Novelas escritas bajo la forma del testimonio, las obras de Édouard Louis (Amiens, Francia, 1992) describen una realidad sin reserva, pero con el velo de las ideas, de la filosofía, de la literatura y del arte. El autor, conocido por su trilogía autobiográfica Para acabar con Eddy Bellegueule, Historia de la violencia y Quién mató a mi padre, sobre su infancia desfavorecida en el Norte de Francia, publica estos días en España su cuarta novela basada en su historia personal, Cambiar: método.
En este caso, a ese cambio lo llama metamorfosis y la vivió en su propia piel: mudarse, transformar el habla, los gestos, la voz, el físico, el conocimiento. Louis cuenta cómo se creó a sí mismo para hacer realidad su sueño. Hasta que fue imposible la vuelta atrás.
La obra parte de su infancia y recorre los avatares por los que pasó para ascender en la escala social y convertirse en quién es ahora: un escritor reconocido, que vive en Paris y tiene un futuro prometedor por delante. ¿Qué hay de nuevo? Todo. En este caso, tras su existencia se perfilan las ideas de la filosofía de Bourdieu, de Didier Eribon, de Ernaux, para interrogar la violencia social de nuestra sociedad en la que el nacimiento marca irremediablemente el destino. ¿Podemos realmente inventarnos y ser más auténticos en nuestra nueva piel?
[Édouard Louis revive a Koltès y Genet]
Pregunta. Cambiar: método, cuenta el camino que Édouard Louis recorrió para alcanzar su sueño. Describe los pasos que tuvo que seguir para llegar a su transformación. ¿Por qué era necesario una novela sobre cómo realizar esa metamorfosis?
Respuesta. Quise escribir este libro porque trataba de una violencia que hoy falta en la literatura o en la política. La violencia que siente una parte de la sociedad en el deseo de transformarse, aquellos que quieren alejarse de un destino impuesto por la sociedad en la que han nacido.
Hubo un momento en la literatura, especialmente en la literatura francesa, donde todas las novelas contaban destinos de gente que deseaba transformar su vida. En el XIX, Stendhal con Julien Sorel de El rojo y el negro, Balzac con Rastignac o los libros de Zola. En todos ellos, el personaje llegaba a París procedente de las clases obreras y acababa ascendiendo socialmente. Esas historias se admitían. Pero ¿quién las cuenta hoy en día? Han desaparecido totalmente de la literatura y yo he tenido ganas de contar esa violencia. De volver a esos relatos de transformación para los que desean alcanzar su sueño.
P. ¿Piensa usted que la gente de nuestra sociedad está anclada en un contexto familiar, social y económico y sigue siendo difícil escapar de él?
R. Cuando empecé a publicar mis libros Eddy Bellegueule o Quién mató a mi padre, la gente que conocía en las librerías o en las universidades me contaban que ellos también provenían de un medio social desfavorecido y que, aunque hubiesen querido ser escritores, no se habrían atrevido. Sentían que ese medio social no era para ellos. Otra persona me contó que, aunque deseaba ser profesor de universidad, al venir de una baja clase social se conformó con ser profesor de primaria. Aunque sea un buen trabajo, no era su sueño de partida.
En esos momentos, me di cuenta de que en la realidad había un océano de sufrimiento que no tenía espacio en la literatura. ¿Qué significaba el tener que convertirse en algo y no poder alcanzar su sueño porque no es lo que la sociedad esperaba de nosotros?
Las historias de desertores de clases sociales se parecen a las historias de las mujeres. Sabemos que hay muchas mujeres a quienes se les ha dicho que no hagan esto o aquello. Que no escriban, que no pinten, que se quedaran ancladas en el lugar al que pertenecían. ¿Por qué? Yo mismo me encontré con una violencia similar que pretendía amarrarme al lugar de mi nacimiento. Así que escribí este libro para dar espacio a esas historias y contar mi experiencia.
P. Este deseo de cambio está a la orden del día en nuestra sociedad y especialmente en la juventud. En España se aprobó hace unos meses la ley de autodeterminación del género a los 16 años. ¿Qué piensa usted de esta facilidad dada a los más jóvenes?
