Dos consideraciones previas debiéramos hacer para aquel lector común, no especializado en la poesía de Rainer Maria Rilke (Praga, Chequia,1875-Valmont, Suiza, 1926). Una es que esta nueva y muy especial edición de su poesía, Elegías de Duino (Leipzig, 1923) viene a sumarse a las muy numerosas versiones que de este poeta se han venido editando en español. Algunas de ellas ya son llamativas por remotas y por su autoría.
Me refiero, a Elegías de Duino (México, 1945) de Domenchina, o a la de Torrente Ballester (Madrid, 1946); pero si tuviera que recordar, por iniciales, otra más completa: Obras, de José María Valverde (Plaza & Janés, 1967). En esta encontró nuestra primera juventud una amplia selección de poemas y de cartas del poeta, así como un muy ameno estudio previo.
No hay que olvidar que de un año antes fue el volumen España en Rilke, de Jaime Ferreiro Alemparte (Taurus, 1966), de mayor calado intelectual para el lector, como lo fue en el mismo año y editorial, y del mismo autor, la monografía, Rilke en San Agustín. Ediciones recientes sobre el autor, y muy especiales, han sido las de la Vida de Rilke. La belleza y el espanto, de Antonio Pau (Trotta, 2012), Rainer Maria Rilke. El vidente y lo oculto, de Mauricio Wiesenthal (Acantilado, 2015), o Perro. Vida de R.M.R., de Albert Roig (Galaxia Gutenberg, 2016). Antonio Pau ha abordado la vida y la obra de Rilke en monografías como Rilke apátrida (2011), Rilke en Toledo (2013) o Rilke y la música (2016).
Por muy necesaria y bien recibida, también fruto de Pau, ha sido la edición de los Poemas en prosa. Dedicatorias (Linteo, 2009). Numerosas han sido, como he dicho, las versiones del poeta checo desde el pasado siglo, a las que nuestros lectores han podido asomarse, entre ellas las varias de la editorial Hiperión, de poemas, prosas y cartas, con fervorosos traductores, como Bermúdez-Cañete, Jesús Munárriz o Jenaro Talens; recordando la traducción que este nos ofreció precisamente de las Elegías de Duino (1999), a la que siguió la hecha por Otto Dörr para Visor (2002). Este sería un posible itinerario apresurado para ese lector común, en el que ya incluimos, por su interés, las Elegías con no pocas novedades, debida a Adan Kovacsics y Andreu Jaume que nos ofrece Lumen.
Aquí, al fundamentado prólogo de Jaume y a las versiones del original alemán y de la traducción, se unen generosas notas sobre la edición y la traducción que ambos han llevado a cabo, las notas concretas a las diez elegías, la interesante presencia de poemas “del ámbito de las Elegías” y la presencia –siempre jugosas tratándose de las de Rilke– de cartas del mismo periodo de tiempo, paralelo al lento proceso de creación de este libro, así como el facsímil del manuscrito de la “Elegía cuarta” y una cronología de la vida de Rilke.
Siempre nos queda la duda, en el caso de Rilke, de si al traducirlo no se nos dice todo cuanto nos ofrece el original
Quedan pues sentadas en esta edición las bases para un acercamiento total a uno de los libros más herméticos del poeta, junto a sus Sonetos a Orfeo; obra esta que nos lleva a una nueva consideración, sobre todo a aquellos lectores que no pueden hacer la lectura paralela entre original y traducción.
Siempre nos queda la duda, en el caso de Rilke, de si al traducirlo no se nos dice todo cuanto nos ofrece el original. No me refiero a la calidad incuestionable de esta versión sino al hecho de que el libro –como seguramente en todos los emblemáticos de poesía– es posible salvar lo que llamaríamos el espíritu del texto. Esta duda nos lleva a una pregunta consustancial al hecho de traducir y, en concreto, a saber que no basta la versión literal de un poema si al mismo lo vemos privado de ese espíritu que alude a lo esencial. Tarea, generalmente imposible, para los que al traducir hemos pulido y repulido un texto sin dar con la gema del mismo.
Estas consideraciones y otras nos sugiere la lectura de esta edición que hoy comentamos de la obra de Rilke, que en su contenido y en sus detalles ha sido no solo ejemplo de una de las más misteriosas obras del siglo sino de aspectos muy concretos, y siempre un gran reto para sus traductores. Así, a cómo son de referencia ineludible algunos de sus versos, comenzando por el celebérrimo del arranque del libro: “¿Quién si yo gritara llegaría a oírme desde los coros/ de los ángeles”.
Esos hallazgos se suceden en el resto de las elegías, pero en la primera hallamos esa presencia de símbolos tan de Rilke y que ya había usado en otros libros, pero no con la carga de pensamiento que hay en este: el tiempo, los días, la noche, la primavera, el violín (presente en uno de sus más deliciosos poemas primeros), la ventana, los ángeles, el viento o soplo… Este último término y los versos de esa estrofa nos ponen también delante del posible misticismo, alusivo en nombres propios, pero sobre todo en su connotación o diálogo con el misterio (“Pero nosotros, que tan grandes/misterios necesitamos…”).
Importancia de los símbolos, pero también de ese rico hermetismo del iniciado al tratar los temas eternos, pero envueltos siempre en esa forma tan suya que nunca nos pasa inadvertida: el latido de la emoción y un alto grado de pureza, así como el afán de fundir en esta etapa de madurez el sentir con el pensar, como solo lo encontramos en otros grandes poetas iluminados del siglo, en Mallarmé o Paul Valéry, por citar solo a dos de ellos. En esta versión todos estos valores se salvan.
En la primera elegía hallamos esa presencia de símbolos tan de Rilke y que ya había usado en otros libros, pero no con la carga de pensamiento que hay en este
Esta misma claridad formal la hacemos también extensiva en el texto en español de la edición que comentamos y al hacerlo comprendemos que ese hermetismo del autor a veces se acrecienta, sin perder claridad. Ahora claridad y ritmo facilitan especialmente la lectura a aquellos que no puedan acceder al original. En un osado sentido, los fragmentos y poemas añadidos del ámbito de las Elegías nos permiten fabular y decir que en ellos, o en su conjunto, poseemos otra versión del poema de poemas que es el libro, aunque a la vez valoramos la sensibilidad del autor al corregir.
Delicia es ir combinando la lectura de los poemas con las cartas del periodo en el que se escribieron, desde la primera enviada desde el castillo de Duino a Marie von Thurn und Taxis (enero de 1912), hasta la enviada en 1925 a Witold Hulewicz solo ocho meses antes de la muerte del poeta en el sanatorio de Valmont. Siempre poesía y vida absolutamente fundidas en Rilke.
La última frase de esta carta es todo un vaticinio del final que se avecinaba: “No sé si alguna vez podré decir algo más”. Quizás una opinión de Martin Heidegger nos aproxime a la significación más radicalmente honda del poeta: “Aún no estamos preparados para interpretar las Elegías y los Sonetos de Rilke”.