"Mi padre era un borracho, aunque sé de sobra que la palabra ‘borracho’ no significa nada", relata Eider Rodríguez en su primera novela. Escrita en euskera y traducida por ella misma junto a Lander Garro al español, Material de construcción (Random House) evoca la complicada relación de una joven, la propia escritora, con su padre alcohólico y cómo esta enfermedad salpicó a toda la familia. Con el boom inmobiliario de fondo, y su posterior derrumbe, Rodríguez recupera además unos complicados años 80 y 90 en Rentería, en un ambiente dominado por la violencia, el conflicto vasco y la heroína.
Autora de varios libros de relatos, entre los que se incluye su anterior título Un corazón demasiado grande, Material de construcción es, además, una carta de amor al padre que falleció. Un amor inesperado, matiza ella misma que reconoce que "la propia escritura del libro ha sido el duelo". Es más, añade, "ha sido la traducción. Creo que con eso le he puesto fin".
Para ello, la autora indaga en el lenguaje, lo doblega, lo investiga, cercando con las palabras el dolor y la vergüenza. Lo suyo, dice, es no ficción. "Es lo que más se acerca. Es una novela, porque es una construcción, no es un testimonio, pero está escrito con material autobiográfico. Tiene un impulso estético y literario, es un artificio. Las personas no son personas, son personajes. Por eso es no ficción. Y, por otro lado, no es autoficción. En autoficción el autor juega con el lector, a lo que es cierto y lo que no. Aquí no hay ningún juego de ese tipo".
Pregunta. Con Material de construcción se enfrenta por primera vez a una novela, ¿cómo ha vivido ese salto entre el relato y la novela?
Respuesta. La novela era un género al que tenía respeto, sin embargo, hay muchísimas semejanzas entre escribir una cosa u otra. Es verdad que estoy acostumbrada a unas distancias mucho más cortas, el cuento tiene que ser más preciso que la novela, mientras que aquí puedes desbarrar más y abrir otras puertas, algo que en el tipo de relato que yo escribo no se puede hacer. Lo cierto es que soy muy lenta escribiendo relato, mucho, me cuesta meses darlo por finalizado, sin embargo, esta novela la escribí en meses. No he sufrido demasiado. Me salió como en bloque, es como si estuviera escrita y ejerciera un poco de médium.
P. Construye una novela descarnada, profundamente honesta, sobre su propia relación con su padre alcohólico, ¿hubo algo que le costara especialmente escribir?
R. Lo que más me costó fue darme a mí misma permiso para escribir la novela. Tantos años... Porque al final esta historia la hubiese podido contar antes. El primer libro lo publiqué en 2004, ya hace casi veinte años. Luego, una vez que lo decidí, hubo pasajes con los que he llorado quizás, pero solo tuve que ordenar esas palabras que tenía ahí perdidas dentro de mi cuerpo y que estaban, de alguna manera, en el caos o en la confusión, y doblegarlas a la medida de la gramática hasta convertirlas en un libro.
La imposibilidad de traducir
P. Como con sus anteriores trabajos, lo escribió primero en euskera y más tarde lo tradujo, ¿añadió algún matiz en la traducción, fue complicado volver sobre ello al tratarse de un material tan sensible?
R. Sí, de hecho, ahora que lo dices, volviendo a tu pregunta anterior, lo que más me ha costado ha sido traducirla. Así como el proceso de escritura fue muy ágil, muy visceral, y vino en bloque, traducirla fue muy doloroso. La novela fue escrita y pensada en euskera. Es material autobiográfico. Hay personajes y esos personajes están basados en personas que no hablan euskera. Al escribir la novela en euskera eso también me dio más distancia y más libertad. Pero traducirme fue como volver al origen, demoler esa distancia entre persona y personaje, quitarle parte del artificio e intentar poner las palabras que hubiesen dicho esas personas en su idioma real, el español. Yo creo que por eso ha sido muy difícil.
"Solo tuve que ordenar esas palabras que tenía ahí perdidas dentro de mi cuerpo y que estaban, de alguna manera, en el caos o en la confusión"
P. De hecho, es curioso porque, en algún momento, su narradora llega a decir: "No creo en las traducciones", ¿a qué se refiere?
R. Yo no creo que a través de la palabra puedas decirlo todo. Creo que a través de la palabra te puedes acercar a eso que quieres decir. Y la traducción te aleja más. Te puedes acercar mucho, de manera elegante o de manera más torpe, pero siempre hay una distancia. Al igual que no creo en los sinónimos, creo que la traducción no existe. Para mí esta ha sido la prueba. Tal y como estaba la novela era imposible traducirla. Así que he tenido que quitar fragmentos, añadir otros, ha habido cambios que yo anteriormente no había hecho en otros libros.
