Luis Suñén (Madrid, 1951) fue editor, crítico literario y musical y es autor de El lugar del aire (Hiperión, 1981), Mundo y sí (Pamiela, 1988), El ojo de Dios (El equilibrista/UNAM, 1992), Vida de poeta (Ave del Paraíso, 1998), Volver y cantar (Trotta, 2015) y Noroeste (Trotta, 2018). En El que oye llover (Dilema, 2007) reunió su obra poética hasta ese año y el inédito Las manchas de la Luna.
No ha podido elegir mejor el título para esta nueva entrega, formada por canciones (barcarolas incluidas) y poemas, tomado del “Retrato” machadiano. Desde su retiro en la costa gallega (tan presente aquí), el poeta madrileño intenta detener el tiempo a la espera de que “vea al noroeste / Llegar la nave / Que nunca ha de tornar”. La muerte sobrevuela: “En el fondo de la ría, / Que es la muerte”. Eso sí, estas meditaciones se fundan en el diario vivir y están construidas a partir de sucesos cotidianos (“En el bosque”, “Un punto”), lejos de cualquier afán de solemnidad.
Por eso la ironía menudea. Y la inteligencia. Y el humor. En “Canción a buenas horas” o “Canción del pasajero poco aprensivo”, por ejemplo. Como el amor, en “Canción del que se cree elegido” o “Mal hecho”. Mejor “Haber amado mucho y mal / Que poco y con usura”.
Muy logrados me parecen “Canción del vecino que espía”, “La noche de San Lorenzo”, “Ernesto Cardenal entra en el Cielo” (“Torres de Dios, Poetas, bendecid al Señor”), “La que ya hace bastante”, “Oda a la previsión”… Y algunos muy breves, tal “Canción del perplejo” o “Fin del verano”.
He subrayado versos como “Mucho más terrible que el olvido / Es la memoria”; “Feliz quien ve pasar la vida / Y se complace en ella”; “Pasará tu vida como pasa el día”; “La extrañeza se alimenta de sí misma”; “Tu vida / Es tu libro”; o “Sé digno y no pidas consuelo”. “Viajero es un adjetivo inestable”, dice con el estadounidense Carl Phillips. Dan el tono del conjunto, según creo.
Los veinticuatro poemas que componen “Viaje de invierno” (sobre otros de Wilhelm Müller) colman el sentido del libro. Tienen don.