La solapa de Solo quería bailar recoge algunos datos biográficos de Greta García (Sevilla, 1992): es bailarina, coreógrafa, directora teatral y circense multipremiada. Esta reseña ha de entenderse, más que como una información, como un guiño al lector para orientarle acerca de su orientación literaria. El mismo propósito tienen otras calculadas noticias. Dice que trabaja para dar forma a sueños y pesadillas y agrega toda una declaración de principios: “Le mueven las cosas que hacen reír y llorar al mismo tiempo”.
Para compaginar humor y drama, Greta García trenza una historia de diseño tradicional, la de Pili, una joven condenada a 30 años de cárcel, desde donde escribe en primera persona. Se justifica que lo cuente ella misma como una forma de exorcizar fantasmas a la vez que de dar rienda suelta a su rabia interior. Parte el recuento de su vida del presente, con unas vigorosas estampas carcelarias. Nada más empezar, ya ha acudido a la consulta de la médico de la prisión: “-Me metío un sepillo diente por el culo y ara no me lo puedo sacar”.
La escena forma parte de la predilección algo monótona y excesiva de la autora por la truculencia, pero no es gratuita y obedece al propósito de mostrar el desvalimiento y soledad de la chica, su ensoñación de un amor pasional con la doctora.
Como el relato comienza in medias res y no por el principio, la novela va rescatando los antecedentes de la historia. Sale así a flote la tremenda familia de Pili, su vocación por la danza y el acto vandálico por el que fue condenada. También se dan noticias de la cárcel, del personal que la atiende y de otras reclusas, todo ello con efecto de una narración un tanto colectiva, algunos de cuyos miembros merecen también cierto detalle.
En algún caso, se acude a una mirada psicologista. Así se percibe a Manuela, la compañera de celda de la protagonista, condenada por haber matado a un niño pequeño, una figura muy lograda que señala la capacidad de la autora para la invención de personajes.
La autora muestra de forma descarnada la intimidad de una persona que quisiera ser feliz y a quien todo se le vuelve en contra
La materia novelesca en su conjunto responde a dos impulsos complementarios. Uno de ellos es de corte crítico y social. Se muestra en la marginalidad que desemboca en el delito y la cárcel. También en la denuncia de una burocracia larriana por cuya culpa se frustraron los sueños de la protagonista y la empujaron a la reacción “terrorista” que la condenó. Su destino se firmó al no conseguir una ayuda de la Junta andaluza para estudiar danza.
El otro aliento de la novela es existencialista. La autora muestra de forma descarnada la intimidad de una persona que quisiera ser feliz y a quien todo se le vuelve en contra, por su carácter furibundo y por fuerzas exógenas que excitan su inestabilidad mental. Un cierto fatalismo sella una vida marcada por la soledad. Greta García emplea varios recursos para dar forma narrativa a esta doble problemática. Dispone un relato de cierta ideación teatral (tanto que incluye una coreografía imaginaria) que encadena escenas breves y consigue positiva agilidad anecdótica.
Resucita el viejo tremendismo con fuertes huellas naturalistas que inunda el libro de miserias, violencias y opulencia excrementicia. Tanta oscuridad moral, fisiológica y material se ve sometida al torcedor de un humorismo sarcástico y expresionista, también de buen efecto literario. Y la lengua, la de Pili, practica una sistemática reproducción de la fonética coloquial, en especial del andaluz: “to” por todo, “deo” por dedo, “er” por el… (no se apura, sin embargo, el procedimiento con todo rigor).
Greta García compone una historia dura, amarga y de terrible desenlace. Cumple de sobra con una finalidad revulsiva y su mayor mérito consiste en la fuerza emocional con que recrea el fatum trágico de una pobre chica que –lo dice el certero título– solo quería bailar. Merece la pena seguir con atención a esta joven narradora novel porque su ópera prima le augura un buen porvenir.