Llamar a las cosas por su nombre
P. Además del dolor y del duelo en sí mismo, hay un sentimiento que predomina a lo largo de toda la novela: el de la vergüenza. Escribe, por ejemplo, que es una emoción "asociada a la duda acerca de si una es digna de ser querida", ¿cómo evoluciona este concepto en la narración?
R. Hay diferentes tipos de vergüenza en el libro. Por un lado, está la vergüenza que siente la niña frente a su padre, esa vergüenza que la paraliza y la destruye, la convierte en un ser ínfimo que piensa que nunca jamás la va a poder querer nadie. Luego también hay una vergüenza que es la que ella quiere utilizar en contra de su padre. Quiere que su padre se avergüence de eso que está haciendo. Es la vergüenza como fuerza de cambio, la que ella intenta impulsar. Y fracasa, claro.
P. Algo sobre lo que reflexiona en el libro es la importancia del lenguaje y las palabras, así como sobre sus limitaciones, ¿nombrar las cosas nos mantiene fuera del peligro y nos ayuda a mantener el control de las cosas, como afirma?
R. Creo que sí. No sé si para todo el mundo, en mi caso, sí. Nombrar las cosas es una forma de conocimiento y conocer implica poder tener empatía y cierto control. La niña, por ejemplo, está obsesionada con la ortografía, con las reglas gramaticales, con decir las palabras bien. Eso le da seguridad. Piensa que es una manera de ordenar el mundo. La lengua, y por supuesto la literatura y la escritura, funciona de esa manera, para ordenar el mundo. Cuando consigues apresar un trozo de realidad en una palabra algo cambia. Esa realidad no es lo que era, ya está envuelta en algo y desde ahí puedes construir otras cosas. También puede ser para lo contrario. A veces utilizamos el lenguaje para cercenar la realidad.
Los tópicos del alcohol
P. En este sentido, hay una palabra que analiza muy al principio, borracho, como un adjetivo que no significa casi nada. Obviamente también aborda el problema del alcoholismo, es el centro de todo el libro, ¿cómo afecta a la vida de los demás?
R. El equilibrio es muy difícil en las palabras. El trabajo de alguien que escribe es buscar ese equilibrio o, paradójicamente, buscar las palabras que ya tenemos, sin inventar nada nuevo. Se suele decir que el alcoholismo es una enfermedad familiar. Pero, ¿qué enfermedad no es familiar? En este caso, el padre es alcohólico y ese alcoholismo destruye los lazos entre los miembros de la familia. Aparece también el alcoholismo social.
»Es curioso porque sobre la heroína se ha escrito mucho, se ha politizado y se ha socializado. Fue devastador. En Rentería también. Sin embargo, sobre el alcohol, que también lo es, ni se ha escrito ni se ha politizado ni se ha hablado tanto. Y yo creo que es importante. No en este caso, que es de una manera muy personal e íntima, pero si lo socializas y lo politizas igual puedes restar vergüenza a todos los miembros de la familia. Alguien que tiene un hijo o un hermano heroinómano muchas veces habla con más libertad de ese tema que alguien que tiene un padre o una hermana alcohólica.
"Traducirme fue como volver al origen, demoler esa distancia entre persona y personaje, quitarle parte del artificio e intentar poner las palabras que hubiesen dicho esas personas en su idioma real"
P. De hecho, en la literatura, el alcoholismo es tratado como algo casi anecdótico, ¿tendemos, por ejemplo, a romantizar a los escritores alcohólicos?
R. Con todas las sustancias. Yo no soy abolicionista, por supuesto, pero estoy totalmente de acuerdo con que eso existe. Para mí no es romántico. Lo único que implica para una persona ser adicta es tener problemas emocionales. Mucha gente con problemas emocionales escribe. Existe ese lazo de unir la escritura con el alcohol. Pero no pienso que la gente que beba o que se autodestruye, escriba mejor. Me parece una basura de argumento y eso sí que hay que derruirlo. Ahí está el caso de Marguerite Duras. Para mí su mejor libro es El amante y lo escribió siendo abstemia, cuando ya había dejado el alcohol. Dentro de su estilo, el mejor, el más depurado, es ese. Si ella hubiese escrito sus anteriores libros sin estar alcoholizada, ¿qué no hubiese escrito? Me parece una pena.
P. Hay un dato brutal que menciona, precisamente, de que no fue hasta que Duras dejó de beber que comprendió realmente que su hermano y su madre habían fallecido, ¿eso resume hasta qué punto beber es una evasión?
R. Claro, porque estás anestesiado. Mientras estás bajo los efectos de una droga, sientes pero no demasiado. Es una manera de no entender, de no hacerle frente y no mirar la realidad. Y ella se da cuenta cuando deja de beber, de que ya habían pasado años. Es entonces, y no antes, cuando empieza a digerirlo.
El amor siempre presente
P. Hemos hablado del dolor y de la vergüenza, pero hay otro sentimiento que se desprende de estas páginas que es el amor, con todas sus complejidades, ¿diría que es más fuerte que todo lo demás?