R. Me alegraría si consiguiésemos una sociedad en la que la gente pudiera transformarse, y convertirse en lo que desea. Pero también me parece sumamente importante dar una explicación lúcida de las consecuencias de estos procesos de transformación. Hay que prestar atención a los relatos, lo que cuentan realmente esas historias de cambio. Que las palabras de los políticos no se conviertan en eslóganes ingenuos que consisten en decir que uno puede convertirse en lo que desea. Porque, en el fondo, se produciría algo conservador dentro del cual las personas que no cambian serían culpables del cambio en los demás.
"Me transformé porque no tuve elección, entonces la homosexualidad era odiada"
Yo tuve un hermano que murió de alcoholismo con treinta y ocho años y del que hablé mucho en mis libros anteriores. Él siempre había soñado con otra vida, con realizar cosas importantes. No pudo ser porque nació en un medio en el que no tenía acceso a convertirse en alguien diferente. Ni manejaba el lenguaje, ni poseía los conocimientos necesarios para seguir escolarizado. Ni los códigos sociales.
P. ¿Y cuál diría que es la diferencia entre su hermano y usted?
R. Mi falta de elección. El cambio no es una cuestión de voluntad, sino de posibilidad social, de posibilidad política. No hay que ser ingenuo. En Cambiar: método muestro cómo me transformé, no porque yo fuera más libre, o más inteligente, o más sensible que mi madre, sino porque no tenía elección. Yo vivía en una sociedad obrera, en el norte de Francia, donde la homosexualidad era odiada. Por eso o gracias a ello tuve que huir. A mi hermano no le salvó esa violencia, ese rechazo, ese insulto. Su sueño era tan abstracto como el mío concreto. Todo a su alrededor, la pobreza, la educación, la falta de lenguaje, le disgustaba, pero le faltaba ese impulso de tener que salir de ahí a la fuerza.
Uno de los retos de Cambiar: método fue el de hablar de la transformación, pero no como un pequeño capricho individual, sino más bien como una empresa. ¿Cómo podemos hacer posible esta transformación? Y no solo ayudar a la gente que quiere ser diferente. No. Esto va más allá. Se trata de crear la posibilidad de la metamorfosis.
P. El primer impulso lo vive usted al partir a Amiens, donde estudia bachillerato. Allí conoce personas a las que imita en sus gestos, palabras, lecturas, lenguaje hasta que llega a adelantarlos. Luego entra en la Universidad, accede a la prestigiosa Escuela Normal Superior. Su ascenso se produce claramente gracias al arte y al conocimiento. ¿Es ahí donde reside la verdadera evolución de la especie humana?
R. Lo que voy a decir puede resultar extraño, pero veo compatibilidad entre el arte, la literatura y la homosexualidad. En el arte y la literatura se encuentran valores que son objetivamente opuestos a los valores masculinos que tanto daño hacen al gay. La idea de la fuerza, del movimiento, por ejemplo. Cuando era adolescente, descubrí en el arte, en la música y en los libros espacios dentro de los cuales me oponía totalmente a los valores masculinos, con los que nunca me había sentido identificado. Para mí, la lectura, la reflexión, es el mundo de la calma, de la concentración, del silencio para leer. Todos los valores que se definían como femeninos. Un chico no se quedaba en casa, por ejemplo.
Muy a menudo es el arte el que permite a estas personas, que no se sienten cómodas con este orden masculino en general, encontrar una puerta de escape. Para mí era importante hablar de esto. En mi caso, el arte ha sido mi contraataque a la masculinidad.
"Los valores masculinos que tanto daño hacen al gay son opuestos a los valores del arte"
P. Uno de los escritores que más peso tendrá en su proceso de transformación será Didier Eribon y su obra Regreso a Reims, en la que también expone cómo, siendo homosexual y de un medio obrero, tuvo que exiliarse y transformarse para integrar el mundo intelectual que deseaba. Pierre Bourdieu aparece en el trasfondo filosófico de su libro. ¿Qué peso tiene la filosofía para ayudarle a alcanzar su sueño?
