A veces basta que prenda una cerilla para que despierte en el cerebro una ardiente imaginación. Anne Berest (París, 1979) volvió a España hace unos días, esta vez para presenciar Las Noches de la Lectura, una semana de encuentros literarios y cinematográficos organizados por el Instituto Francés de Madrid, para hablarnos y leernos, emotivos pasajes, de su última novela La postal (Lumen). Obra editada a finales de agosto, va ya, en España, por la cuarta edición. En Francia obtuvo el Premio Renaudot de los Estudiantes, Premio Goncourt versión americana, Grand Premio de las lectoras de la Revista Elle.
Pregunta. ¿Se imaginaba usted un éxito semejante?
Respuesta. ¡Para nada! Fue absolutamente inesperado. Recuerdo que mi madre (otra vez mi madre —dice riéndose—, está en todas partes ya que también es el personaje principal del libro) me dijo antes de que saliera La postal: "Sabes, hija mía, la gente está harta de escuchar todas estas historias… sobre la guerra… sobre el destino de los judíos… así que si tu libro no se vende, no te entristezcas, no es que sea malo, es que la gente quiere que le hablen de otras cosas…".
»El éxito es algo misterioso. No se sabe nunca cómo ocurre, por qué, de repente, un libro encuentra a sus lectores. Es el enigma de la creación. En Francia fuimos muy prudentes al principio. La novela era muy larga y el tema del Holocausto, más que difícil. Sacamos una primera edición de 10.000 ejemplares, pensando que estaríamos más que dichosos si los vendiésemos todos. Hoy en día, en este preciso momento en el que le hablo, llevamos vendidos 300.000 ejemplares en Francia. ¡En ningún momento pudimos sospechar tal acogida!
La postal parte de dos precisos momentos en la vida de la autora. El primero, en enero de 2003. Una mañana de invierno, Anne y su madre Léila recibieron en el buzón del jardín de su casa familiar una postal anónima, en la que se habían escrito los nombres de Ephraïm, Emma, Noémie y Jacques, nombres de sus abuelos maternos y sus tíos, deportados y asesinados en Auschwitz, en 1942. La postal creó cierta conmoción en la familia, pero se guardó bien cerrada en un cajón hasta que, quince años más tarde, un niño en el colegio llamó a su hija de seis años judía. En ese instante, Anne Berest conectó los dos momentos. Si su hija no había apenas oído hablar del judaísmo, si ella no sabía nada de aquellos antepasados que en 2003 llamaron a su puerta… sintió que debía escribir sobre esa historia.
"Siempre hay algo de universal en cada destino particular"
P. ¿Tuvo usted la impresión de que la postal le venía dirigida a usted personalmente?
R. Vaya… nunca lo había pensado de esa manera. Pero sí, tiene razón. Cuando recibimos esa postal, nos asustamos. El segundo punto de partida fue exactamente el qué recuerda. Mi hija se le contó a mi madre en casa y mi madre me lo dijo a mí. En el patio de recreo alguien le había dicho: "No nos gustan los judíos en la escuela". Una frase que inmediatamente me dio ganas de ir en busca del autor de la postal. Al final de mi investigación, cuatro años más tarde, entendí, como usted dice, que esa postal me había sido dirigida a mí.
P. En su anterior novela, Gabriëlle (2017), escrita junto a su hermana Claire, también recreaba la vida de uno de sus antepasados, su bisabuela Gabriëlle Buffet Picabia, escritora, crítico de arte y casada con el pintor surrealista español Francis Picabia.
R. Efectivamente, mi familia es una fuente indudable de inspiración para mis libros, e incluso diría que gracias a ella encontré mi país como escritora. El país en el que habito para escribir. Me gusta interrogar el pasado para entender cómo sigue viviendo en el presente, cómo vive en nosotros mismos. Busco esta vibración en mi trabajo. Y, en general, encuentro el pasado más misterioso que el futuro… Unos días antes del lanzamiento del libro, mi madre, que es muy divertida, me dijo: "Hija mía, ¿cómo quieres que la gente se interese por nuestra familia?". Le respondí que nuestra historia podía interesar a otras personas, porque siempre hay algo de universal en cada destino particular.
P. Estos últimos tiempos hemos visto novelas, ensayos, como el de Ivon Jablonka, Historia de los abuelos que nunca tuve (Anagrama, 2022), o el de Daniel Mendelsohn, Los hundidos (Planeta, 2019) que relatan el destino de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. En La postal, usted da un paso más, mezcla tiempos y documentos, a la vez que interroga su pasado, trata de explicar su presente. ¿Cuándo y por qué surgió ese deseo de investigar sobre sus orígenes familiares?