R. No lo sé. Cuando escribí el libro no lo tenía presente. De hecho, lo escribí sin pensar demasiado. Así como los relatos que escribo están muy pensados, este no. Y cuando terminé el libro y lo di a leer, me dijeron que eso estaba ahí y lo miré con otros ojos. A mí me daba miedo que fuese un libro vengativo, traidor o despreciativo. Porque es muy duro. Yo sé que mi mirada es muy dura. Pero entonces me di cuenta de que era una carta de amor. Y no sé si el amor lo puede todo. No es que yo lo haya practicado, pero de alguna manera, entre las grietas, ha brotado. Y era algo que yo pensaba que lo tenía totalmente castrado y que quería que no hubiese, porque era una manera de protegerme. Pero supongo que era inevitable.
P. Por otra parte, plantea algo interesante, ¿debemos dejar de idealizar las relaciones con nuestros padres?
R. Yo llegué a esa conclusión, porque se habla mucho del amor romántico pero existe también una idealización del amor hacia los padres que igual no se ha intentado derruir y creo que sería importante. Hay relaciones que son imposibles, que no dan nada bueno. La escritura de este libro me ha servido al menos para darme cuenta también de eso, la necesidad de desromantizar las relaciones paterno-filiales.
"No pienso que la gente que beba o que se autodestruye escriba mejor. Me parece una basura de argumento y eso sí que hay que derruirlo"
P. Material de construcción es una novela sobre el padre, pero ¿qué papel tiene la madre en la narración?
R. El personaje de la madre es el pilar sobre el que pivota el torbellino. Es ella la que con una fuerza inaudita y unas ganas de vivir salvajes hace que no naufrague esa familia. ¿Eso qué implica? Pues que no es una madre amorosa ni cariñosa, tiene otras cualidades. Es ácida, mordaz y muy realista, tiene golpes de realidad muy fuertes, y la novela funciona así también. Ella es muy dura para lo bueno y para lo malo, pero también tiene mucho humor y sabe reírse de todo y desdramatizar. Al escribir este libro, sabía que iba a ser una historia triste pero no quería que fuese únicamente una historia triste, quería que hubiese humor, que hubiese fuerza y luminosidad. Y el personaje de la madre ayuda a traer estos elementos al libro.
Una infancia dura
P. Cambiando de tercio, en Material de construcción evoca el ambiente de Rentería en el que creció en los años 80-90 y también la evolución posterior, ¿cómo fue aquella etapa y cómo han cambiado las cosas? Debía ser complicado…
R. Debía ser un sitio complicado, sí. Yo también utilizo el mismo verbo, debía, porque para nosotros era algo natural. Es como el pez que nace en el agua y le parece natural vivir ahí. Para nosotros era muy normal vivir en un lugar y una época tan convulsas. En los 80, siendo yo niña, había heroinómanos. En la parada del autobús que nos llevaba a la escuela una vez nos encontramos a un chico muerto de sobredosis. Nos cruzábamos con ellos con naturalidad. Y luego también en los 80/90, el conflicto político estaba allí, formaba parte de nuestra rutina de una manera natural.
»¿Duro? Mirándolo desde ahora, me parece muy bestia todo lo que vivimos y cómo lo vivimos: las cargas policiales, los ataques, hemos visto de todo. Esos fuegos, esa violencia, la hemos vivido así. Ese lenguaje con el que se hablaba también lo hemos vivido así. La música nos ha conformado en lo que hoy somos. No reniego de eso porque vengo de ahí.
P. Hay también una breve reflexión sobre la empresa familiar, de hecho, el título alude a esa empresa, Material de construcción, y sobre la industria de la construcción, el exceso y el desplome, hasta el punto de cambiar el paisaje de las ciudades, ¿todo aquello también se vivió en la familia?
R. El título tiene ese doble sentido, sí. Por un lado, hace referencia a la empresa familiar que vende material de construcción, y, por el otro, de manera metafórica, al proceso de construcción de un padre, a través de diversos materiales y textos, y también de la hija. Pero, además, me interesaba mucho ver el desarrollo de un país urbanística y económicamente. Como no podía hablar de un país hablo de Rentería, que es donde están situadan esta empresa familiar y esta familia. Quería que se viese cómo iba evolucionando el pueblo a lo largo de diferentes décadas.
»De ser un pueblo muy hostil, industrial, sucio y pestilente a convertirse en un lugar ameno para vivir, limpio y de buen olor. Y en todo esto, por supuesto, el boom inmobiliario, que hizo que también se expandiera muchísimo y se pavimentara todo. Todo eso repercute en el negocio familiar, primero durante los años de bonanza y luego durante la crisis inmobiliaria, con el decaimiento de la empresa. Esta subida y esta bajada iban muy de la mano del personaje paterno, así que me venía muy bien para poder hablar, no solamente de un padre, sino también de un país.