R. Muchísimo. Aunque le diría que en mi cabeza nunca he separado la teoría o la filosofía de la literatura. Cuando escribo, leo tanto a Bourdieu como a Judith Butler, a Hannah Arendt o a Stendhal. Quizá porque mi mejor amigo sea filosofo.
Judith Butler expone una idea en su obra El género en disputa y que para mí fue crucial a la hora de escribir Cambiar: método. Explica que “el género es la imitación de una imitación sin modelo”. Todos imitamos una imitación previa. Crecemos viendo cómo se comporta un hombre o cómo se comporta una mujer, la sociedad nos dice como debemos actuar. Pero, en realidad, todo es imitación. Lo que cambia es que existen imitaciones legítimas y otras ilegítimas. Si la sociedad te percibe mujer e imitas una imitación de una mujer, el mundo lo acepta. Si, por el contrario, la sociedad te percibe como un hombre pero imitas la manera de comportarse de una mujer, te dirán “juegas un papel”.
Ocurre en todas partes. Recuerdo que cuando llegué al Liceo, empecé a transformarme, a leer libros, a escuchar música. Los otros estudiantes me decían “nos estás imitando”, como si ellos hubieran venido al mundo escuchando un disco de Glenn Gould o con una obra de Marcel Proust en la mano. Simplemente, habían imitado a sus padres. Yo no era el único imitador, pero al ser gay fui un imitador ilegítimo de los legítimos. Es la verdadera diferencia entre las personas de este mundo.
P. La palabra “persona” de hecho significa en latín “máscara de actor”. ¿Piensa entonces que, en esta vida, venimos todos a interpretar un papel? ¿Qué grado de autenticidad existe en esta transformación que opera en el ser humano a lo largo de su vida?
R. Para mí "la autenticidad" es lo que queremos ser, nuestra invención, y no lo que el mundo ha escogido en nuestro lugar para nosotros. Lo extraño es que la gente pretende hacernos creer que lo que es auténtico es justamente lo que no hemos escogido. Cuando empecé a diferenciarme de mi padre, me decían: “Eres inauténtico". ¿Inauténtico respecto a qué o a quién?, les preguntaba yo. ¡Pero si no he escogido a mis padres, ni el lugar de nacimiento, ni mi nombre! Estamos rodeados de ficciones y mentiras sobre la realidad de la vida. Por eso pienso que la literatura debe servir de contraespacio. El lugar donde encontrar la verdad. ¿Quién dice que el inventarnos debe ser inauténtico?
He citado mil veces la escena de Pedro Almodóvar en Todo sobre mi madre en la que la Agrado cuenta todas las operaciones de estética que ha tenido y lo que le han costado, demostrando que toda esa silicona que se puso por gusto es auténtica, ya que así soñó con convertirse, así quiso ser.
"En la literatura hay una dificultad para renovarse que me resulta desesperante"
P. Sin embargo, ¿diría que algo en usted no puede cambiar?
R. Muchas cosas, no somos creadores absolutos. Una de ellas, por ejemplo, es la ira. Esa cólera interior que existe en las clases populares yo la sigo teniendo. La ira contra la política, contra el mundo, contra nuestra condición. Recuerdo a mi madre gritando delante de la televisión, por ejemplo. Cuando empecé a ascender en los medios más burgueses, encontraba a mi alrededor una calma y una educación respecto al mundo que me chocaba. Recuerdo que mi ira, en algún momento dado, se vio como algo fuera de lugar. Me decían “cálmate”, “no te pongas así”. Ese sentimiento me venía de mi infancia.
Me gustaría conseguir plasmar esa ira para transformar la literatura. Cuando uno ve los cambios que ha habido en la música, la diferencia abismal entre Rachmaninov y el rap, uno se pregunta por qué en la novela seguimos teniendo autores que quieren escribir como Émile Zola. Esta lentitud literaria me desespera. Por supuesto, ha habido experiencias, evolución, véase Toni Morrisson o Marguerite Duras, pero encuentro que hay una inercia en la literatura, una dificultad para transformarse y renovarse, que me resulta desesperante.