Filósofo moral de largo recorrido que ha cultivado con éxito el ensayo culto, el barcelonés Norbert Bilbeny (1953) regresa a las librerías con una sugerente meditación acerca de lo que nuestra época tiene de barroco. El autor sintetiza los elementos definitorios de lo barroco y procede luego a buscar su huella en la sociedad contemporánea.
A su juicio, estaríamos en un “nuevo tiempo barroco”; o en un tiempo donde lo barroco regresa. Salta a la vista que estamos ante una jugada arriesgada, pero ahí reside su atractivo: en proponer una mirada original sobre nuestro tiempo a partir del riguroso conocimiento del pasado y la sagaz observación de sus reverberaciones culturales en el presente.
Bilbeny empieza por caracterizar al Barroco histórico y acierta cuando atribuye una honda significación cultural al que acaso sea el primero de los siglos modernos; contemplarlo desde el punto de vista de una modernidad –la nuestra– que parece haber perdido sus ilusiones reviste por ello especial interés. El autor considera el barroco como una forma de hacer y de pensar que se caracteriza por la unidad de los contrarios, hasta el punto de exaltar al mismo tiempo “la opulencia de la vida y el sentimiento de la nada”.
Pero es también el momento en el que se afirma por primera vez que a los individuos los mueven sus emociones, mientras que las sociedades están condicionadas por sus percepciones y prejuicios: en el Barroco comienza la lenta erosión del ideal clásico. Todo ello en el marco de un contexto socioeconómico que se caracteriza por el impulso contrarreformista, la afirmación de la monarquía católica y el comienzo del declive geopolítico.
Para Bilbeny, el propósito de la cultura barroca española sería el reforzamiento de las viejas autoridades a la vista de su gradual debilitamiento. Para ello, el Barroco recurre a la emoción ritualizada: la oratoria, el teatro, la corte. Y, naturalmente, la pintura.
El autor considera el barroco como una forma de hacer y de pensar que se caracteriza por la unidad de los contrarios
En el interior de esa cultura, el individuo experimenta un primer desengaño a causa de la conciencia de pérdida y al horror existencial que produce una muerte que la Iglesia católica ya no gestiona en régimen de monopolio. Tal como señala Bilbeny, el sujeto del barroco histórico se mueve entre lo viejo (la ley natural) y lo nuevo (la autonomía del yo moderno), sufriendo así un desconcierto del que se refugia en la ilusión: el mundo se concibe como una representación y de ahí que el teatro sea la forma artística definitoria del barroco.
¿Y qué hay de barroco en nuestro tiempo? Bilbeny ofrece una larga lista de rasgos comunes: escasez de oportunidades, desigualdad social, desencantamiento del mundo, vision pesimista de la naturaleza, importancia de la imagen pública del individuo, narcisismo, postureo, la realidad como ficción y la ficción como realidad, confusión entre verdad y engaño.
Menos convincente resulta hablar de las “ortodoxias imperiales” del consumo y la opinión en el siglo XXI o comparar la rivalidad entre España y Francia del XVII con el enfrentamiento que hoy protagonizan China y Occidente.
Estemos o no en una nueva edad barroca, hay algo barroco en nosotros: se manifiesta en la “vana vanidad digital” de las redes sociales, en la cultura de la honorabilidad del puritanismo woke y en la “nueva vigencia del modo teatralizado de conducta”. Pero ni siquiera quien rechace la premisa mayor del libro encontrará razones para aburrirse: escrito con elegancia aforística, este libro notable es una clase magistral sobre el Barroco español y una invitación a conocer mejor –como por refracción– la sociedad en que nos ha tocado vivir.