometeica del pensamiento contemporáneo
De hecho, el título de la obra es sintomáticamente un guiño a Arendt y su vita activa. A diferencia del talante neo-helénico de esta, animado por conceptos como libertad y acción, pues cree que solo la visibilidad política en la esfera pública es sinónimo de dignidad humana, Han cree que la escritura también puede ser contemplación, lo que no tiene nada que ver con la búsqueda arendtiana de la inmortalidad: a la escritura le precede “la contemplación como camino hacia el conocimiento”. La vita activa sin la vita contemplativa es ciega, y añade: “la existencia humana se realiza únicamente en la interacción de la vita activa y la vita contemplativa”.
A diferencia de lo que parece afirmar el sentido común de época, la inactividad no es un obstáculo o una negación, sino una facultad creativa que hemos perdido, una capacidad de habitar el mundo que se aproxima al verdadero sentido de la existencia. Si es necesario reactivar la capacidad de contemplación y dar un nuevo peso a nuestra vida cotidiana es porque solo así podremos detener la destrucción de la naturaleza y superar la desorientación tecnológica.
¿Les suena esta música? Ciertamente, Han no descubre problemas ni argumentos nuevos, participa de la hegemonía antiprometeica del pensamiento contemporáneo. Ha de reconocerse su peculiar estilo de triturar y metabolizar la tradición filosófica, su capacidad de sintetizarla para un público amplio. No es poco mérito este éxito. Sin embargo, llama la atención cuán tempestiva es su relación con el malestar de ese mismo presente cuestionado. No se trata de que haya cierta contradicción en la denuncia de un tiempo acelerado por parte de un autor prolífico, sino de que su radiografía de las ansiedades de época parece un cómodo espejo en el cual esta se refleja.