Terenci Moix, fulgor y penumbra: mucho más que un letraherido
El escritor exploró el registro popular y mediático, pero a la par fue un autor refinado, de prestigio, o sea, para la selecta minoría
30 abril, 2023 01:54Nos conocíamos poco aún –aunque muy cordialmente– cuando en noviembre de 1983 escribí una larga crítica elogiosa a Nuestro virgen de los mártires, recién aparecida “novela de romanos” y de la que se decía (no era estrictamente verdad, pero sí un nuevo punto de partida) que era la primera novela que Moix escribía directamente en español, con voluntad de seguir ese camino.
Al día siguiente de que apareciera mi crítica, recibí en casa un enorme cesto de rosas blancas con una nota de Terenci en la que decía (algo muy parecido) “Mil besos. Te quiero. Muá”. Esos cestos los reciben las divas de la ópera o del teatro –tan queridas de mi amigo–, pero no se usan en literatura. Todavía me impresionó. Terenci Moix era siempre así con quienes quería. Y se enfadaba mucho, pero mucho, con los contrarios. A partir de ese momento, nuestra amistad fue en crecida.
Terenci quiso ser (y lo fue) un escritor total. Pero, sobre todo, buscaba ser un escritor de dos registros. Popular, mediático, fácil, ameno, para la gran mayoría, y cuanto más mejor; pero a la par un escritor refinado, de prestigio, o sea, para la selecta minoría. Eso es muy difícil de lograr, pero si se logra –e imposible tampoco es– raramente será reconocido, porque la dualidad de objetivo ni contenta a los aristarcos ni tampoco a los colegas. Las dos primeras novelitas de Moix con pseudónimo y sólo reeditadas tras su muerte (Besaré tu cadáver y Han matado a una rubia de 1963 y 64) forman parte de los últimos alientos de una muy leída literatura popular de quiosco.
Sin embargo, cuando Terenci se estrena en catalán –y mejor o peor se le traducía casi de inmediato– su popularismo, que al fin lo había, era menos claro que su afán refinado, algo para los happy few. Así, La torre de los vicios capitales, Olas sobre una roca desierta (que me encantó a mis veinte años) o Mundo macho. Entre 1968 y 1974. Bien es verdad que, en medio, en 1970 exactamente, sale El día que murió Marilyn que no solo tuvo más éxito, sino que no es una novela para pocos y –sin concesiones especiales– se acerca más a lo popular.
Terenci no dejó nunca ese reiterado vaivén, aunque muchos lo juzgaban un escritor básicamente comercial (tampoco era cierto) al igual que su, en un tiempo, muy amigo Antonio Gala. Un gran programa de televisión entrevistando a las grandes estrellas del cine de los 60, un libro –muy bien hecho– dedicado a las folclóricas y a la copla, Suspiros de España, y las novelas históricas del ciclo Cleopatra/Marco Antonio, con una de las cuales, No digas que fue un sueño, ganó el premio Planeta de 1986. Vendió más de un millón de ejemplares.
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Y en la presentación (con Gala y el viejo Lara) Terenci lloró emocionado. Algunas de sus novelas últimas, como Garras de astracán y aún más Chulas y famosas (1999), que querían mostrar los trapos sucios y la necedad del “mundo del corazón”, aunque también se arremetiera contra todo lo execrado por el autor casi con nombres propios, no podían salvarse del ancho populismo…
Terenci era un hombre muy culto que sabía infinito de cine y de literatura, pero que nunca pudo dejar su tirón narciso y populista. No era Truman Capote, aunque igual fue mejor. Cuando los editores, ya in articulo mortis, premiaron su última novela, El arpista ciego, por las mesas corría el dicho –Moix ya estaba en el último hospital– que el dinero del premio serviría para cubrir sus deudas con Planeta. Enorme derrochador (tenía a su último novio joven en un gran pisazo en Madrid), los problemas de Terenci con el dinero eran bien creíbles. Algo propio de una estrella, de un divo, como a él le gustaba.
Muy culto, Terenci sabía infinito de cine y de literatura. No era Truman Capote, pero quizá fue mejor
Terenci no era, exactamente, un hombre refinado –nunca ocultaba su origen popular– y era al mismo tiempo refinado por cultura y gusto hacia el glamour. Algo muy parecido le ocurría con su obra, llena de elementos populares y asimismo de un elitismo sin paliativos. Bien puede verse en el bello libro de artículos Crónicas italianas de 1971, dedicado a la novelista italiana Elsa Morante, una de sus grandes amigas en Roma. A lo cual es necesario añadir, pues no le falló casi nunca, el claro bestsellerismo de la mayoría de sus libros.
Conviene también recordar que, mientras existió el franquismo, fue catalanista moderado, pero catalanista, lo que sorprende por su posterior desdén y marcado desprecio hacia Pujol y cuanto este representaba. Terenci detestó el nacionalismo pujolista (pinta sus funerales en Chulas y famosas) y en parte por eso decidió poner su obra entera en español. Rasgo acaso exagerado.
El peso de la paja es un proyecto memorialístico ambicioso y amplio (como se ve en esta nueva edición en un único tomo) que, pese a su solvencia y validez, acaso no esté completo. El primer volumen, El cine de los sábados, se publicó en 1990, y en dos ediciones había vendido ya 45.000 ejemplares. Aunque Terenci habla desde sus años en Roma en torno a 1969 –con el desengaño de la llegada del hombre a la luna– es el recuento de la vida y adolescencia de Moix en un barrio popular de Barcelona. Memorias concebidas acaso como lado élite, dejan paso rápido a lo más popular.
En una nota inicial, Terenci cita los títulos que seguirán en sus memorias (Entrada de Artistas, por ejemplo) ninguno de los cuales se cumplió. El peso de la paja avanza cronológicamente, pero con muchos saltos adelante desde los importantes años romanos. Terenci conoció sin duda mucho y bien a Pasolini –y lo cuenta– pero ¿se acostó con él, como sugiere? Le dije que eso no lo creía, no era su tipo. Él, picarón, me dijo, lo del tipo es verdad, pero un día…
Tuvimos otros chismes de ese estilo, como el que atañía al guapo y olvidado actor Leonard Whiting, el Romeo de Zeffirelli. Las notables memorias de Terenci oscilaban dentro de lo que fue un macroproyecto. El tomo segundo, El beso de Peter Pan –más páginas que el primero– se publicó en 1993, en diciembre, y cubre entre 1956 y 1962, siempre con los bien hechos saltos adelante.
El peso de la paja se cerró con el tomo (aún más grueso) Extraño en el paraíso en 1998. Aunque se cita 1997, el tomo en su andar básico, que no único, concluye en 1966, es decir cuando Terenci iba a salir de veras a la palestra. Creo que El peso de la paja fue el proyecto más ambicioso del Terenci escritor, y que, aún siendo monumental, está inconcluso, pero en el conjunto está Terenci entero, populismo, esperpento y alta cultura, refinamiento y vulgaridad, estilo y burla. Obra enorme, cabe lamentar (mucha realidad y puntos de ficción, cine, arte) que Terenci Moix no concluyera su excelente y nada proustiana En busca del tiempo perdido.