El balance de la Historia resulta poco alentador en lo tocante a la risa abierta y espontánea de las mujeres. A lo largo de los siglos la risa era contraria a la imagen de la mujer modesta y púdica, nos dice la profesora Sabine Melchior-Bonnet (Francia, 1940), en su ensayo histórico y literario sobre el reír de las mujeres.
Mientras que la risa del hombre era considerada una recreación necesaria o un remedio a la melancolía, la risa femenina, durante siglos, “ha permanecido bajo vigilancia, tolerada a condición de que se escondiera tras el abanico”. La risa, y también el humor, tienen un gran poder de subversión y, para la ensayista francesa, “la sociedad no ha cesado de desconfiar de las reidoras”. El camino para liberar la carcajada de las mujeres ha sido lento, pero la llegada con fuerza de las profesionales de la risa desde el último cuarto del siglo XX tiene mucho de revolucionario.
Sabine Melchior-Bonnet es historiadora e investigadora en el Collège de France, con un largo recorrido como analista de distintos aspectos de la Historia de las mujeres. Entre otros libros ha publicado Histoire du mariage (Robert Laffont) o Historia del espejo (Edhasa). Ligada a las emociones, la risa de las mujeres es un objeto de estudio con muchos riesgos, dirá Melchior-Bonnet: la risa se desliza tanto en los textos más serios como en las acciones cotidianas.
Así ve la autora la evolución histórica hasta la normalización del reír femenino: “Revancha de las mujeres, a las que se les negó durante mucho tiempo el acceso a la educación, la palabra y la escritura, la conquista de la risa les ofrece un terreno de libertad donde proclaman su buena salud posando una mirada afilada sobre la sociedad y sobre ellas mismas”. Añade que no se pretende decir que las mujeres de antaño no se reían, pero el discurso moral y las normas de cortesía juzgaban la risa como susceptible de pervertir la feminidad.
Hacer reír fue hasta hace poco una prerrogativa masculina; sólo a partir de finales del XIX, las mujeres se convirtieron en actrices y profesionales de la risa en cabarets y cafés-concierto, aunque la editora Adrienne Monnier, en las primeras décadas del siglo XX, señalaba: “Nada es menos femenino que el vodevil y la farsa”. La risa de las mujeres ha sido durante mucho tiempo temida, controlada y vigilada con prevención.
Es reciente la conquista del poder de reír en libertad y en público, tal como analiza Melchior-Bonnet, con un recorrido histórico amplio y una revisión cuajada de citas bibliográficas y ejemplos, desde la mitología griega hasta la ilustradora de tiras cómicas Claire Bretécher. Sólo desde bien mediado el siglo XX, las mujeres adquirieron el derecho pleno de reír y hacer reír.
La historiadora francesa recuerda que la risa de las mujeres ha resultado tan peligrosa porque se asociaba a la sexualidad y a la falta de dominio de una misma. Aristófanes describía en sus obras la risa femenina con mujeres de inclinaciones lujuriosas. En el siglo XII, la abadesa alemana Hildegarda de Bingen asociaba la risa con el pecado original y con las partes vergonzantes de la zona inferior del cuerpo. Los fabliaux, pequeños cuentos humorísticos de finales de la Edad Media, daban a entender que las mujeres solo se reían con historias sexuales. Aliada de la relajación, la risa conllevaba el peligro de abrir las puertas a la disipación, y las carcajadas atrevidas eran atribuidas a las locas, a mujeres groseras y a meretrices.
En el pasado, los manuales de buenas costumbres y tratados de belleza procuraban descartar la risa, considerada enemiga de la hermosura. Ovidio (43 a.C.) en El arte de amar desaconsejaba reír enseñando los dientes: “Hay mujeres cuyos estallidos de risa les tuercen la boca en displicente mueca”. Siglos más tarde, la mala fama de la risa seguía vigente. El sacerdote y poeta Le Moyne (1602-1671) detallaba los efectos desastrosos de la risa en nombre del decoro: “la risa le arrebata a la boca su proporción (…), cubre la cara de arrugas y da a la persona las muecas de un poseso”.
La autora hace un repaso exhaustivo por la historia mostrando cómo la mala fama de la risa en las mujeres ha perdurado en el tiempo. Y no digamos el espanto que producía una mujer jocosa o burlona. Hasta finales del siglo XVII la presencia de actrices estaba prohibida en las representaciones teatrales; como es sabido, chicos adolescentes hacían los papeles femeninos en las obras de Shakespeare y en el teatro isabelino.
Según la autora, la risa de las mujeres ha resultado tan peligrosa
porque se asociaba a la sexualidad
Sin embargo, a lo largo del tiempo, las mujeres se reían entre sí, alejadas de las miradas masculinas. Se reían en los lavaderos de los pueblos, en los aposentos aristocráticos, en la plaza del mercado, en los salones burgueses. Cuando están entre ellas, señala la escritora, su risa no tiene límites. Recuerda las travesuras de Hortense Mancini, sobrina de Mazarino, que, encerrada en un convento, gastaba bromas a las monjas para vengarse de su hostigamiento, con su amiga De Courcelles.
La risa de las cortesanas de la literatura libertina, escrita mayoritariamente por hombres, iba acompañada del mito de una sexualidad jubilosa y de la fantasía de un placer sexual femenino inagotable y voraz, superior al de los hombres. De ahí que la risa femenina, unilateral, advierte la autora, “puede revelarse amenazante al convertir en objeto de burla la derrota masculina”. La risa libertina acababa asociándose con el furor uterino.
Distintas escritoras de la modernidad plasman de diferente modo la risa de sus personajes. Melchior-Bonnet reflexiona sobre tres autoras francesas, Colette, Nathalie Sarraute y Marguerite Duras, en el capítulo ‘Risa y Violencia’: “La comedia no es, ni en Colette, ni en Marguerite Duras, ni en Nathalie Sarraute, el tono dominante de la escritura novelística o de una escritura feminista.
Sin embargo, la risa fluida, incluso si está atada a la desesperación y la mediocridad, brota y reconstruye el sentido”. En las observaciones de Sarraute existen la risa de clase, la de grupo, la risa de familia y la de carácter. La risa en Duras, escribe la ensayista, erigida contra la muerte, “tiene un significado metafísico más que social”.
La proliferación de actrices cómicas y humoristas mujeres desde finales del siglo XX, confirma el triunfo de la risa antes prohibida. “La risa femenina es vigorizante, porque limpia o corrige el desgaste del discurso amoroso y rompe las barreras”, asegura Melchior-Bonnet.
Aunque la mayoría de las referencias de la última parte del libro, sobre todo la dedicada a ‘Mujeres espectáculo’, y a las actrices y viñetistas, pertenecen al ámbito artístico francés contemporáneo, las conclusiones se pueden extrapolar a otros países donde la risa femenina ya no despierta la sospecha de la subversión. Para Sabine Melchior-Bonnet las risas de las mujeres actuales “desencadenan una nueva dinámica capaz de divulgar la sátira social y bromear sobre mentiras embaucadoras”.