R. Creo que, sea cual sea nuestra historia personal, todos necesitamos dibujar nuestro árbol genealógico en algún momento de nuestra vida. Ya sea cuando eres padre por primera vez, ya sea cuando te enfrentas a un problema personal, o cuando te jubilas… algo en ti despierta y te preguntas: ¿quiénes fueron mis antepasados? En mi opinión, esa sed de conocimiento no es exclusiva a los descendientes de los supervivientes. En cambio, lo que sí nos caracteriza es que, en nuestras familias, las huellas han desaparecido. El pasado se borró. Se aniquiló. El trabajo de investigación es por lo tanto complicado, difícil. Pide que investiguemos situaciones que son, muchas veces, novelescas. Y luego viene la necesidad de transmisión.
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P. Ha comentado que las huellas borradas son difíciles de descubrir. Los supervivientes, Myriam en su familia, hermana e hija de los cuatro fallecidos en 1942, tampoco pueden hablar por el profundo dolor. ¿Cómo consiguió llevar a cabo una investigación tan minuciosa rodeada de tanto silencio?
R. En efecto, mi madre creció con una madre que nunca quiso hablar con ella sobre los años de la guerra. Mi abuela Myriam nunca nombró a Rusia, ni habló de su familia. No creo que volviera a pronunciar los nombres de su hermano y su hermana después de que murieran. Fue terrible para mi madre Lélia. Un verdadero trauma. Ella no sabía de dónde venía. Sobre todo, porque su padre se había suicidado cuando tenía cuatro años. Así que había agujeros por todas partes en el rompecabezas de sus orígenes.
»Un día decidió investigar su árbol genealógico para transmitírselo a sus hijas. Es gracias a su investigación que pude escribir La postal y, por eso, siempre agradezco a mi madre en las entrevistas y cuando recibo premios: el éxito del libro también le pertenece a ella. Luego, por supuesto, tuve que investigar mucho por mi cuenta para completar la de mi madre y escribir el libro. Fue un trabajo arduo. He leído más de cien libros, sin contar los documentales que he visto. Trabajé incansablemente durante cuatro años.
»Pero, para volver a su pregunta sobre el silencio, es común a toda una generación. En Francia, después de la guerra, nadie quería hablar de lo que había pasado. En todas las familias francesas se instaló ese silencio y, claro, todas las generaciones posteriores han sufrido por ello. Quiero decir: no solo las familias judías. Todas las familias francesas han experimentado este fenómeno.
"Encuentro el pasado más misterioso que el futuro"
P. Por eso divide usted su novela en dos partes. Dedica la primera a narrar la vida de sus ancestros y cómo, naciendo en Rusia, acabaron en Francia, después de largas estancias en Polonia y Palestina. En la segunda parte se centra casi exclusivamente en la actualidad y en su investigación. ¿Esa perfecta construcción de la novela fue accidental?
R. En absoluto. De hecho, es el libro más difícil que he escrito. Me costó mucho tiempo darme cuenta de cómo hacer que las historias del pasado (el libro comienza en 1919 en Rusia, con el nacimiento de mi abuela y termina en 2019, cuando encuentro la solución al acertijo) coincidieran con las historias del presente. Igual que la división del libro en capítulos. ¡Y, luego, hay que decir que borré 250 páginas del libro! Es mucho. Me llevó tiempo y trabajo saber cómo equilibrar cada parte. Para mí, en realidad, la novela contiene tres libros: una saga familiar, que cuenta el destino de la familia Rabinovitch a lo largo de varias generaciones; una investigación, como en las novelas policiacas; y una novela iniciática muy personal en la que relato mi íntima relación con el judaísmo.
P. Cuando arranca su investigación, el lector ya conoce a los personajes, esa familia que va y viene buscando su lugar en el mundo y dónde echar raíces. Sin embargo, diría que, entre esas dos partes, el lector descubre un hilo conductor que trata de elucidar qué significa ser judío, sobre todo, cuando, como en su caso, no depende de la religión.
R. ¿Qué significa ser judío en la vida laica? Es la pregunta que me hago y que trato de responder. Sabe, hay algo muy particular en el judaísmo que hace que uno "nace" judío, por la madre. Uno no puede convertirse al judaísmo, es una pertenencia a un pueblo que heredas al nacer. Como en las novelas de iniciación, mi personaje descubrirá la cultura judía a través de importantes ritos: por ejemplo, está esa cena de Pessa'h, que aparece varias veces en la novela y que puntúa la narración a lo largo de cien años. Mi personaje no experimenta un retorno a lo religioso -no soy ni creyente ni practicante- sino un retorno a lo cultural. También trabajo sobre sueños, traumas, angustias, neurosis, pesadillas, que son específicos de descendientes de supervivientes.
»Si le parece bien, le voy a contestar a la pregunta con una broma judía: "¿Qué es ser judío? Es pasarse la vida preguntándose: ¿qué es ser judío?". Me encanta esta definición, a través del cuestionamiento. Siendo la noción de "pregunta" uno de los fundamentos del pensamiento judío para el cual es más importante saber hacer las preguntas correctas que saberlas responder.