"¿Los hombres tienen miedo desde el #MeToo? ¿Y yo, que no puedo andar sola por la calle sin saber si un hombre me va a atacar?", se pregunta la escritora Rebecca Solnit, estupefacta, ante el sentimiento de coacción que supuestamente inquieta a los varones desde que "ahora las mujeres sí se pueden defender". Sin ambages, como siempre, se ha expresado la autora del éxito Los hombres me explican cosas en la rueda de prensa donde presentaba su nuevo libro, De quién es esta historia, que llegó a las librerías el pasado 2 de marzo de la mano de Lumen, sello cuyo catálogo integra a numerosas autoras feministas.
La batalla está en la posesión del relato, o, lo que es lo mismo, la credibilidad. Así, considera "totalmente ridículo" que un hombre no comprenda "la diferencia entre hablar con una mujer y tocarla el culo". Y "si no lo entiendes, igual sí tendrías que tener miedo", les interpela, si bien es muy consciente de que ese "relato" sigue en manos del "hombre blanco heterosexual". Por ello, "el feminismo no se puede ir a su casa, como si estuviera el trabajo hecho", aunque se muestra esperanzada porque "han cambiado muchas cosas".
Sin ánimo de desacreditar el #MeToo, corriente surgida a partir de las acusaciones por abuso sexual y violación del productor Harvey Weinstein, considera que "no es un movimiento". Lo interesante de su repercusión radica en que "los periodistas pudieron publicar aquellas historias", dice Solnit, pero también recuerda que son casos anteriores a 2017, año en que las denuncias saltan a la esfera pública. No se olvida, por tanto, de conquistas del siglo XX como el sufragio universal, la segunda ola feminista entre las décadas de 1960 y 1980 o los años 2012 y 2013, cuando "las mujeres jóvenes comenzaron diálogos nuevos" y rescataron "problemas anteriores que empezaron a generar una mayor atención".
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La rueda de prensa arrancaba con la anécdota, contada en primera persona, que le ocurrió a la propia autora este último fin de semana. Se encontraba viendo la película Ellas hablan, inspirada en una comunidad menonita en la que los hombres utilizaban tranquilizantes para violar a mujeres y niñas cuando dormían. En mitad del visionado, Solnit escuchó que un hombre al que acababan de atracar pedía ayuda, por lo que salió de casa para asistirlo. "Interrumpir una película sobre la violencia hacia las mujeres para asistir a un hombre que ha sido víctima de violencia" es un hecho que ejemplifica la concepción de Solnit acerca del progreso social.
"La solidaridad consiste en luchar por gente como nosotros, pero sobre todo por gente que no lo es", explica la autora. Y matiza que "esa solidaridad que me gustaría ver" es, precisamente, "con la que gente que no comparte los mismos rasgos comunes”. En este sentido, “el racismo o el sexismo es el resultado de limitar la capacidad de empatía con otras personas”, por lo que se muestra partidaria de las "formas constructivas" y lamenta que "uno de los efectos de esta era de la tecnología" sea "el aislamiento". La democracia, según Solnit, "depende de nuestra conexión con gente que es distinta a nosotros" y "si no salimos, nos lo perdemos".
"El feminismo no se puede ir a su casa, como si estuviera el trabajo hecho"
El Black Lives Matter es otro de los movimientos que se prestan al análisis de la autora en De quién es esta historia. “Como 'mujer blanca', sé que tengo privilegios y ausencia de privilegios”, dice en referencia a cada uno de los términos, por separado, que componen el sintagma. Tanto que "ahora ser de San Francisco me da vergüenza —afirma— por lo que estos hombres han creado en redes sociales. Silicon Valley ha creado tantas nuevas formas de cometer tropelías..." Y se refiere, tal y como ya ha señalado en su obra, a la ambición de control de estos "hombres blancos" a través del algoritmo, que despoja al usuario de su derecho a la intimidad, es expulsivo con determinadas comunidades en función de su raza y generan desinformación.
Solnit cree que el "autoritarismo en el hogar y en el Estado tienen mucho en común". El ejemplo actual más paradigmático sería Vladimir Putin, que "siempre ha sido muy transparente en su aspiración a convertirse en un Stalin capitalista". Para la autora, lo importante es identificar "cómo los autoritarios intentan controlar no solo la economía o el ejército, sino también la historia, los hechos, la verdad… y quién tiene derecho a decidirlo". Para ello propone la recuperación del recuerdo, tal y como lo hiciera Georges Orwell, al que dedicó el libro Las rosas de Orwell, en 1984.
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"Faltan las relaciones intergeneracionales", apunta Solnit, que considera que “la desesperación actual no viene del futuro; viene de la amnesia”. Y es que "del pasado podemos aprender cómo la historia puede enseñarnos", dice, mientras que “para trabajar en la mejor versión del futuro, hay que evitar la peor”.
A propósito de la supresión de determinadas escenas en películas antiguas, Solnit quiso alertar una vez más de los movimientos interesados de algunos sectores. "La cultura de la cancelación es una patraña que utiliza la derecha, un término que nos idiotiza y oculta lo que, en realidad, está pasando. Podríamos abandonarlo directamente, que se lo queden ellos y se callen de una puta vez ya".
En general, “la industria del cine siempre ha estado podrida”, ha añadido, por lo que celebra que este año hayamos visto "películas de mucho éxito que no giraban alrededor de los hombres y no utilizaban a la mujer como florero o criada". Tal es el caso de Todo a la vez en todas partes, una sorpresa que se postula como posible triunfadora en la gala de los Óscar y que Solnit no ha dudado en defender.
Su postura es menos contundente en lo que se refiere a las readaptaciones de obras literarias. “A mí me sigue encantando Roald Dahl", reconocía en referencia a la polémica acontecida hace solo unas semanas por la reescritura, a cargo de una editorial británica, de clásicos Matilda o Charlie y la fábrica de chocolate para eliminar cientos de palabras que podrían resultar ofensivas. “No hace falta quemar esos libros”, ha afirmado, aunque tampoco le parece descabellado "contar esas historias desde otra perspectiva", tal y como hiciera ella misma en La cenicienta liberada. Con todo, “adaptarlo a las sensibilidades actuales no creo que sea lo mejor”, ha concluido.
"La solidaridad consiste en luchar por gente como nosotros, pero sobre todo por gente que no lo es"
Solnit también ha sido preguntada por la controversia generada en torno al caso J. K. Rowling. Tal y como informaba Borja Vaz en su blog la pasada semana, desde distintas plataformas se llevó a cabo un boicot al videojuego Hogwarts Legacy, adaptación de la saga de Harry Potter, por las ideas de J. K. Rowling acerca de la cuestión trans: que "ser mujer es una realidad biológica inmutable, innata y no circunscrita a la voluntad o a los sentimientos". Solnit considera que “hay muy poca transfobia en el feminismo estadounidense” y lo que de verdad le irrita son “las mentiras que se hacen correr sobre la condición trans”.
A Solnit le preocupan los modelos de autoridad actuales, que son los que se llevan al huerto las narrativas. Así, lamenta que siga habiendo "mucha misoginia en la política estadounidense; tanto en la izquierda como en la derecha". Con todo, "el mundo ha cambiado para mejor", concede, "pero no lo suficiente".