Era un poeta de provincias que vivió en un periodo clave de la Historia, se relacionó con el círculo de Mecenas, protector de las artes, y emprendió, bajo la mirada del emperador Augusto, un proyecto literario de singular ambición: la confección de un poema épico que (con Homero como inevitable referente) reflejara los orígenes mítico-heroicos y la incomparable grandeza de Roma. Escribió también las Bucólicas, de tema pastoril y aire idealizante, y las Geórgicas, poema didáctico sobre los trabajos de la tierra, pero Publio Virgilio Marón (70 a. C.-19 d. C.) es sobre todo conocido como el autor de La Eneida, el poema de Eneas, el héroe que huyó de las ruinas de Troya y llegó a la región del Lacio, donde Roma sería fundada.
Una obra escrita en hexámetros (casi 10.000), dividida en 12 libros de extensión variable (dos mitades de seis libros) y que quedó inconclusa. De hecho, Virgilio pidió que fuera destruida (estimaba, según registra Suetonio, que le habrían hecho falta tres años más de trabajo), deseo que no fue atendido. La Editorial Universidad de Sevilla recupera ahora la traducción (realizada en un tiempo récord de unos 40 días) que Bartolomé Segura Ramos publicó en 1981 en Círculo de Lectores, con algunos cambios que tienen que ver con la corrección de erratas y de términos mal empleados, el restablecimiento de versos o palabras, la búsqueda de una mayor fluidez y precisión léxica y la introducción de los números de los versos del poema virgiliano para facilitar la localización de pasajes.
Segura piensa que el principal valor de esta traducción es “la conservación del aire primitivo y oracular (como del uates primordial latino) del texto virgiliano”, frente a esas traducciones “sofisticadas, literarias y perfeccionistas” que “se alejan tanto del original que lo desvirtúan por completo”.
Título: La Eneida
Autor: Publio Virgilio Marón
Traductor: Bartolomé Segura Ramos (Traductor)
Editorial: Editorial Universidad de Sevilla
Año de edición: 2022
Disponible en Editorial Universidad de Sevilla
Disponible en Unebook
“La Eneida es un producto de laboratorio”, explica el traductor, catedrático jubilado de Filología Clásica y que también ha trabajado sobre obras de Juvenal, Ovidio, Séneca, Salustio y otros muchos autores. Un texto al servicio del proyecto restaurador de Augusto, vencedor de Marco Antonio. “La poesía empezó con la épica, con Homero, que posiblemente no existió o si acaso fue un bardo o un aedo de aquellos que recitaban de plaza en plaza. La Ilíada y la Odisea son obras colectivas, fruto del paso del tiempo y de la contribución de muchos individuos, hasta que, después de siglos de rodaje oral, a finales del siglo VI a. C. se fija el texto por escrito por primera vez. Son obras de quita y pon. Y, naturalmente, son incomparables, sobre todo la Ilíada”.
Y sirven de modelos a Virgilio, “un poeta extraordinario, de los que se puede decir que poseen genio” y que, después de las Bucólicas y las Geórgicas, se propone “magnificar la historia de Roma” en una obra epopéyica que sirviera de referencia e inspiración para las generaciones posteriores. Una tarea “inmensa”. Nacido en Mantua y llegado a Roma en su juventud, Virgilio, como Horacio, “era un poeta áulico: en cierto modo tenía que seguir las directrices de Augusto, que había acabado con la República romana e iniciaba la época del Imperio como primer princeps”. La huella de la Odisea (narración de viajes y aventuras) es clara en la primera parte de La Eneida, cuyos seis últimos capítulos, de ambiente bélico, remiten más a la Ilíada.
A ello se suman materiales, datos e información que Virgilio fue recabando en diversas fuentes (sobre todo, obras de los historiadores griegos y romanos), por lo que en La Eneida se funden la inspiración poética y el trabajo del erudito/historiador.
A pesar de que La Eneida “ha sido apreciada a lo largo de los siglos y es, digamos, inmortal”, y de que se declara “el primer admirador de Virgilio”, Segura no se ahorra la “herejía” de afirmar que “es una obra en cierto modo fallida: los versos son uno por uno excepcionales, pero cuando juntas veinte o treinta versos empiezas a perder un poco el hilo de la obra, llegas a un primer canto y no lo ves tan claro, y cuando llegas al final piensas que no es una obra redonda, que no está acabada”.
Aun así, La Eneida sigue fascinando con su registro de dioses (sus pasiones y su intervención en los asuntos humanos), sus geografías lejanas, sus símiles, sus recursos de exaltación al servicio de la Roma de Augusto (en la obra se trasluce “la organización política, militar y jurídica de la Roma eterna, las jerarquías de poder, la administración, las pompas y honores de la capital del mundo”), las invocaciones a las musas, el odio de Juno, la tempestad desatada por Éolo que remite a la Odisea, el favor de Venus, la llegada a Cartago, la personalidad de Eneas (al mismo tiempo autoritario y sentimental), los recuerdos de Troya, el amor de Dido, la sombra de Anquises, la asamblea de los dioses, la alianza de los etruscos, el trofeo a Marte, las embajadas, los oráculos, los ritos funerarios, la guerra, las armas de Vulcano, el combate final entre Eneas y Turno. Hay tragedia, ensueño, lucha, miedo, aventura. Un monumento literario para glorificar el Estado romano cuyo eco recogieron Dante, Camões y Milton, entre otros.