¿Se puede escribir una autobiografía mezclando realidad y ficción? ¿Qué clase de texto emergerá si, además, combinamos el alfabeto y la geografía de forma arbitraria, ignorando la cronología y alterando las fronteras? Es una fórmula arriesgada, pero el escritor ucraniano Yuri Andrujovich (1960) ha logrado confeccionar con estos materiales una obra original y arriesgada, a la que ha llamado “autogeobiografía”.
Las treinta y nueve ciudades que desfilan por esta Pequeña enciclopedia de lugares íntimos no son simples lugares, sino “zonas erógenas e íntimas”. Entre las ciudades seleccionadas, destacan Berlín, Kiev, Nueva York, Praga, Venecia, Detroit, Moscú.
Berlín es una ciudad fea, pero atrae a los escritores y a los amantes. Sus cafés alientan los encuentros románticos, las discusiones apasionadas y las explosiones de creatividad. Es el hábitat natural de los espíritus melancólicos. Si miras hacia el exterior, descubres “punks con crestas extravagantes” paseando con sus “perros desmelenados” y extranjeros felices de deambular por un ambiente cosmopolita y multicultural. Observar los restos del muro que separaba al paraíso socialista del edén comunista permite advertir el carácter ilusorio de las utopías.
Andrujovich no incurre en la nostalgia del viejo orden comunista, pero señala que el capitalismo no es un “hermoso príncipe”, sino un sistema que propicia la desigualdad y el desamparo.
Kiev siempre ha sufrido las feroces acometidas de la historia. Ha cambiado de manos varias veces. Polacos, alemanes y rusos han luchado por apoderarse de la ciudad. De niño, Andrujovich consideraba que Kiev era la ciudad del club de fútbol Dinamo. De joven, la pasión por el balompié fue desplazada por el amor a la cultura. El estadio del Dinamo dejó paso a las librerías y las tiendas de música. En los ochenta, ya convertido en una joven promesa de la poesía, Andrujovich descubrió que Kiev podía ser un enclave hostil.
Andrujovich no incurre en la nostalgia del viejo orden comunista, pero señala que el capitalismo no es un “hermoso príncipe”, sino un sistema que propicia la desigualdad y el desamparo
Si se expresaba en ucraniano, sus habitantes, la mayoría rusohablantes, se ponían a la defensiva, pues se sentían amenazados. En los noventa, Kiev sufrió un proceso de decadencia que hizo proliferar la venta callejera, la prostitución y la incertidumbre. Rabia y miedo. Precariedad, corrupción, desabastecimiento. Sueños rotos, desesperanza, nihilismo. La ciudad se transformó en una ciénaga. Andrujovich confiesa que llegó a odiarla. En este clima surgió la revolución naranja, un fenómeno a medio camino entre la ingeniera política, el renacimiento cultural y la locura colectiva.
Años más tarde, el EuroMaidán revivió el furor de esos días. Las manifestaciones, “una mezcla explosiva de patetismo y sarcasmo”, parecían un “revoltijo shakespeariano”, donde la vida y la muerte se alternaban como máscaras de la tragedia griega. Para Andrujovich, la gente que salió a la calle orquestó una polifonía postmoderna, pero los nacionalistas de extrema derecha capitalizaron todas las miradas. Ucrania reclamaba su derecho a existir libre de la tutela rusa, donde pervivía el autoritarismo soviético.
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En su evocación de Kiev, Andrujovich utiliza indistintamente la prosa y la poesía: “por la tarde empezó a caer una nieve espesa / y toda la ciudad […] salió a defender el Maidán: […] yo nunca he amado a mi patria como ahora”. El talento literario del escritor ucraniano le permite no solo mover las fronteras de los mapas, sino derribar las distinciones entre géneros literarios. Lo épico convive con lo íntimo; la crónica con la introspección; el apunte lírico con el testimonio.
Andrujovich salta de un continente a otro. Detroit es la ciudad de los vinilos, la tierra de los codiciados elepés de Jethro Tull, Emerson, Lake & Palmer, Pink Floyd, Boston o los Eagles. Praga, el escenario de una lejana primavera que se truncó cuando los carros blindados de la Unión Soviética restauraron el espíritu monocromático del socialismo real. Venecia, una Ciudad en Medio del Mar y una hermosa parábola sobre la fugacidad de las cosas.
Nueva York es sobre todo Manhattan, un frenesí con forma de miembro viril, un falo simbólico que intimida al orbe. Moscú, el Leviatán que nació del vientre de Stalin, una especie de Ajab con una ambición demoníaca. Andrujovich lamenta no poder contemplar el Kremlin como un maravilloso conjunto arquitectónico y no como “la morada del mal universal”. La perversidad de Putin no debería eclipsar el legado de la cultura rusa.
Pequeña enciclopedia de los lugares íntimos es un libro delicioso. Puede leerse como una autobiografía, pero también como una crónica histórica que presta una atención preferente a la Europa del Este. Su prosa ágil, lírica y humorista cose con habilidad dos esferas tan diferentes, logrando un equilibrio perfecto. Ahora que se cumple el primer año de guerra entre la Rusia de Putin y la Ucrania de Zelenski, esta obra nos recuerda que los verdaderos representantes de los pueblos no son los políticos, sino los poetas como Andrujovich, cuya mirada bucea más allá de lo inmediato, intentando comprender por qué los hombres malgastan sus vidas en pasiones absurdas.