Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) es autor de una obra variada y original. Bastará mencionar títulos como Una noche con Sabrina Love, la conmovedora historia de un adolescente de provincias que gana un concurso para pasar una noche con una porno star; La uruguaya (2017), una novela corta de ritmo frenético que trata el tema del amor desde la perspectiva de un narrador no fiable; e incluso Breves amores eternos (2019) que recoge un conjunto de relatos sobre las difíciles relaciones de pareja. Todas ellas tienen en común su carácter plurisignificativo y el uso metafórico de las situaciones.
El año del desierto vio la luz inicialmente en 2005 y lo hace en nuestro país ahora, aunque no ha perdido un ápice de interés ni de actualidad dado su valor alegórico sobre la realidad que vivimos. El argumento describe un año en la vida de María Valdés contado por ella desde un lugar de Europa, años después de que tuviera que abandonar Argentina.
María es secretaria en la compañía Suárez & Baitos de Buenos Aires y lleva la vida de una muchacha normal. Pero casi de forma imperceptible la ciudad se transforma, las empresas se desintegran, los supermercados se desabastecen, las personas desaparecen y se crea una atmósfera de desasosiego. A lo largo de diez capítulos, el lector asiste atónito a la descomposición del mundo conocido, que corre pareja con una regresión de los derechos humanos y de los avances técnicos.
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En esta caótica situación, los habitantes de las manzanas construyen puentes con los cables de las antenas (solo así es posible moverse por la nueva geografía urbana si se quiere mantener la integridad); las casas dejan de ser lugares de intimidad porque cualquiera puede acceder a ellas a través de las ventanas y se convierten en espacios públicos donde las personas son espiadas mientras duermen o van al baño.
Tampoco hay luz eléctrica pero aun así la vida continúa y se celebran bodas o se representan obras teatrales porque la gente se acostumbra a cualquier cosa y se hace indiferente al dolor ajeno (¿o ya lo era?).
La obra vio la luz inicialmente en 2005 y lo hace en nuestro país ahora, aunque no ha perdido un ápice de interés ni de actualidad dado su valor alegórico sobre la realidad que vivimos
Algunos televidentes compulsivos, como el padre de María, entran en un “coma catódico” y responden con muecas al cambio de canal desde un mando a distancia que también puede matarlos. Los hospitales se transforman en lugares inhóspitos y sin higiene. Los seres humanos aparecen animalizados, solo hay trabajo de carga y descarga en los muelles o de limpieza en hoteles inmundos…
Además, la violencia se convierte en cotidiana; las mujeres no pueden votar y necesitan el permiso de su padre o de su marido para trabajar; se normalizan el maltrato y la corrupción; regresa la esclavitud; las epidemias diezman a la población… Y lo mismo ocurre en el campo y entre las tribus indígenas donde María se refugia.
La novela presenta un mundo distópico y aterrador, con una doble significación argentina y universal. Y dibuja un ambiente onírico casi fantástico, una pesadilla, una paranoia reconocible y cercana (¿posible?), para desazón del lector.