Cuando uno guarda en sus recuerdos una historia real de infanticidio, en algún momento de la vida sentirá el deber de contarla… A través del bosque, la sexta novela de Laura Alcoba (La Plata, 1968), trata de la terrible historia de Griselda, madre de Flavia y de los dos bebés que ahogó, en la bañera de su casa en París, aquel fatídico 8 de diciembre de 1984.
Treinta años después, Laura Alcoba fue al cine a ver Shutter Island, la película de Martin Scorsese, y al salir supo que “esa historia ya me la habían contado”. Una familia de exiliados argentinos como la suya, amigos de sus padres, habían vivido esos mismos terribles acontecimientos. “Llamé entonces a mi editor en Gallimard y le expliqué que un día, si tenía coraje, escribiría esa historia”.
Laura Alcoba empieza entonces su trabajo de investigación: recopilar datos, recuerdos, documentos y buscar a los personajes reales, los supervivientes, aquellos con los que se entrevistó para la escritura de A través del bosque. Estos días, la autora ha venido a Madrid para presentar la novela. El acto se celebró en la biblioteca del Instituto francés junto a la periodista Susana Santaolalla, que fue comentando con acierto todos los temas de la novela y leyendo fragmentos de una novela que deja huella. La autora argentina, cuyo idioma literario es el francés, se reunió con nosotros unas horas después.
[La historia de la madre que asesinó al violador de su hija quemándolo vivo]
Pregunta. Para escribir la historia de un infanticidio y de personas que usted conocía, ¿cómo consiguió tomar distancia y sobrevolar el horror de aquella noche para poder contarlo?
Respuesta. Fue un proceso largo y difícil. Empecé a pensar en la posible escritura de esta historia en 2010, y no contacto con Flavia, la hija mayor que se salvó de la locura de su madre ese día, hasta 2018. En cambio, una vez iniciado el proceso de escritura, todo fue muy rápido. Como si la novela me llevará a mí misma y no al revés.
R. En cierto momento, tenía la impresión de vivir de forma muy intensa la investigación. Lo que escuchaba por boca de los protagonistas me despertó una fuerza increíble. Pienso en diferentes encuentros. El que tuve con Flavia, por ejemplo, me dio la energía inicial. Cuando me encontré con ella y la vi, de repente en persona, pensé que cómo era posible ser una persona tan luminosa y solar, habiendo vivido esta infancia.
P. Flavia tenía seis años cuando ocurrieron los hechos. La novela describe las cuatro imágenes que recuerda de la noche en la que su madre, enajenada, ahogaba a sus dos hermanos menores. Luego, cómo salió de casa, empapada y con el maquillaje desfigurándole la cara, fue al colegio a buscar a su hija y cómo la maestra, viéndola así, no la dejó entrar y salvó a Flavia. ¿La luz de esta niña que ahora es una gran fotógrafa es la que la ayudó a seguir adelante y escribir los hechos, “tal y como se los contaron”?
Hubo momentos de angustia y dolor, pero muchos otros —los recuerdos de Flavia, su relación con la maestra Colette, que duró toda la vida ya que ella y su marido René se ocuparan de Flavia en vacaciones— me ponían frente a una gran luz y energía. La segunda parte del libro, en la que acompaño yo misma a los personajes mientras descubren, fue como vivir en el libro, como si se estuviera escribiendo ante mis ojos.
P. La novela se divide en dos. La primera parte se remonta a la infancia de Griselda en Argentina, su vida con sus padres, sus tres intentos de suicidio y su gran amor con Claudio. Luego, juntos, huyen a Francia tras el golpe militar. La segunda parte habla del “después” del infanticidio. Y usted hace varias reflexiones sobre la importancia de los relatos, y de cómo se convierten en terapia: “Los relatos nos hacen bien”. “Los relatos, en el fondo, no son tan solo relatos, sino una forma de alivio”. ¿Escribió el libro para ofrecer una historia, un relato, a este hecho incomprensible?
R. Escribí el libro para Flavia. En La casa de los conejos, mi primer libro, trabajé sobre el recuerdo de una vivencia argentina muy particular en torno a la dictadura. Mi madre y yo vivimos en una casa de forma clandestina en la que también había ocurrió un drama. En esa época, mi padre estaba en la cárcel como preso político. Por tanto, yo ya había trabajado sobre imágenes mentales aisladas que quedan de un recuerdo traumático.
"Mi madre y yo vivimos en una casa de forma clandestina en la que también había ocurrió un drama"
Ese relato de Griselda, que me había contado mi padre hacía años, de repente afloró a raíz de la película de Scorsese. Yo había visto a esos niños a los 15 años, y sin embargo había ocultado esa historia. Veo la película en 2010 y entro en contacto con Flavia en 2018. Mi padre me dio el contacto y al llamar sentí que todo iba a ser fácil. De repente fue todo rapidísimo. Sentí que me estaban esperando y que necesitaban contar. Y el libro voló. Se ponía en marcha. Yo iba atando cabos. Haciendo vínculos entre un hecho y otro.
P. Griselda es un personaje frágil y enfermo. Sin embargo, no aclara en la novela por qué asesinó a sus hijos. ¿Se mantuvo alejada de toda explicación abiertamente?
R. No escribí el libro para hacer un diagnóstico. Cuando Griselda me contó su relato en el café que, por cierto, se llama Le Bucheron (el leñador en francés, que luego supe cómo cobra sentido y da el título a la novela), recuerdo que se detuvo y me dijo: “No pretendo justificarme. Siento que te lo tengo que contar, pero no le resta nada al horror de ese acto que cometí”. Griselda vive con eso.
P. Usted describe cómo Griselda vio desde el techo a una mujer igual a ella cometiendo los hechos…
R. Sí, pero ese desdoblamiento era ella y a la vez no lo era. Yo no hago ningún diagnostico psiquiátrico. Para mí era importante escuchar y poner los elementos tal y como me habían llegado. Y el después: ¿cómo se vive después de haber sufrido un trauma semejante? Griselda cuenta el abismo en el que cayó tras esa noche eterna. Para mí era importante que apareciese así. Hay un impensable que se mantiene como algo incomprensible. Ese abismo, esas tinieblas nos atraviesan desde el comienzo de los tiempos. Para mí, fue como acercarme al borde del abismo y darlo a leer, pero sin teoría.
P. En la novela dice que “en el seno de la historia que yo intentaba reconstruir y entender, otra historia parecía escribirse sola”. ¿A qué se refiere?
R. Es una historia particular y al mismo tiempo tenía la impresión de confrontarme con una serie de fuerzas, de enigmas, de interrogaciones eternas. ¿Cómo sobrevivir al espanto? ¿Cómo vivir después?
Todas esas preguntas iban aclarándose en las charlas, los encuentros que surgían. Y la respuesta era: gracias al amor. ¿Qué es el amor? Yo lo entendí con Colette, la maestra. Ella ese día salvó a Flavia y, por consiguiente, la vida de su madre también, cuando le comenté que era magnifico lo que había hecho, me contestó, con una modestia absoluta: "J’ai fait ce que je devais faire (hice lo que tenía que hacer)". Al principio de “muerte”, le contesta “el impulso de vida”. Decir no. Dar amor sin ponerse en escena, por un deber.
"Griselda, la madre, cuenta el abismo en el que cayó tras esa noche eterna. Para mí era importante que apareciese así"
Todo eso es lo que llamo “la otra historia”. Personas atravesadas por la luz, por la vida. También por una fuerza oscura, en el caso de Griselda. Cosas esenciales que se movían alrededor mío y con ellos. Todo eso es lo que traté de recoger en el libro. Por eso la violencia de la historia argentina, del exilio podía tener algo que ver y, al mismo tiempo, nada. Hay algo más universal que atraviesa el libro. Más esencial. De ahí los ecos al mito, a las historias lejanas.
P. El mito de Medea da a la novela un cariz universal. ¿Qué tienen en común y en que se diferencian Medea y Griselda?
R. Griselda es Medea y, a la vez, la anti Medea, porque se salvó Flavia. Medea mata a sus hijos y se convierte en esa madre mortífera. En el caso de Griselda, se salva Flavia. La misma persona que fue Medea sale de Medea gracias a Flavia. Hoy Griselda se reconstruyó gracias a esa maternidad. Lo que la apacigua es ver quién es hoy su hija gracias a que el gesto de Colette interrumpió la tragedia. Tras el espanto, está el amor.
P. El título hace referencia también al poder curativo de los cuentos ya que Colette y René en Coye-la-foret trasmiten a Flavia cuentos de hadas que narran los hechos que ella vivió.
R. Pues sí. Es imposible mentir a los niños, Flavia lo sabía. La niña reclamaba ese lugar del bosque que en cierto modo remitía a lo que los adultos no le podían contar abiertamente. Ese lugar del bosque de Chantilly parecía evocar una pregunta. En francés, Coye-la-Fôret suena como “¿Qué es el bosque?". Y estaban estos lagos con nombres reales e increíbles como “el lago de la conserjería”, que era donde vivían sus padres y ocurrieron los hechos. Además, ese lugar particular se llama “Comelle”, es decir: como ella. La magia seguía operando en la niña a través de estos ecos. El bosque le da el relato que los adultos no podían darle sobre ese día imposible de contar.
P. Usted ha mencionado varias veces la presencia de elementos mágicos mientras escribe la novela. ¿Cuáles fueron esos momentos que dice haber vivido con el libro?
R. Hubo varios. Una de las últimas escenas es la que Flavia toma conciencia de que vive en París, a escasos metros de la tumba de sus hermanos, en el cementerio de Pantin. Yo estaba presente cuando lo supo, fui con ella y con Colette y René a visitar la tumba. Esa escena fue tan conmovedora... Flavia había decidido vivir en Pantin sin saber que sus hermanos estaban ahí.
También está el momento en el que René me cuenta cómo volvió a tomar contacto con Griselda poniendo su número de teléfono en un rosal. Todo eran símbolos, imágenes prodigiosas que iban surgiendo en la propia investigación. Fue doloroso y difícil, pero mágico. Esa magia traté de reflejarla en el libro. Yo sabía que ahí estaba viviendo y cerrando el libro. Fue la experiencia de escritura más fuerte de mi vida y, por supuesto, los encuentros más impresionantes.